“Sensación de preguntarme: ¿hay algún día que no la vaya a pensar?”, se pregunta una usuaria en las redes sociales. Pero no, no estamos hablando de un romance desgarrador. Es el testimonio de una chica que cortó con su mejor amiga. ¿Se dice cortar cuando un vínculo de este tipo se termina? ¿O suena a palabra prestada? ¿Hay alguna forma más adecuada de nombrar estas rupturas que parecen no tener nombre?
Hace unos suplementos atrás hablábamos sobre la potencia que implica erotizar los vínculos entre amigas, una práctica que es, en principio, un tabú por cómo se interpreta a la amistad: idealizada, indestructible y, sobre todo, sin matices sexuales, para no enturbiarla. Sin embargo, las amistades también se terminan ¿qué pasa entonces? ¿Qué mundos se pierden con esas rupturas? ¿Cómo son esos duelos ocultos, subestimados, inhabilitados y con pocas referencias en la cultura popular? ¿Por qué es tan difícil hablar de estos dolores?
Hay una escala que estandariza genéricamente cuáles son las cosas más estresantes que cualquiera puede atravesar: una muerte cercana, perder un trabajo, un divorcio y mudarse. Pero ponerle punto final a una amistad no entra en ninguna categoría, por más que hablemos de un vínculo estrechísimo y, muchas veces, de décadas de recorrido. ¿Acaso esa familia elegida a la que tanto se alude como contracara de la familia conservadora no tiene conflictos? La respuesta, obviamente es sí, aun cuando la amistad es un refugio -sobre todo para las generaciones más jóvenes- frente a un mundo cada vez más hostil y precarizado.
La amistad, les amigues, no son lo que promete Disney sin embargo cuando se rompe una amistad duele y deja un vacío innombrable. Como dice la canción de Gotye, que esa persona con quien compartías secretos, chismes, consuelo, cotidianeidad y aventura se transforma en “alguien que solías conocer”, puede ser más deprimente que un lunes a las 7 am.
¿Por qué, amichas?
Hay muchos motivos por los que una amistad puede terminarse: algunas se distancian paulatinamente por proyectos de vida separados y derivan en una agónica y lenta separación que, cuando te das cuenta, solo quedan las historias de Instagram. Pero ella ahora tiene dos bebés y un marido y vos querés comer candys en fiestas de música electrónica todos los fines de semana. Y ahora, casi no hay tema de conversación entre ustedes, las charlas se vuelven superficiales, cada vez más esporádicas e incómodas.
Otros vínculos se terminan por una pelea insalvable que raja la tierra y que te deja partida al medio, sin lugar a réplica, con eventuales bloqueos de por medio y, muchas veces, sin entender muy bien qué fue lo que pasó. Otra opción son los cortes por toxicidad: a veces las amistades se vuelven peligrosas, drenantes, poco felices, y se sostienen a base de maltratos pasivo-agresivos, violencias recurrentes y menosprecios que, por momentos, son difíciles de detectar, a través de manto romántico de la amistad.
Para la escritora gallega catalana Brigitte Vasallo, "la idea de cortar es extraña en la amistad, aunque sabemos que sucede”.
¿Por qué crees que es una idea extraña o contradictoria?
--Porque lo que imaginamos de la amistad es que es algo flexible, que se puede ir transformando, que perdura, aunque no nos estemos encontrando constantemente. Por ejemplo, esas amistades que a lo mejor ves una vez cada muchos años, o que viven muy lejos. Entonces, cortar no encaja bien con la idea de amistad. Luego, porque la amistad está demandada dentro de un sistema estructural que considera a los vínculos como intercambiables. Por ejemplo, la idea de la “mejor amiga”, que va mudando de traje a través de distintas épocas, y que hace que esa amistad esté más individualizada. Por lo demás, lo que nos propone la estructura es que el resto de las amistades casi forman un decorado.
¿Qué más se te viene a la mente cuando pensamos en la irrelevancia que este sistema le da a la amistad frente a otras formas vinculares, como los vínculos monógamos sexoafectivos?
--Se me vine a la cabeza que es muy conceptual el significado de la palabra “amistad”, por ejemplo, para quienes tenemos una larga tradición de ser expulsados de nuestras familias, como las comunidades queer, tejemos lazos de amistad muy enraizados, que en otras estructuras son menos necesarias.
