“El cuerpo como constructo social y proyecto político, el cuerpo como evento y como discurso visual (como relato), cómo cárcel del alma o como su contraparte, como deficiencia o exceso, como carne y como energía psíquica, como espíritu o materia, como totalidad o proceso, como campo emocional o intelectual: es tan difícil prescindir de estas alternativas como reducirlas a opciones que sacrifican la otra parte, relegando, quizá, aspectos esenciales de la experiencia de la persona, entendida como totalidad, a pesar de sus precariedad y sus fisuras”, se lee en el primer capítulo de Pensar el cuerpo, de Mabel Moraña, editado por Herder.

Moraña es titular de la Cátedra William H. Gass Professor de Artes y Ciencias en la Universidad de Washington, donde dirige el programa de Estudios Latinoamericanos. Fue directora de publicaciones del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana y ha publicado extensamente sobre literatura y cultura colonial, teoría y crítica de la cultura, modernidad y género, estudios literarios y temas filosóficos. Pensar el cuerpo recorre temáticas actuales como las relaciones entre humanidad y tecnología, biopolítica y biopoder así como las preguntas que tienen que ver con las transformaciones del cuerpo por la utilización de técnicas médicas, las aplicaciones de la inteligencia artificial y los dispositivos mecánicos y electrónicos. “¿Cómo afectan estas intervenciones al concepto mismo de lo humano? ¿El donante de órganos sobrevive, de alguna manera, en el cuerpo del otro? ¿Un cuerpo clonado tiene la misma condición vital que un cuerpo natural? ¿Qué porcentaje del cuerpo humano puede admitir la sustitución tecnológica sin que se pierda la condición de humanidad? ¿Es ésta, siquiera, una pregunta válida?”, se interroga la autora en el libro. Y va intentando responder o problematizar sobre estas cuestiones a lo largo de las 364 páginas.

Se trata, dice Moraño, no sólo de proponer nuevas categorías de análisis “(lo poshumano, la cultura cibernética, la robotización, etc) sino de profundizar en las ramificaciones biológicas, éticas, estéticas, políticas y civilizatorias en general, que las transformaciones sustanciales de lo humano imprimen en diversos niveles de lo social y lo político. ¿Cómo debe ser modificada la noción de sujeto y de agencia para llegar a alojar esas transformaciones?”. Pero también hay que pensar, propone la autora, cómo afecta la tecnificación a la concepción de la vida, la familia, la sexualidad. Pueden quedar estos conceptos sin tocarse o “se anuncian necesarias reconsideraciones, redefiniciones y resignificaciones de las formas básicas de concebir lo humano, tal como esta categoría fue pensada desde el humanismo griego, el cristianismo, el liberalismo, etc”, vuelve a preguntarse.

Moraño también analiza cómo fue cambiando el cuerpo en la historia pero señala que desde “la subyugación colonialista hasta los avatares de la Modernidad y la globalización, se ha mantenido, sin embargo, la compartimentación socio-racial, la discriminación de género y las jerarquías de clase, aunque las estrategias de exclusión e invisibilización de sectores sociales implementadas por los poderes dominantes han ido cambiando. Casi todas las formas de fragmentación social y de distribución de privilegios comienzan y terminan en el cuerpo”. 

La autora recurre a la filosofía política para exponerlo, desde Descartes hasta Marx y cómo la teoría marxista detecta cómo influye el trabajo en la producción de subjetividades y en los cuerpos de los obreros y las obreras, “consumiendo no sólo su fuerza física y mental sino su tiempo libre, su libertad de movimiento, su afectividad, su intelecto y sus relaciones familiares. La aceleración de los ritmos de trabajo, la necesidad de incrementar la productividad, la venta de la fuerza física y el proceso de alienación que provoca la explotación crean un nuevo tipo de sujeto cuya conciencia de sí y de su posición social deriva de los rigores impuestos a su cuerpo”.