Para la mayoría de los músicos, la pandemia fue una suerte de condena que los alejó de los escenarios. Acho Estol ya los venía esquivando cuando podía –a varios recitales de La Chicana mandó un reemplazo para su guitarra-. Para él, en cambio, la pandemia significó poder dedicarse a producir discos. La mayoría, ajenos, pero también el inminente Estar ahí, su sexto disco solista. “Me quedé manija con esa idea de que uno puede producir los discos mientras hacés algo para un cliente u otro. Es más conveniente para mí que compartimentar por meses. Y también la idea de sacar un disco sin presentarlo, sin luchar con la idea del vivo”, explica a propósito del álbum que, paradójicamente, habla mucho sobre estar presente.
“Con muchos años de gira a cuestas, el escenario es una interrupción para quienes nos gusta trabajar adentro, la pandemia me dio un lugar más cómodo aún para eso”, entiende el compositor. Si el último disco de La Chicana (Hikikomori, que significa “los encerraditos”, acota Acho) fue grabado casi enteramente por la dupla con aportes a distancia de distintos invitados, Estar ahí es fruto de que los colegas pudieran, efectivamente, “estar ahí” en el estudio para grabar.
Así, Estol sumó a Alejandro Montaldo en piano y bandoneón, Carolina Rodríguez en violín y viola, Paloma Schachman en clarinete, Sasha Martínez en oboe, Cristian Basto en contrabajo, Gustavo ridilenir en saxo, Andrés del Puerto con guitarra gipsy, Vanessa Alanis con el kazoo, el fueye de Patricio Bonfiglio en “La bestia potenciada” y Patricio Alvarado en clarón. Él mismo grabó un sinfín de otros instrumentos (porque las texturas características de Estol siguen ahí, aunque sea un disco más claramente tanguero que otros que llevan su firma). Para las voces y coros convocó a Cucuza Castiello, Daniela Horovitz, Mamba Malí y Natalia Bazán, quienes cada uno a su manera realzan los ánimos de cada verso de Estol, que apenas reserva para sí la voz protagónica en cuatro temas: “Los distintos”, “Estar ahí”, “La pesadilla” y “El ramo”.
-Ya en ese disco de La Chicana que no llegó a redes, Puro tango, la propuesta volvía a discos más tangueros que “fusión” o con ritmos eclécticos. Estar ahí parece seguir esa línea, ¿no?
-No lo pensé así, pero también depende qué quiera decir fusión, que es un término polémico. Creo que mis tangos son parejos en cuanto a novedad y clasicismo. Tengo un estilo personal y la combinación de sorpresa y esperabilidad la mantengo pareja. Lo que no mantengo parejos son los géneros que se juntan en los álbumes. No sé si es fusión, es más... ¡cachivache! Soy propenso a que haya un tango, una zamba, una chararera, un lo que sea, y eso llevó a que muchos de los últimos discos tengan un tango. Este disco tiene más.
-¿Cómo fue esa selección del repertorio, entonces?
-Tres temas ya existían. Uno de Charly García y dos autocovers. De los temas nuevos, la mitad son de este año o resabios infinitos de la vida, de Folkenstein, o que porque se parecía a otro no quedó, como el valsesito “La previa”. Pero la idea que busca la gráfica, es que hay una idea, una reflexión pospandémica. Estar ahí ya habla de la presencialidad. Es “estar ahí” en todo sentido: físicamente, el mindfulness, el carpe diem que la pandemia nos enseñó a filtrar mejor cuándo salir, con quién, cuándo quedarte, cómo. Fueron dos años pensando muy bien si salimos, a dónde. Y eso tiene que ver con el amor, cuánto y cómo uno se divierte, cuánto podés estar solo con tu trabajo, si te divierte. Por ahí un novelista encontró su vocación y que se tiene que quedar encerrado para escribir, que está bien salir una vez por semana.
-Mencionás las reversiones, ¿por qué necesitabas volver sobre esas canciones?
-“La bestia potenciada” es una vieja fantasía. Desde que la escribí hay pensamientos que volvieron y volvieron. ¿Este tango es masculino o femenino? ¿Ying o yang? ¿Lo tiene que cantar Lola (Dolores Solá, cofundadora de La Chicana) o lo guardo para otro proyecto y que lo cante un chabón? “La bestia potenciada” fue el primero, junto con “Mi involución”, que pensé “lo tiene que cantar un varón”. Pero le gustó mucho a Lola y entonces quedó. “Mi involución” no. En 2009 salió “Mi involución” cantado por el Chino y después de muchos años de cantarlo con distintos músicos, y que muchos lo canten sin mí, me di cuenta que siempre eran varones, y que yo sin darme cuenta me había pasado 25 años escribiendo para que cante una mina. Que todos mis tangos al final, por más masculinos, ying, yang o lo que fueran, los había cantado Lola, salvo algunos. Que los quiere cantar igual. Así que “Mi involución” era una cuenta pendiente para hacerlo en voz femenina. Me faltaba la sensibilidad femenina de Mamba Malí ahí, una chica de San Isidro que no está en el circuito del tango.
-¿Y “Para quién canto yo entonces”?
-Ese forma parte de la ‘Suite Generis’, un invento de Cucuza Castiello. Un día me llamó porque estaba grabando el disco de La Menesunda y me dijo “quiero hacer con vos un tema de Charly”. Yo tenía la idea de hacer un cover del disco entero de Instituciones. Sí, un manija mal. Cuando me dijo eso hice tres temas para que él eligiera. Eligió “El tuerto y los ciegos”. “Para quién canto yo entonces” quedó ahí y el último es “Pequeñas delicias de la vida conyugal”, que está a estrenar, veremos cuándo. Pero la Suite sigue creciendo, y creo que vamos a terminar haciendolo entero Instituciones.
