“A finales de noviembre del año 2008, Don Sosa y La Grace viajaron al santuario de la Difunta Correa en Vallecito, a menos de cien kilómetros de la ciudad de San Juan. Todavía no había amanecido cuando La Grace puso en la canasta de mimbre el termo con agua caliente y el equipo de mate, los scones que había horneado el día anterior para comer durante el viaje, los sánguches de milanesa, la conservadora de frío con gaseosa y unas latas de cerveza para Don Sosa, y, dentro de su cartera, una medalla de plata que me habían dado en la escuela por ser buen alumno”, así empieza el primer cuento "Gracias, Difunta Correa", de Soy una tonta por quererte (Tusquets), el nuevo libro de la escritora cordobesa Camila Sosa Villada. De sus escritoras favoritas, de cómo piensa y construye sus universos ficcionales, del rol de la editora, de su infancia y adolescencia y su relación con el teatro, además de por qué elige vivir en Córdoba habló SOY con Camila.

¿Qué te gusta leer?

--Por lo general leo muchas mujeres, me cuesta leer a varones, no por una cuestión decidida arbitrariamente sino que siempre me pasó lo mismo: me gusta más cómo escriben las minas. Mis favoritas fueron Alice Munro, Sharon Olds, Djuna Barnes, más latinoamericanos me gusta García Márquez, Lemebel, Lorca, de mis contemporáneas me gusta Enríquez, hay una poeta cordobesa que se llama Laura García del Castaño que también me parece una gran poeta. Estoy enganchada, la descubrí el año pasado a Vivian Gornick, ahora estoy con La mujer singular y la ciudad y me gusta mucho, Joan Didion, también me gusta, las narradoras me gustan y por supuesto Marguerite Duras, creo que es mi preferida entre todas.

¿Cómo hacés para narrar "No te quedes mucho rato en el guadal", de esa manera, no diciéndolo todo? Está en Soy una tonta por quererte y habla de un nene que vive con su padre, alcohólico y violento, y su hermana. Su mamá se fue de la casa para escapar de la violencia. Y la vecina, la única que intenta protegerles, le regala un perrito.

--Con ese cuento en particular tenía un par de imágenes en la cabeza, una era el nene sentado al vacío con el perro, otra era la mamá trepada arriba de los árboles escapándose del marido que le pegaba; el personaje de la vecina me gustaba mucho, casi que arrancaba por ahí el cuento, esa vecina entre protectora, la única que le puede hacer un poco de frente a ese padre tan particular. Y en algún momento, Lili Viola, la editora, me dijo algo así como que él sabe que es muy malo con los hijos y eso me dio una perspectiva de cómo era él porque además no se dice mucho y no se termina de saber, sólo ese nene es el que sabe y puede llegar a reconocerlo en algún momento de su vida. Es importante también cómo el paisaje y una determinada forma de vida, dicta las acciones. El paisaje va determinando qué tipos de acciones van a tomar. La escuchaba a la Martel sobre cómo el cine estaba tomado por la clase media y ella hacía la comparación de cómo contar un baño en el cine en una familia pudiente y en otra que no lo es. Y ella decía que por lo general, la persona va al baño, abre la ducha y sale el agua caliente y ya está resuelto, pero si la persona vive en una villa miseria y tiene el agua a dos cuadras y tiene que ir a buscarla con dos baldes, volver, calentarla, se baña con un jarro... en fin, todo eso me parecía una buena orientación para estos cuentos.

Me quedé con ganas de seguir leyendo, como si los cuentos pudieran convertirse en novela en algún momento...

--Sí, algunos críticos han dicho que tienen consigna muy de novela. Ese punto en el que una vida se termina, que es el punto del horror, tiene que pudrirse algo para que nazca otra cosa. Eso que pasa esa noche en esa casa realmente es como un punto final, al menos para ese nene y para esa nena que también lo ve. Tiene que pasar tiempo, tienen que crecer, tomar distancia. Otra de las imágenes que tenía con ese cuento es la nena cosiendo las bombachas que es otra vez esto de qué tipo de acciones son las que dicta la pobreza y qué tipos de acciones, las clases altas. Porque en el otro cuento de la mina que se alquila para ser novia de sus amigos ("Mujer pantalla"), tienen otros problemas, pero las acciones describen a los personajes: la de la madre tomando tequila y jugo de naranja por la mañana. Ella de fiesta en fiesta, de restaurante en restaurante, trabajando para su papá. Me fascinó La ruta del tabaco, de Caldwell, quedé fascinada por cómo se describían las acciones en esa novela. Cuando leo a O’Connor, a Carson, la vida era tan precaria como lo sigue siendo en la pobreza.

Sosa Villada gusta de las escritoras mujeres: Gornick, Duras y Didion están entre sus favoritas


La identidad trans

Y no se cuentan tanto en nuestra literatura, salvo con la novela de Dolores Reyes Cometierra...

