La salida de Viernes, Poesía reunida (1979-2021) (Nebliplateada, 2022) de Beatriz Vignoli es un acontecimiento literario que merece celebrarse. Las presentaciones son  una ocasión única y eso ocurrirá este sábado 23 de abril, Día del Libro, a las 19.30, en el Bar Labor (Venezuela 613), en la Ciudad de Buenos Aires. Antes y no lejos de allí, ese mismo día, de 15 a 19 horas, la autora participará con Daiana Henderson y Cecilia Pavón en una lectura convocada por la librería Witolda Libros en el marco del Paseo Federal de Libros en la Manzana de las Luces (Perú 272), actividad cultural organizada por Presidencia de la Nación, con micrófono abierto, feria de libros, sorteos y música en vivo. No se suspende por lluvia.

-En tu poesía reunida, más allá de los libros de poesía que has publicado, hay incunables, obras (casi) inéditas ¿cómo fue el trabajo de recuperar todo eso de un archivo selvático como dice Marina Maggi?

Fue durísimo. Siempre digo que es el tipo de trabajo que uno hace cuando ya está muerto, o que hacen otros por una si se tiene mucha suerte y parientes que no apelen al container. Marina, además del laburazo de archivo y de escribir un prólogo iluminado, hizo a través de su presencia y de su escucha una labor de sostén emocional, día a día, a lo largo de meses. No lo sabía, pero en terapia de los trastornos atencionales ese estar ahí acompañando en el hacer se llama “doble de cuerpo”. De ella aprendí la disciplina de la historia, que significa ‘tejido’: para escribir historia es preciso conectar memoria con documento, punto a punto, en una trama que salve los hechos del olvido. Y eso fue lo que hicimos y que ahora está en mi libro Viernes, gracias a la gente de Nebliplateada: la editora María Gómez que me dio todos los gustos con tanto cariño y la diseñadora Luisina García Cattáneo, que creó un objeto hermoso. Agradezco también a China del Río, que dibujó la ilustración de “Tálamo” (el libro inédito de 2021 que está contenido entre la poesía reunida), a Maxi Conforti por las fotos de portada y solapa, y a la gente que colaboró aportando materiales documentales y la digitalización de los mismos.

-En tu doble papel de poeta y crítica literaria ¿sentís que nadie se anima a escribir sobre tus libros?

-Muchos años pensé que no se animaban porque no les gustaban o les parecían malos. A mí me gustan y por suerte hay poetas, críticas y críticos que comparten mis gustos y escribieron sobre lo que escribo. No voy a hacer una lista completa ahora pero a algunos los nombro en el libro: Ricardo Herrera, Pablo Anadón, Sonia Scarabelli, Irina Garbatsky y muches más, y ahora Marina Maggi que escribió el prólogo y me ha leído mejor que nadie, en mi vida y obra.

-¿Cuál es tu método para escribir poesía?

-El del tango: “Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir, y al fin andar sin pensamientos”. Primero leo o escucho poesía y vivo mis experiencias, después converso con gente amiga contándonos esas cosas y al fin hago silencio. En el silencio, el poema viene solo.

-Hay en Viernes, además, algunas reproducciones de dibujos y obras plásticas tuyas ¿por qué incluirlas entre tus poemas?

-Incluimos solamente aquellas que hacían trama histórica o histológica con los poemas, las que se conectaban en ese tejido. Está el inspirador collage que me regaló Adolfo Nigro en 2009 y están las ilustraciones que dibujé para revistas subterráneas como Parábola (1980, órgano del PST tabicado, lo supe 20 años después) u Hojas dispersas, que dirigía Fedra Ferrucci en 1985.

-Hablas en tus palabras preliminares del libro que nunca escribiste, y que es de algún modo también el motor de la escritura, ¿cuál es tu relación entre la posibilidad y la imposibilidad de escribir?

-Para mí la idea de imposibilidad es un comienzo, es lo que me motiva. “Es imposible, pero…”. Si no siento el desafío es como que no me dan ganas de nada. Va contra toda lógica, no es algo racional sino emocional, pero siento la imposibilidad como el comienzo de la posibilidad. No empiezo a escribir hasta que no siento que se han agotado y vuelto ineptas todas las palabras. Es como un llanto. O una risa. Hay una raíz de llanto, o de canto sin palabras, en mi escritura.

-¿En qué genealogía de poetas te inscribís?

En la de los más cercanos, los de acá nomás: Beatriz Vallejos, Hugo Padeletti, Willy Harvey. A los tres los conocí y traté, más que nada a Willy. Las genealogías literarias, a diferencia de las familiares, se eligen. Elegí como ancestros a los poetas de Poesía Buenos Aires y a Alejandra Pizarnik. También a los beatniks. Y a esos grandes tatarabuelos, los barrocos: Shakespeare, Manrique… En mi familia tuve una abuela paterna poeta perdida y secreta, Elvira Fontá. Me enteré de que era poeta a sus 17 años recién en 2020 cuando un hermano encontró entre los papeles del archivo familiar una postal de Elías Castelnuovo donde la felicitaba por su poesía. Ah, y tengo mis hermanas literarias, escritoras de mi generación en Rosario y alrededores: la novelista Virginia Ducler y las poetas Silvana Sayago, Patricia Roldán y Adriana Borga, y tantas otras que no llegaron a publicar aún, como Celina Calderón o Emilce Machado o Graciela Taca. Y si tengo que nombrar una madre literaria, fue sin duda la generosísima Mirta Rosenberg.

-¿Cuánto influye tu enorme formación artística en tu poesía?

-No es tan enorme, me falta rendir materias. Influye porque me educó la mirada y el hacer. Del Traductorado aprendí que el lenguaje es un material sonoro; de Bellas Artes, que ese material sonoro puede ser esculpido, porque un poema es una escultura sonora. De la armonía y la improvisación musical, aprendí que el ritmo sirve para que esa forma pueda calcularse.

-Fuiste punk, ahora navegás en el activismo ambiental y en el feminismo ¿cuánto de la época inunda tu poesía?

-Fui stone mientras me dio la belleza adolescente; luego tal vez haya sido medio punk -más por rebeldía inconsciente, impresentabilidad natural y miseria que por pertenencia tribal- y no me considero una escritora feminista porque me parece que me falta formación teórica y militante al respecto, aunque igual me gusta que me lean ahora desde el feminismo. Me vuelvo bien punk de grande, de puro vieja insoportable. Saltar me gustó de toda la vida; el pogo y el rock son excusas. Si soy algo, soy una rescatadora urbana de plantas abandonadas y soy una editora feminista desde que fundamos con Julieta López “AlfonZina editoras”, que está por sacar otro libro. En ambientalismo no hago más que compost, jardines salvajes y regalarles ideas a mis amigues artivistas. Todo lo que hago es muy “hágalo usted mismx”; mis únicas prácticas serias son soñar y escribir. Ahí la época aparece pero suele venir antes. Cuando escribí sobre los “surfistas de tierra” en el poema “Surf”, no existía el monopatín eléctrico para ir a la oficina. Cuando en Ítaca (2004) reescribí dos cantos de la Odisea como un chat, no era consciente de que la vida entera iba a pasar por el chat 18 o 20 años después, o sea ahora. Una vez, en 1989, boceté unos diálogos donde unos desconocidos se contaban intimidades a través de una red de ordenadores en interfaz remota. Me pareció inverosímil y tiré todo. Todavía me arrepiento.