-Hay algunas canciones con la familia involucrada. “Los distintos”, “La fiesta”. No era tu tema más habitual.
-Son matices de la marginalidad, por ahí. Ese sí es un tema habitual en mí, cierto tipo de apropiación cultural o social. Entonces puedo contar una historia de una niña de la calle, como “Rosita”. Pero eso también viene de algo personal. En mi familia de científicos e ingenieros, muy serios, yo era el marginal. Yo que apuntaba para muy serio, e incluso estudié ingeniería química cuatro años y hasta fui ayudante en la facultad, me dediqué a la música.
-¿Cómo fue ese cambio de rumbo?
-Un viaje iniciático. Pude ganarme la vida con la guitarra y ahí entendí que no era obligación ni la facultad, ni la vida laboral normal y ni siquiera la investigación científica. Yo encima me hubiera dedicado a la física teórica, un embole en el que no pasó nada en los últimos 30 años. No me arrepiento de la ingeniería, pero tuve la suerte de abrirme a tiempo, de poder trabajar en cine y artes visuales, en gráfica, y de muy jóvenes encontramos el camino de la música. Ahí tuvimos mucha suerte.
-¿Por qué “suerte”?
-Era la época en que la industria existía, vos sacabas un disco y recuperabas la plata. Tocabas en vivo, había giras, el mundo estaba mejor. Antes de la crisis de 2008 había presupuesto y te invitaban a festivales. Las embajadas te recibían, o te daban un pasaje. Hoy los músicos se pechan para conseguir un pasaje de Cancillería. ¿Una gira, un tour manager que te la organice? No, la organizás vos hacíendo couch surfing de un amigo al otro, y tampoco podés recuperar el disco vendiéndolo allá, como hacíamos nosotros. Hoy veo a los jóvenes y qué trágico, qué difícil el panorama, ante un panorama donde lo masivo está tan banalizado... hay una polarización entre lo masivo y lo artístico, que las redes ayudan a difundirlo, pero es difícil. Sobre todo para el tango, que es casi un culto.
-Volviendo a las imágenes poéticas del disco, sí volvés a la dicotomía campo / ciudad, entre irte a la mierda y meterte a fondo en el quilombo, que ya estaban en clásicos como “Nos tenemos que ir” o en el disco La pampa grande entero.
-Es que ya no es una metáfora. Es una realidad del cerebro más reptílico. Cuando salgo a la naturaleza y huelo el pasto ya pasa algo neurológico. Todos sabemos lo que nos hace la ciudad y lo que nos hace el campo. Ya ni es metonímico, es escapista: el campo es la droga que necesitamos y reemplazamos con psicoanálisis y psicofármacos, pero el campo es la tierra prometida, más en la Argentina, donde el tango mismo desciende del campo, de los gauchos que vinieron a enajenarse a la ciudad. Entonces esa vuelta al sonido del pajarito es un alivio, tiene una autenticidad, una raíz, que toda la música urbana con bocinazos de fondo no te da esa misma paz.
-Y volvés.
-Volvés porque no te queda otra. La vida social, la familia. Los que somos de la ciudad, originalmente, además, ya estamos. De chico pasé tiempo en el campo, pero nací en la ciudad y soy un adicto como cualquiera. Corren colectivos por mis venas. Pero cuando puedo, trato de ir. Además, si lo económico no es un obstáculo, hay que aprovechar mientras aguante la salud. Con la edad se hace más difícil el camping, o las montañas. Por eso siempre a los músicos de gira les recomiendo quedarse tres días más. Porque después vas a China, tocás, volvés, comés el guiso de tu vieja, descansás y te preguntás “¿por qué no estoy en China?”. Entonces mientras sos joven, digamos... menos de 70, aprovechá.
-¿Qué sigue ahora, en lo solista o con La Chicana?
-¡El tercer apocalipsis! El próximo disco, diría. A mí la pandemia me enseñó que Buda se ríe de los planes de los hombres. Todos esos refranes son ciertos. Está bien planear y programar cosas, pero en este momento tiendo a tener muy fresca la impronta de que no se planea. Se hace. Yo no planeé este disco. Terminó Hikikomori y tuvimos la suerte, sin tocarlo ni una vez, que salió en la Top of the world y 10.000 CDs salieron con un tema mío. Eso era impensable. Así hice Estar ahí. Fui haciendo y un día estaban los 12 temas. Bueno, ¿qué falta? ¿La gráfica? Tengo un amigo fotógrafo. Listo. Además en la pandemia la gente se puso más flexible. Improvisa más. Hay más espontaneidad. Yo pienso seguir apoyando mi música, pero no hago planes.
Una letra
Nací en el cuarto del fondo
en la cuna olí el jazmín
los fractales del verdín
Y la cintura del lodo
Me hicieron aprender todo
Sin moverme del jardín
lo único que hace falta siempre
es estar ahí.
Yo no adolezco de tiempo
para leer un pasquín
pongo todo en el jardín
en la ignorancia está el pienso
en la semilla el comienzo
y en las flores esta el fin
lo único que hace falta siempre
es estar ahí.
Matar insectos, regar los injertos
solo hace falta estar ahí
pasar inviernos con flores adentro
solo hace falta estar ahí.
Lo que se sabe del mundo
en la tele ya lo vi
desde el jardín lo desmentí
para entender que las migas
van y vienen como hormigas
solo falta estar ahí
lo único que hace falta siempre
es estar ahí.
("Estar ahí", Acho Estol, 2022)