Podría asegurarse que no hay especialistas de ningún lado que no coincidan en que la economía es también, y a veces ante todo, una cuestión de expectativas.
Así como ahora hasta el FMI admite que la inflación en Argentina es multicausal, y sólo algún ignorante o ultrista liberal insiste con la emisión monetaria como su motivo único, es clave lo que “la gente” piense que va a pasar con los precios y con sus salarios o ingresos. Eso establece el ánimo popular a presente y a futuro de corto/mediano plazo.
Esa expectativa diseña las pautas de consumo, de ahorro, de proyectos personales, grupales. De colectivos diversos.
Para el caso, ¿con qué optimismo puede afrontarse el mazazo nada inverosímil, entre nosotros, de que el índice inflacionario del año puede alcanzar y hasta traspasar el 60 por ciento?
El 6,7 de marzo, aún cuando estaba anunciado a los cuatro vientos que la cifra rondaría por ahí, mostró a un Gobierno en estado groggy si es por medidas de respuesta que pudieran esperarse de inmediato o en forma más o menos inminente.
Por cierto, mostró además, e inclusive antes, a una oposición que se deleita con el tema. Y que monta una obra de cinismo supremo, tras su administración macrista que juró llegar para resolver la inflación en dos patadas porque (domador de reposeras dixit) era el problema más fácil de arreglar.
Es invariable que en política jamás debe perderse la capacidad de asombro, so pena de quedarse sin reflejos para responder ante imprevistos gigantescos. Pero, ¿de qué manera se adjetiva que Macri y sus secuaces aparezcan cual nacidos ayer, sin atribuirse no ya culpa alguna por el desastre que dejaron sino, apenas, alguna mera responsabilidad?
Recordado ese dato imprescindible, y cualesquiera fuesen las reacciones de política económica que no se produjeron y que tampoco parece que vayan a producirse si estamos hablando de medidas a la altura de las circunstancias no sólo inflacionarias sino de perspectivas generales, hay dos elementos que pueden darse por seguros.
Uno es que, en términos de ofrecer propuestas concretas sobre un proyecto de Estado Nación (que excede largamente a la catástrofe inflacionaria, por si hiciera falta reforzar semejante banalidad), hay un fracaso generalizado de la “clase” dirigente argentina, de las/sus élites dominantes y de sus representaciones a derecha e izquierda.
Ni en el empresariado que domina la torta y el corte de sus porciones; ni en el sindicalismo en sus expresiones burocráticas o combativas; ni en registros partidarios que virtualmente dejaron de existir, porque sólo se trata de liderazgos o figuraciones personalistas debajo de los cuales no hay instancias de participación colectiva; ni en la derecha más salvaje o más modosita; ni en el progresismo dedicado a asentar las libertades civiles individuales, pero sin avances contra el Poder real o sin espíritu de demostrarlo; ni en una izquierda radicalizada, de consignismo vacuo, impávido, que insiste en dividirse y dividir toda probabilidad de lucha con efectos positivos para el bien de mayorías que no le interesan… En prácticamente nada de todo ese conjunto, con alguna excepción que siempre corresponde, se formula un modelo audaz de capitalismo socialmente inclusivo. O, siendo que hablamos de capitalismo, lo más inclusivo posible.
La pregunta de si acaso pasa algo diferente en un mundo regido por la victoria del neoliberalismo, tomados países en estadio de desarrollo intermedio similares al nuestro, tiene la respuesta de que Argentina ofrece condiciones comparativamente insuperables para despegar.
Lo del manual: territorio extenso plagado de recursos naturales, poca población, enorme potencialidad científico-técnica, un dinamismo cultural impresionante, vigencia de derechos gremiales todavía irrenunciables en conquistas históricas que no se consiguen así nomás ni mucho menos en todas partes (obra social y aguinaldo, más los tejidos que protegen hacia abajo así sea a los tumbos).
Sin embargo, pareciera que no hay nada que hacer con el viejo adagio de que tenemos clase dominante pero no dirigente (y sectores dirigentes del “campo popular” que relatan al Poder, pero solamente lo disputan en la retórica).