¿Cómo pensás que se vive la amistad en contextos urbanos, por ejemplo, donde hay tanta gente, pero, a la vez, tanto aislamiento?
--Si no tuviésemos tanto miedo porque el mundo es tan duro, si tuviésemos una serie de pactos que nos permitan cuidarnos en lo mínimo, más allá de si somos amigas, novias o tal, sino simplemente porque estamos ahí, todo esto se navegaría de otra manera, pero como no tenemos garantizado nada por el hecho de existir en comunidad, creo que por eso tenemos la necesidad de generar esos espacios como una especie de garantía. Y por eso es tan doloroso cuando se rompen, no solo por la amistad en concreto, sino que se nos vienen encima otras cosas cuando se rompe una amistad.
¿Como qué, por ejemplo?
--Se nos vienen encima la realidad de las estructuras individualistas en las que vivimos; se nos viene encima la idea de que la amistad dulcifica todo. Parece que no es tanto y que no estamos tan aisladas porque tenemos a nuestras amigas, pero cuando una amistad se rompe se hace muy patente ese vacío que no cubre la comunidad, porque no hay comunidad en el mundo urbano actual, sino que se piensa contra esa comunidad.
¿Y qué ocurre cuando se nos viene todo eso encima?
--Cuando pensamos en el imaginario romántico, la ruptura de una pareja puede ser por varias causas. Una puede ser el ya no estar enamorada: se rompen relaciones perfectamente funcionales por eso, pero cuando hay exclusividad es algo difícil de llevar sin ese aliciente. En cualquier caso, para romper una amistad, tiene que ser por un cataclismo que sucedió, algo que te hiere en varios planos, en el plano de la confianza, de la expectativa que tenías con respecto a cómo era el trato de esa persona, que me parece que son dos cosa cercanas pero distintas: el trauma de lo que ha pasado y luego la cuestión del duelo por la amistad por sí misma.
Es la historia de un amor
M. Es trabajadora de la salud mental y durante muchísimos años tuvo una amistad inmensa con una chica que conoció en la facultad. Eran tan unidas que la gente creía que eran novias. Juntas hicieron la carrera de medicina, militaron en los mismos espacios, gestionaron en dupla una PyME para bancarse económicamente y hasta tenían un proyecto musical juntas. Sin embargo, a la hora de hacer la residencia, a su amiga le tocó ginecología y los encuentros entre ambas comenzaron a espaciarse y a hacerse cada vez más difíciles.
“Ahi empezaron las dificultades, hasta el día de hoy no entiendo por qué y eso me perturba. Ella no pudo seguir con nuestro emprendimiento y después con la banda empezamos a llamarla cada vez más y ella no podía, no podía, hasta que llamamos a otra música para reemplazarla y eso fue el quiebre. Pero no hubo posibilidad de charlarlo o ponerlo en común, ella me cortó, me bloqueó de su teléfono, sus amigas hicieron un cerco; en dos años nunca más pude contactarla”, relata.
Pasó un año más y se cruzaron de frente en Parque Centenario: se esquivaron como si fuesen dos desconocidas: “Eso me mató”, dice M. Pasaron tres años y meses desde ese momento: hubo dos intercambios de mails con un año de distancia y un intento de retomar la amistad. Sin embargo, M. no estaba lista: “Tenía miedo de volver a sentirme abandonada”. Eventualmente volvieron a verse, pero fue como tratar de fingir que nada pasó y resultó un encuentro “raro”. “Siento que todo el tiempo estoy reeditando ese capítulo de mi vida y no puedo decirle ‘chau’, pero tampoco puedo retomar la amistad porque era una muy muy amiga que de pronto desapareció. Hablé meses de esto en terapia y con otras amigas que me decían que ‘ya va a pasar’…pero podría decir que fue igual o peor que perder un vínculo sexoafectivo por lo doloroso y lo poco habilitado”.
Como trabajadora de la salud mental, ¿cómo lees este tipo de rupturas?