--En mí caso, ese foco fue siempre el mismo. Ahora me doy cuenta de que es una inteligencia también, no es sólo por venir de esos lugares, sino que me resulta más interesante. Lo mismo que hablar sobre las travestis, no es que yo esté haciendo artivismo, o que esté intentando cambiar el mundo o que la identidad me pese tanto. Porque viste que la identidad es un tema bastante denso de llevar, sobre todo para las personas a las que se las acorrala todo el tiempo para que sigan hablando de su identidad. Yo no quiero denunciar nada, no me pasa nada, voy a la Feria y todas las mesas tienen que ver con las diversidades y parece que mi tema fuera ese y mi tema es que son personajes mucho más atractivos para escribir, me divierten mucho más. Lo mismo que el mundo de los animales, hace poco leí un libro que editó Cactus que se llama Qué dirían los animales si les hiciéramos las preguntas correctas, de una francesa que se llama Vinciane Despret, que es una genialidad. Lo interesante que son los animales para ser escritos.

Necesitamos encasillar, rotular...

--Y también es esto de las travas con las travas, los maricones con los maricones, las feministas con las feministas y quedan siempre los heterosexuales con los heterosexuales, salvo algunos escritores y escritoras, Enríquez es una, aunque de la catalogación de la que no puede escapar es de la del terror y ella se caga de risa con eso. En el teatro es diferente, en la literatura hay algo de estatutos y clasificaciones que me ponen bastante nerviosa. Muchas críticas dijeron que son cuentos autobiográficos, supongo que porque leyeron el primer cuento "Gracias Difunta Correa". Liliana Viola le dice el cuento-prólogo. Siempre hay una marca de identidad que si no te la hacés vos, te la hacen los otros y en un momento yo me di cuenta de que eso jugaba en contra, incluso para que otras escritoras travestis escriban y no piensen que sólo se puede escribir desde ese lugar y no haciendo mundos, haciendo ficción. Es como una encerrona, como una especie de acorralamiento que hacen por lo general, que además, conociéndolos es como una bajada de precio, una suerte de depreciación del material que vos producís y eso es súper fuerte y no he encontrado la forma de sacármelo de encima todavía. Cada vez que doy una nota intento dejar en claro algunas cosas, pero es difícil.

Describís ambientes y personajes que hablan por sí solos con sus acciones...

--Eso es la ficción pura, es hacer un mundo, meter a la gente a ese mundo, que paseen un rato por ahí y después salgan.

Y cada cuento tiene una narradora propia, un universo ficcional propio...

--Eso es algo que a mí sí me interesa de la escritura. Esto también se lo escuché a la Martel, ella decía que en La Ciénaga había puesto la cámara como si fueran los ojos de un nene por eso no había cámaras desde arriba o travellings y eso me sirvió para preguntarme qué lugar ocupo yo como narradora en esos cuentos y que no tiene que ver con la voz que está narrando, si es una primera, una tercera persona, si está más cerca, si está más lejos, si sabe mucho, si sabe poco, si sólo está describiendo, si además reflexiona o no, sino un sitio como en los teatros donde está el iluminador en donde también muchas veces está el director, como decir ese lugar que sólo me pertenece a mí y que tiene que ver conmigo como narradora. Por eso yo decía que cada cuento tenía que tener una narradora, como si fuera un personaje distinto cada vez, que a veces habla como si fuera parte de esa historia, en otros momentos está más distante.

Hay diferentes generaciones en este libro: el nene, la nena con la abuela, una mujer de mediana edad, otra entrando en la juventud, saliendo de la adolescencia.

--Y atraviesan diferentes epopeyas, una que escribe desde el exilio, otra desde el mundo de los demonios, de lo que perdura todavía como el de La Cotita de la Encarnación, con el lenguaje viejo del siglo XVII pero con el conocimiento más actual porque ha permanecido sobre la tierra. El de Billie Holiday con esa voz mexicana.

¿Y qué rol tuvo Liliana Viola, leí en otra entrevista en Página que vos no lo decías tan así pero yo pensé en que había tenido un papel casi psicoanalítico en la edición?

