Camille Claudel pasó gran parte de su vida en un manicomio por querer ser escultora y vivir intensamente la creación. Su amor por August Rodin, artista de la época, casado, fue también uno de los motivos que la enfrentó a la sociedad. Camille dejó un legado artístico de su mundo femenino en lucha y echa luz en la actualidad. Tanto que al ver la obra Camille, la maldita, escrita por Hugo Barcia, dirigida por Manuel Callau y protagonizada por la inmensa Zuleika Esnal (que llena el escenario con sus gritos desgarradores contra las injusticias y el patriarcado), parece que mucho de lo que dice bien podría ser un análisis de estos días. La obra se puede ver los lunes a las 20.30 en El Tinglado Teatro (Mario Bravo 948).
"La idea de la obra nació por encargo de una amiga actriz y yo me resistí al principio porque nunca había escrito por encargo", cuenta Barcia en diálogo con PáginaI12. Pero el tema le resultaba muy atractivo. "Y del primer rechazo pasé al tema de la duda y de la pregunta '¿cómo voy a hacer esto?' pasé a preguntarme '¿por qué no?'. Entonces, ahí empecé a empaparme más de lo que yo conocía de Camille Claudel. Es una historia extraordinaria, trágica por supuesto, muy dolorosa. Pero me interesó escribir pensando en defender a esa mujer, aunque sea en forma supuestamente tardía porque ya pasaron más de setenta años de su muerte, más de cien años de su calvario". ¿Cómo se puede defender a alguien que está muerto? "Sí, se puede defender su memoria. Nosotros, particularmente los sectores del campo nacional y popular, defendemos mucho el tema de la memoria. Para nosotros es muy importante poner las cosas en su lugar así sea un siglo después. No importa".
-¿La historia de Camille representa la histórica y sistemática discriminación a las mujeres?
-Sí. Y a los humildes y a los pueblos sometidos del planeta. Significa todo eso la historia de Camille, porque los mismos estragos que han hecho Rodin, su hermano, su madre y la discriminación que sufrían las mujeres, en general, y las mujeres artistas, en particular, los siguen sufriendo los pueblos humildes del planeta. Como dice la misma Camille Claudel: “Hay fronteras que ni las mujeres ni los mendigos ni los países repletos de pobres podemos atravesar”.
-Muchas mujeres se sentirían abatidas ante tantos rechazos e injusticias. Sin embargo, Camille se rebela. ¿En algún aspecto tiene características de mártir pero también de heroína?
-Por supuesto. El primero castigo fue declararla loca, insana, siendo una mujer que quería esculpir sus obras en libertad. Además, experimentó la libertad de salir y ser la amante de un hombre casado como Rodin. Eso le costó la cárcel de dos manicomios, donde pasó la mitad de sus días. Ella podría haber dejado de ser quien era, convertirse en una esposa aplicada de algún señor que no amaba, dejar de pretender esculpir desnudos, aburguesarse, dejar de lado del rebelión y preservarse de sufrir más de treinta años de esa cárcel en dos manicomios. Ella podría haber resignado ser quien era para salvarse de eso y, sin embargo, no se resignó.
-¿Crees que es un personaje típico de esa época o qué aspectos encontrarías ahora?
-No es una obra que yo piense que sea atemporal. Yo creo que es un grito que pretende liberar a una mujer que vivió estos tormentos hace más de un siglo pero que son los mismos tormentos que siguen viviendo las mujeres hoy: siguen siendo abusadas, no ganan los mismos salarios que los varones. Me parece que no ha desaparecido el drama.
-En relación a lo que decís, ¿cómo puede resignificarse esta historia en pleno siglo XXI con el empoderamiento de las mujeres y la lucha contra el patriarcado?
-En primer lugar, es la lucha por la conciencia porque lo que hemos avanzado no es en la desaparición de las agresiones, mutilaciones, abusos, violaciones. Eso no ha desaparecido. Lo que sí ha crecido es un grado de conciencia mayor respecto de a qué se le pone el foco. Después, hay mucha tarea por hacer.
-¿Qué puntos de conexión tiene el pensamiento de Camille con el tuyo?
-Cuando escribo un personaje, sea del género que sea, yo soy ese personaje. Una colega me dijo: "Si yo no hubiera sabido que escribiste esta obra de teatro, habría supuesto que la escribió una mujer". Cuando escribo Camille, la maldita, yo soy Camille. Entonces, me identifiqué tanto con el personaje que sentí sus dolores. Y, de alguna manera, ahí es donde se vincula la lucha de ella con la de los humildes o con todos los que vivimos en un país dependiente como éste. Es la misma lucha. No es una lucha solamente de género. Lo dice también el personaje: "La lucha no es entre hombres y mujeres sino contra todo sistema de poder". Con eso me siento totalmente identificado porque todos somos avasallados. Esta obra es un aporte a la lucha contra el patriarcado, contra el imperialismo, contra la injusticia social, contra los pueblos sometidos. Es un grito desesperado contra todo ese tipo de injusticias. Y, además, yo perseguí una reivindicación metafórica. Con esta obra conseguimos algo todos los que la hacemos: ir al rescate de una mujer y liberarla aunque sea metafóricamente. La sacamos de un manicomio y la subimos a un escenario porteño.
-¿Qué buscaste en la elección de la actriz y por qué te decidiste por Zuleika?
-Sentí la vibra. No conocía a Zuleika cuando había escrito Camille, la maldita. Me la presentó un amigo, Mario Sadras. Me junté con ella una tarde de invierno del año pasado. Le sentí una vibra especial. Después, también vi cosas filmadas de ella, pero Zule tiene una personalidad frágil y potente al mismo tiempo. Es muy poderosa.
-¿Cómo reacciona el público ante la intensidad que ella expone? ¿Valora ese "poner el cuerpo" que hace?
-Con esta obra me ha pasado una cosa especial. No es la primera que pongo en escena. Por experiencia, en el teatro, depende del público del día la reacción que va a tener. No todos los públicos reaccionan de la misma manera. Con Camille, la maldita se da el fenómeno de que parece que siempre fuera el mismo público el que va a ver la misma obra porque todos reaccionan de la misma manera: con un silencio de misa durante la hora y piquito que dura la obra y con una explosión al final aplaudiendo de pie. Es tan llamativo el estruendo de la ovación al final como el silencio. El silencio también es abrumador.