--En muchos casos tienen más importancia en la vida adulta las relaciones de amistad pero, como profesionales, le damos mucha más importancia a las relaciones de pareja o familia, y es una herramienta que no usamos a favor para conocer más sobre el circulo del paciente. Quizás hay gente que no tiene vínculo con su familia y una como profesional interpreta que la persona está aislada, pero capaz tiene un montón de amigues y tiene un buen sostén social y si no lo interrogamos en cuanto a sus amistades, no nos enteramos. Hay un sesgo, y si no podemos preguntarlo, menos podemos trabajarlo: les pacientes mucho no traen este tema porque creen que es redundante, poco importante y no se lo identifica con un duelo o una ruptura.
S. tiene 30 años y perdió a dos de sus mejores amigxs cuando fue mamá. El primer corte fue con un amigo cercanísimo de años, que la acompañó durante la adolescencia. Ella lo fue a ver a una fecha en la que él tocaba con su banda y allí le dijo que estaba embarazada. Enseguida él se enfureció: le reprochó que ser mamá es todo lo que no la representa a ella, que no estaba siendo fiel a su esencia y que no es moralmente correcto seguir “trayendo gente al mundo”. Nunca más volvió a escribirle.
Luego, ocurrió la ruptura con su amiga. “Durante el embarazo se notaba que ella estaba un poco distanciada de mí y la última vez que la vi fue cuando vino a conocer mi hijo. Él tenía tres semanas y ya fue medio rara esa noche, porque de pronto yo estaba con el niño súper bebé y ella estaba fumando en el living, había como algo desfazado. Al día siguiente, desayunamos juntas y nunca más la vi. Fue re fuerte porque yo esperaba que me acompañara en este proceso. Ahora mi nene va a cumplir tres. Tenemos un tatuaje juntas y la conozco desde que somos adolescentes. Al principio me pegó muy fuerte distanciarme, porque los meses pasaban y no había explicaciones y, finalmente, la saqué de las redes porque me hacía mal”.
¿Qué lectura podés hacer de esto?
Creo que cuando vas creciendo tu vida cambia y te transformas un montón, sería medio un horror esperar que a los treinta sea la misma S. que a los quince. Celebramos que la gente cambie. El tema es si en esas amistades esos cambios están acompasados o no. Yo creo que en las amistades de muchos años hay momentos más cercanos donde les dos curten el mismo mambo y momentos donde estás en una muy distante, hablas poco, te ves cada tanto, y también hay que aceptar esos ritmos. Pero en este caso pasó algo muy de pronto distinto entre nosotras y ella se abrió por eso, porque no se sentía identificada por esa nueva etapa de mi vida.
J. Cortó abruptamente por una serie de discusiones con una amiga que describe que fue como “un pilar en su vida” y, sin dudas, fue mucho más doloroso de lo que pensó que iba a ser: “Se me cayó el mundo”, recuerda. “Fue tan burdo que me diga ‘no quiero hablar más’, yo hubiera esperado un ‘estoy medio rara, prefiero tomar distancia’, todo eso lo hubiera entendido. Las primeras semanas fue como un duelo de una pareja. Soñé mucho con ella, tuve pesadillas, soñaba que le podía decir todo lo que no pude. Me pasaba que agarraba el celular y me aparecían fotos con ella y era doloroso, también era difícil dejar de compartir espacios que antes eran habituales, como amigas en común o ir a fiestas o a marcas. Y cuando nos empezamos a cruzar ahí fue como cruzarte con una ex pareja. La primera vez que pasó me movió mucho, quedé marcada por ese encuentro. La vi medio triste y eso me entristeció, pero pienso que si la hubiera visto re bien y superada también me hubiese puesto triste. Yo quisiera que hablemos y nos encontremos y que haya cariño, pero ya no puedo, flaca”, sostiene. “Vos me dejaste, cortaste un vínculo muy íntimo, de mucha intimidad y compañerismo, fuimos hermanas quince años y no fuiste capaz de estar a la altura de ese vínculo”, sentencia, como reflexionando para sí misma.
Este dolor también es político
“La jerarquía afectiva que instituye la monogamia -con la pareja, la familia nuclear y les hijxs a la cabeza- suele reser var un lugar menor y relegado para la amistad, y en términos más amplios, para todo ese umbral del afecto y la amorosidad que se niega a adoptar un modelo único o un destino exclusivo, y que se traza más allá del ideal romántico de pareja y de la fronteras de la casa. La amistad, y todo un gradiente enorme de modos de enlazarnos sentimental, sexual y colectivamente, aparecen valorados como secundarios desde la vara del ideal romántico y monogámico, como de menor importancia, e incluso como un lujo en nuestras constelaciones afectivas y redes de contención”, escribe Vir Cano, filosofx y escritorx, quién también cuenta sobre una amistad perdida en Po/éticas afectivas, su nuevo libro editado por editorial Galerna que se publicará en junio.