--Yo a la Viola la quiero y la respeto mucho. Ya habíamos hecho un trabajo con Tesis... y me había quedado enganchada con su manera de trabajar, por eso pedí que fuera mi editora. Ella tiene algo muy útil que es que sabe qué querés contar y qué cosas hacés para boicotearte y también dónde eso que vos querés contar empieza a cobrar un relieve y un brillo. Por el otro, es impiadosa, porque no te deja pasar una y el hecho de ser travesti hace que las personas muchas veces dejen pasar una cosa tras otra por más que estés diciendo una barbaridad, dicen bueno pobrecita, es travesti qué se le puede pedir y la Viola jamás. Siempre estuvo al pie del cañón trabajando concienzudamente conmigo y cuando tuve que decirme mirá este cuento no tiene ni pies ni cabeza, hay que sacarlo, o de este cuento lo que me interesa es este 30 por ciento, el resto no sirve de nada. Ella tiene una manera de ser que me gusta mucho, tuve a otro maestro en teatro, Paco Giménez, que también era impiadoso, con esa severidad de decirte estás equivocada, esto no se hace así, se hace de otra manera y eso es para agradecerle mucho a un editor, a una editora.

¿Entonces hubo cuentos que quedaron afuera?

--Hubo dos, uno para engordarlo más y que sea una novela y otro que salió del todo porque me aconsejó escribirlo todo de nuevo y no había tiempo.

¿Vamos a tener una próxima novela entonces?

--Sí, eso me entusiasma mucho, para cuento era muy largo.

La infancia en la escritura

¿Te acordás qué fue lo primero que escribiste cuando eras chica?

--Cartitas de amor a mi papá, a mi mamá, a la seño Laura, fracesitas, cositas muy chiquitas, poemitas. En 3er grado nos hicieron leer a Lorca y me animé a escribir poesía. Lo usaban para explicarnos comparaciones, metáforas. Y leía mucho. Colmillo Blanco, El libro de la selva, Viaje al centro de la tierra, los leía enteros, sin miedo. Me los regalaba mi mamá.

Sosa Villada es fan de la directora de cine Lucrecia Martel.

¿Y cómo fue la llegada al teatro?

--Me hacían actuar en la escuela y me gustaba, tenía buena memoria entonces las maestras confiaban en que iba a pasar y que iba a decir las cosas sin olvidármelas y siempre me pareció un lugar en el que las personas me respetaban, las maestras, los maestros, los compañeros; cuando me bajaba de ahí ya pasaba a ser otra cosa pero en ese momento yo me sentía a salvo actuando. En la secundaria empecé a hacer talleres, teníamos una profesora Norma Pellegrini que nos hacía jugar en el patio de su casa y cuando me vine a Córdoba empecé a hacer talleres en el centro de estudiantes de Comunicación.

Y ahora, ¿a qué le tenés miedo?

--A los nazis, a los libertarios. Hoy tenía que cruzar la calle y tenía todo en regla para cruzarla y se mandó una camioneta 4x4 gigante, blanca que se me tiró encima y me tuve que hacer para atrás de un salto porque me podría haber matado, esas personas que se sienten con derecho a todo porque el mundo les debe algo o tienen esa idea, o piensan que les corresponde algo que a las demás personas no, me dan mucho miedo. Me da mucho miedo la decrepitud, la miseria, algo que empezó a suceder con las ciudades también de verlas muy sucias, fallando constantemente. También me da mucho miedo el hecho de que no haya nunca personas del otro lado, que todo sea a través de redes, esa especie de desaparición del otro como interlocutor también es muy aterradora porque todo se está resolviendo de esa forma y eso puede fallar constantemente. Y le tengo mucho miedo a las enfermedades de transmisión sexual. Y hace poco me di cuenta que me había vuelto un miedo que no tenía que es el miedo a perder, generalmente me daba lo mismo, perder o ganar, no estaba interesada en ese rollo. Pero hace un tiempo me había comprometido en hacer un viaje y me costó tomar la decisión de decir que no y me asusté con las pérdidas que eso traería y fui igual. Y dije ah mirá, esto se llama tener miedo a perder algo y no quise perder nada. Mirá que no me pasaba, me han propuesto cosas que cualquier otra se hubiera muerto por hacer, trabajar con actores grosísimos y he dicho que no. Esta vez no me puse a mí como prioridad y eso es súper fuerte.

El robo está presente en varios cuentos, ¿por qué?

--Estamos acostumbrados a un tipo de ética que le cabe a quienes no deberían estar robando, como la clase política por ejemplo, esto de asfaltar 30 veces la vereda por año; para una clase social está bien porque ellos rigen su moral, sus destinos después de muertos pero hay otros mundos en los que robar una gallina para comer o un reloj para pagar el alquiler a alguien que se pasó toda la noche humillándote, no está bien. No nos ponemos nunca a discutir, pretendemos que sea lo mismo para todos cuando nada es lo mismo para todos.

Mientras terminamos la charla, y ante la pregunta de por qué sigue eligiendo Córdoba para vivir, Camila cuenta que por su ventana va cayendo el sol sobre las sierras: “Detrás de todos las moles de piedra hay un sol rojizo que se está encogiendo y otra cosa buena que tiene Córdoba es que sus chongos están muy a tiro, muy aceitados. En Buenos Aires me han dejado plantada hasta taxiboys”.