Desde Barcelona


UNO Rodríguez ya demasiado tiempo ocupado por cuestiones como Bucha y cercanías. Vladimir vs. Volodímir, o la guerra que se suponía relámpago pero que va para diluvio o para una de esas lloviznas que no cesa y que acaba siendo, por acumulación, un diluvio en cámara lenta y larga (ya definida por alguien no como una en camino Tercera Guerra Mundial sino "La Verdadera Primera Guerra Mundial"). Y tal vez para buscar distraerse de tanto otro conflicto armado y refugiados surtidos con menos rating y de que la ONU haya advertido de que "la humanidad es infeliz" y de que "seis de cada siete personas ya sentían incertidumbre y ansiedad antes del covid 19" (ahora esas mismas personas están un poquito más angustiadas e infelices de lo que ya estaban y probablemente ya sean siete), Rodríguez sopesa posibilidades para encontrar felicidad que no sean cachorritos o revólveres tibios. Esa felicidad que (según Mahatma Gandhi) se alcanza cuando lo que uno piensa y hace coexiste en armonía y consciente de que (según William James) la acción no siempre traerá la felicidad, pero no hay felicidad si antes no hay acción. Esa felicidad que (según Marcel Proust) debe hacer sentirse agradecido con aquellos que la propician porque "son los encantadores jardineros que hacen florecer nuestras almas". Esa felicidad que (según Ernest Hemingway) es la cosa más rara en personas inteligentes. Esa felicidad que (según Mark Twain) es "algo imposible de emparejar con la cordura".
Por razones de salud mental, Rodríguez se queda con Gandhi y James y Proust y a ver qué hace y cómo le va.
DOS Porque entre las diferentes e infecciosas variantes de lo feliz en el catálogo de la felicidad (el sistema Pantone no se pone de acuerdo en cuanto a si el color que mejor la simboliza es el azul o el amarillo; mejor amarillo, decide Rodríguez, porque azul en inglés es blue) Rodríguez opta por lo religioso, por pasar a la acción y por, de nuevo, lo literario como forma de recuperación del tiempo perdido.
Lo primero que descarta, claro, es el creer en un Ser Superior al que rezar feliz por el que lo haga feliz. Pero no es fácil, le cuesta: Rodríguez creyó en Dios por automática obligación durante su infancia, dudó en su adolescencia, confirmó su inexistencia en su temprana madurez y, desde entonces, se siente estafado pero sin oficina donde reclamar. Tal vez Gandhi lo tenía más fácil porque contaba con muchos dioses (algunos amarillos y algunos azules) entre los qué elegir y siempre en elásticas posiciones más cercanas al Kama Sutra que a las acalambrantes genuflexiones del catecismo. Y lo cierto es que volver a ver esta Semana Santa a todos esos cófrades lloriqueando en Sevilla porque les llovió en su "Día Grande" y no pudieron salir en procesión para postrarse ante el paso del Jesús del Lanzazo en el Costado y las Llagas en la Frente con Ojos Volteados al Cielo del Santísimo Selfie o algo por el estilo (y dónde quedó eso que Yahvé advirtiendo que "No harás escultura ni imagen alguna de lo que hay arriba en los cielos, abajo en la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque yo, Yahvé, tu Dios, soy un Dios celoso"). Y mejor ni siquiera sacar el tema de esos sacerdotes encubridores de otros sacerdotes pasionalmente predicando eso de que los niños se acerquen a ellos para que adoren sus non-sanctas reliquias.
Lo segundo, lo de pasar a la acción, le hace pensar en cultivar su físico cada vez menos moral y cívico y más histórico. Y, sí, se imagina pasar por Decatlón y equiparse para llegar a la Carretera de les Aigües y correr como alma que lleva el Diablo (esquivando ciclistas que se creen en el Tour de Francia y jabalíes y turistas). Y, enseguida, descarta eso y se dice que, si el Diablo se va a llevar su alma corriendo, mejor ser un desalmado tirado en el sofá de casa.
Lo tercero es Proust, claro: volver a leer ese milagro de oruga (y no mariposa) social encerrándose en su propio capullo para iluminar la más magistral obra maestra. En noviembre se cumplirán los cien años de vida de su muerte y ya se están preparando reediciones y columnas de opinión. Y Rodríguez no cree que lo vaya a leer entero; pero ya fue picoteando un par de epistolarios (correspondencia con su vecina Marie Williams y aquella otra con el crítico y editor Jacques Rivière a quien Proust, a medida que pasan las cartas, va proustituyendo y contagiando manías y fobias). Y ahí tiene esos prácticos destilados/desgloses temáticos de citas de la Recherche donde, a la altura de Felicidad, se lee: "Lo que nos hace tan dichosos es la presencia en el corazón de algo inestable que nos apañamos continuamente para que dure y de lo que no somos ya casi conscientes en tanto no se mueva del sitio" y "el hecho de especificar en la imaginación los rasgos de una felicidad depende más de la identidad de los deseos que nos inspira que de la precisión de las informaciones que de ella tenemos" y "La felicidad es la prolongación, la multiplicación posible de uno mismo". Así, inestable, duradero, informado, duradero, posible y...
TRES ...finalmente sin moverse de su sitio, Rodríguez descubre en sí mismo que tiene no la felicidad pero sí algo que distrae del no tenerla al alcance de la mano y del dedo. Y, sí, la felicidad también puede ser esto, así: hoy arranca última temporada de Better Call Saul. Y a modo de precalentamiento, Rodríguez revisó momentos estelares del pasado, algún episodio de Breaking Bad, y comenzó a ver esa variación sobre el mismo aria que es Ozark y que nunca había visto. Las tres, series sobre tipos primero infelices que descubren la felicidad a partir de la infelicidad y --por el camino y trabajando muy pero muy duro-- su condición de malos mucho más buenos que cuando eran buenos a secas y sin mojarse nunca. A veces pasa. Y a modo de enjuague moral, Rodríguez también ve --maratón para el que no se necesita calzado deportivo especial-- toda la segunda temporada de la sitcom argentina Casi feliz. Y lo cierto es que a él le produce casi la misma felicidad que Friends y con Seinfeld. Casi, dijo. Pero también es verdad que Casi feliz les gana en sentimentalismo bien entendido (y aún mejor guionado). Y gran mérito: el primer "boludo/pelotudo" como insulto sagrado se oye, mortales, recién (todo un récord de contención para producto argentino) a los 13 minutos con 13 segundos. Y se lo vuelve a oír varias veces a lo largo de los ocho episodios; pero siempre queriendo decir nada más que eso y no absolutamente todo. Y Rodríguez se ríe mucho con el hermano publicista Gastón. Y la casi ex pero nunca del todo Pilar se parece tanto a lo que hubiese sido su prima porteña Mirta de no haberse muerto. Y en un momento de Casi feliz alguien pregunta "¿Esto es verdad o lo dice para hacerse el gracioso?"; y le responden: "No: es triste, pero es verdad". Y alguien disculpa una acción corrupta con un "Corrupción es no permitirse ser feliz". Y Sebastián es verdaderamente un buen tipo (no trabaja tanto como Jimmy "Saul Goodman" McGill y Walter "Heisenberg" White y Martin "Marty" Byrde aunque, como ellos, es también un "hombre de familia").
Y por eso su felicidad fue y es y será, siempre, casi.
Y, claro, ser casi feliz --aunque no lo diga la ONU-- es también estar casi triste.