“Me rompió el corazón como nadie lo había hecho. Al día de hoy, es uno de mis mayores dolores afectivos, de mis pérdidas más sentidas, de mis melancolías más enraizadas, de mis cicatrices peor curadas. La pérdida de ese amor, de esa amistad profunda y constitutiva, fue una lección de vida contundente y dolorosa para mí. Sentí un desgarro inigualable hasta ese momento; y lo peor de todo era que no había palabras, ni novelas, ni películas, ni rumores que contaran historias de desamor parecidas a la que estaba atravesando y con la que necesitaba con urgencia aprender a vivir”, relata.
Para Vir, “como enseña la filmografía de comedias románticas que nos llegan directo del país que ha inventado Disney y Macdonalds, íconos de los paradigmas hetero-mono-normativos y capacitistas del norte global, productores masivos de insumos de nuestra pedagogía colonialista, la amistad no es prioridad en las jerarquías sentimentales familiaristas. Los amigos suelen ser los personajes secundarios de esas ficciones culturales, no son usualmente l#s protagonistas. En el fondo del capitalismo afectivo subyace la más simple eco-nomía: el fundamento amoroso, pero también político, económico, ético, erótico, es el hogar, la casa, la morada (el oikos, decían los griegos). La ley (nomos) del oikos, del refugio que simboliza la pareja y la familia, regula y jerarquiza los modos disponibles de amar y de organizar nuestra precaria vida en común. Por eso mismo hay tan poco escrito y fantaseado en torno al amor y el desamor amistoso”, reflexiona.
No es que no haya relatos circulando sobre la amistad. Los hay, “pero mayormente ligados a la vieja (e ilustrada) tradición de la amistad fraterna, privilegio de la masculinidad viril, que vincula los amigos a la hermandad, a la igualdad, a los asados y a los partidos de los domingos, y por supuesto, a la cerveza. La amistad, si ha ocupado un lugar en el bastante escueto y empobrecido libreto cultural de los afectos, no sólo se suele asociar a esa fraternidad y a ciertas masculinidades, sino que también se presenta muchas veces bajo el manto de la sospecha si ocurre entre varones y mujeres”, concluye Cano.
Por otro lado, la mayoría de comedias románticas o series donde la amistad entre mujeres está presente (desde Rebelde Way hasta Sex and The City o clásicos como Clueless), esta se muestra como un sostén que catapulta a la protagonista hacia lo verdaderamente importante: que ella encuentre el amor romántico. Pero casi no hay espacio para explorar y darle relevancia a posibles desencuentros amistosos, sus profundidades, amorosidades y matices, y el dolor que genera la destrucción de esos mundos íntimos. En definitiva, es un fracaso poco televisado, poco guionado. A su vez, también hay otro tropo recurrente: la idea de que la amistad es un Plan B cuando el amor romántico falla. Lass amigas están ahí cuando el chongo de turno -que en realidad es pintado como el ‘príncipe azul’- no cumple las expectativas deseadas. Sin embargo, la "noche de chicas” se termina cuando dicho chongo reaparece en escena. En ese momento, se desarma la situación amistosa para pasar “la verdadera acción”: todo lo que gira en torno a la pareja heterocissexual.
Siguiendo esta línea, para Vir Cano “cultivar estos amores enfurecidos, fugitivos de la economía pakiafectiva, es para muches de nosotres una estrategia de supervivencia, al tiempo que una trinchera personal y por tanto política. El amor travesti y tantas redes afectivas trazadas en los márgenes e incluso en la expulsión de “la familia” constituyen nuestras resistencias eróticas, afectivas, y políticas, por eso tenemos que hablar, escribir, fantasear, filmar, poetizar, imaginar, practicar, cultivar esas an-economías colectivas del amor, la amistad, la militancia y la complicidad que habitan matices de la amorosidad que abren a otros modos de lo colectivo”.