Si Paloma Suárez” (pa’ lo que guste mandar), el clásico de la televisión argentina que inmortalizó Nora Cárpena en los 80, tuviese su versión queer, sin ningún tipo de duda la protagonista sería Payuca. Igual que aquel personaje, llegó de un pueblo polvoriento de la provincia de Buenos Aires para conquistar la capital, y aunque sin trenzas ni canasta de mimbre al hombro, su nueva identidad hundió las raíces en reconocerse un poco pajuerana en ese recién llegada a la gran ciudad.

El arco que va desde vender hamburguesas en Avellaneda hasta ganar el premio ACE por su actuación en el Teatro San Martín, supera el guión de cualquier culebrón de la tarde. Y como buena heroína de telenovela, también se las vio bravas hasta llegar al presente que paladea hoy: bullying infantil, rebote en los castings y la infaltable pensión como decorado. “El primer año que me vine a vivir a Buenos Aires fue muy duro. Había terminado 5to. año y me vine a vivir con dos amigues a una pensión en la calle Sarmiento justo detrás del Teatro San Martín. No conocía capital, jamás me había subido a un bondi, y la primera vez que lo hice le di la plata al chofer sin saber que tenían máquinas expendedoras de boletos. Mis amigos desertaron a los pocos meses, yo pasé a un lugar más precario y sentí fuerte la soledad, pero había algo inalterable en mi deseo original”

Ese deseo empezó a amarrase muy temprano, cuando la identidad de género todavía no podía ni siquiera pensarse. Volviendo del colegio encontró una miniatura de la mujer maravilla descabezada. Entre fascinación y deseo, la volvió a armar, con la misma destreza con que construyó a las miles de mujeres que encarnó muchos años después cuando tuvo que animar las fiestas PLOP. Ese muñeco/talismán la acompaña hasta hoy, y fue signo de un devenir artístico que incluyó funciones de magia con familia de público, clases de circo donde estiró también el musculo de lo permitido para un pueblo chico, y un mundo interno de purpurina que la protegía contra la violencia de qué dirán, “no era plenamente consciente de lo que me sucedía ni me resultaba tan claro, como sí evidentemente, lo veían desde afuera. Quizás por eso recibía tanto hostigamiento”.

Tendría que pasar mucho tiempo para que llegue la revancha y vuelva al pueblo, ahora como madrina de la primera Marcha del Orgullo LGBTTIQ+ que se hizo en Pergamino.

Con padre sodero y madre portera de escuela, sin contactos en el medio artístico, poder concretar lo que tantas veces había fantaseado y parecía tan ilusorio como las escenografías que armaba con cajas de pizza en el patio infantil. Sin embargo, primero conquistó la noche de las fiestas porteñas, y después llegó, casi en simultaneo, a la televisión, “las fiestas PLOP y PUERCA fueron un espacio de mucho crecimiento, aprendizaje y experimentación donde trabajé durante 14 años. Fui descubriéndome como transformista y como performer. Adquirí mucha pisada escénica y gran seguridad para poder sortear todo tipo de inconvenientes desde la actuación, bailando, coordinando o produciendo”, recuerda.

Cuando trabajar en la noche se empezó a hacer cuesta arriba, llegó la oportunidad para tomar uno de los roles secundarios en Pequeña Victoria, la serie que puso a una trans como protagonista en el prime time. Ese mismo año, audicionó para un personaje en la el teatro San Martín, y se terminó quedando con tres, entre ellos el central de El siglo de Oro trans, la versión diversa de Don Gil de las calzas verdes el clásico de Tirso de Molina que concibió Gonzalo Demaría y dirigió Pablo Maritano en el Teatro San Martín, “entré al elenco con desventaja porque empecé los ensayos después que el resto. Fue un proceso muy complejo. Había estudiado verso cuando cursé en la EMAD, pero después nunca hice una obra que sea íntegramente recitada. Fueron casi tres meses de ensayos de martes a domingos, 6 horas diarias. No fue fácil mantener el ritmo, captar la atención del espectador y que logren comprenderte”.

El resultado de ese trabajo descomunal le valió un premio ACE y el elogio unánime de la crítica. “Cuando escuché mi nombre como ganadora de la terna, mis ojos se desorbitaron, o al menos eso sentí, mi corazón se aceleró junto a mi respiración, fueron unos segundos de shock, hasta que me paré y comencé a caminar hacia el escenario. No pude contener mis lágrimas y pude decir algo parecido a un discurso de agradecimiento. Es la primera vez que recibo un premio. Jamás había sido siquiera nominada en algo y menos aún en unos premios , tan importantes para el teatro. Es un gran reconocimiento a tanto trabajo que realicé, muy en especial, con Siglo de oro trans". Y lo estoy disfrutando con mucha emoción. Sentir que tu trabajo es valorado, observado y descubierto es un gran acompañamiento en esta carrera. Y te brinda más fuerzas para seguir apostando aún más en la creación de cada personaje o nueva obra”.

Si algo faltaba en este espiral ascendente era terminar haciendo un Shakespeare. Pero Payuca sabe que, desde aquel Pergamino natal hasta ahora, no hay sueño que le que quede grande. Próximamente estrenará una versión de “Julio Cesar” dirigida por José María Muscari y protagonizada por el tótem queer Moria Casán en el rol del emperador romano. “Se generó mucha expectativa por todos los condimentos que tiene la obra: un clásico, la puesta de Muscari, el protagónico de Moria y un elenco talentosísimo donde los personajes masculinos van a ser interpretados por actrices y los femeninos por actores. Ya fuimos seleccionados para abrir el Festival de Teatro Clásico de Mérida, España. Vamos a hacer tres funciones en julio en el Teatro Romano de Mérida, un imponente teatro histórico levantado por la Antigua Roma al aire libre. En Argentina vamos a estrenar el 30 de abril en el Teatro El Plata, una nueva sala que se acaba de reinaugurar e incorporar al CTBA (Complejo Teatral Bs As, Teatro San Martín). Es un gran proyecto que me tiene muy entusiasmada”