El tremendo problema de esa característica nacional es que –gravemente reducida la potencia del peronismo/kirchnerismo y comprobada la inutilidad distributiva de un partido de derechas que por fin pudo gobernar democráticamente como tal, sin militares ejecutores– sólo quedaría el creciente no creer en nada de unas mayorías expedidas a varias bartolas. De fascistas de mercado. Del individualismo, como factor imposible de salvación. De la violencia aumentada en las actitudes cotidianas.
Por eso es más necesaria que el agua la aparición o reaparición de algún elemento que renueve una mínima esperanza de trazado colectivo.
Entra allí el triste espectáculo que está dando lo que aún se llama Frente de Todos, en donde parecen ejercer la militancia de hacerse pelota con un nivel de claudicación, que ésa es la palabra y mucho más con las fieras acechando, ante el que no debe tenerse temor de citar sus componentes narcisistas.
Es un enorme yerro, propio de quienes no tienen formación ideológica, desconsiderar la influencia política de las actitudes individualistas.
En el FdT, que todavía está o estaría a tiempo de no considerarse exterminado, esos aspectos (los de la mostranza de quién tiene más larga la capacidad interna) no son de dominio único. Pero sí son una parte fundamental.
¿De veras la discusión de fondo es por cómo apropiar más eficazmente la renta extraordinaria de que siguen nutriéndose los actores de la agroexportación, la industria y los oligopolios que participan en la formación de precios?
Ojalá lo fuera.
Si fuese así, ¿cuál es la alternativa que plantea el “cristinismo”? ¿Y cuál la del “albertismo” –en algunos círculos se/lo llama “fernandismo” – que no sea seguir en la lógica de tener un millón de amigos?
¿Serían tan amables de explicitarlo públicamente, en vez de recurrir a los off con los periodistas; a los house organ de prensa de cada bando; a las chicanas, sí, públicas que extasían a los aplaudidores; a los cálculos de cuánto tengo en el conurbano, o cuántos son los gobernadores que adelantarán sus elecciones para fugar de la imagen nacional del Ejecutivo; a los divagues sobre si el 2023 ya está perdido o si todavía hay 2023 por obra y gracia del diálogo interminable?
Lo que pragmáticamente se conoce de quienes adhieren a la dureza discursiva de la izquierda del FdT es, en lo básico, el reclamo de aumentar las retenciones agropecuarias, para hacer frente a necesidades de ingresos fiscales que se dirijan a paliar el drama de la canasta de alimentos. Casi nada más.
Y lo que objetivamente se observa en el Ejecutivo es la inacción. Como muchísimo, trasciende que en una de ésas habría cambios de nombres en el Gabinete junto con versiones de bonos salariales e impuesto extraordinario a la renta “impensada” (guerra en Ucrania, de la que el Presidente y el ministro de Economía no se ponen de acuerdo sobre los números de su alcance…).
¿Qué es lo que quiere hacer Alberto Fernández? ¿Actuar por las suyas sin consensuar con CFK, en la presunción de que la economía marchará bien más temprano que tarde? ¿Y Cristina qué quiere hacer? ¿Explicar como los dioses que el Gobierno no es el Poder y terminar cerrando qué y quiénes (¿Massa? ¿Redrado?) a efectos de resolver la tensión interna?
A ver: es imposible que la inflación baje sustancialmente de la noche a la mañana, pero puede acelerarse lo que de hecho sucede –acuerdos rápidos, vía paritarias– en el sector en blanco; la malla de protección sobre los más sumergidos estaría controlada; es espantoso, pero que las fuerzas de trabajo se suman empobrecidas al mercado laboral está transitoriamente asumido; los números macro de la economía se cerraron tras el acuerdo con el Fondo, con lo de la pelota revoleada, y hay tranquilidad cambiaria.
Es decir que si la política, la del Gobierno, la del FdT, se pusiera de acuerdo en aprovechar en vez de matarse, para ir reconstituyendo los ingresos populares con la urgencia irrenunciable, sería factible que lo de las expectativas mejorara.
Pero no.
Prefieren matarse en público.
Eso se llama falta de grandeza y no hay derecho a seguir implementándola.
Si quisieran, les queda espacio para corregir y darle un para qué a la unidad. O aunque sea a la unión, visto lo que se viene si no hay ni una cosa ni la otra.
¿Quieren?