Dopamina                     7 Puntos

Colombia/Argentina/Uruguay, 2020

Dirección y dirección: Natalia Imery Almario

Duración: 86 minutos

Estreno exclusivo en la plataforma Mubi.

Dopamina tiene tres brevísimos finales sucesivos, y los tres aluden a sendos componentes de la película. La última imagen, en la que el padre y la hija se sumergen en la piscina familiar, para asomar y volver a hundirse alternativamente, refiere a la pendulación entre ambos que signa la película. En el primer cierre sonoro se oye a la protagonista cantar, de pequeña, una versión del “Arroz con leche” en la que se destaca aquel pegadizo leit motif sobre el coser y el bordar. Ese retintín transparenta una de las líneas temáticas del film, la de la construcción y deconstrucción cultural de ciertos mandatos sociales que tienen a la mujer por sujeto. Finalmente, una canción suavemente susurrada reproduce el tono de este relato familiar que borda (finalmente) con delicadeza sus personajes, temas y relaciones, dando por resultado la recuperación de los lazos tras una fase de zozobra.

Presentada oportunamente en el Bafici, la ópera prima de la cineasta colombiana Natalia Imery Almario es un nuevo avatar de la variante más frondosa del documental durante las últimas dos décadas, la del film familiar. El “nosotros” está compuesto en este caso por Natalia, sus padres Ricardo y Gloria y su novia italiana Enrica, a quien a aquéllos les costó aceptar como tal. Pero este rechazo a la sexualidad de la hija y “nuera” quedó atrás y no parecen quedar cicatrices de aquella herida. El presente del film señala una marcada restauración afectiva, con Natalia acercándose a los padres para conocer facetas que, por lo visto, hasta ese momento habían quedado a resguardo. Básicamente, la militancia de ambos en los 70, que los llevó a la clandestinidad, para asumir finalmente la vida burguesa propia de los años posteriores. Ricardo fue torturado y sobrevivió. Su cuñado, hermano de Gloria, no pudo hacerlo.

La celebración entre sonrisas de un cumpleaños de la pequeña Natalia, días después de enterarse de la muerte de aquél, testimonia la división familiar entre lo público y lo privado. Pero la realizadora no hace de ello nada parecido a la denuncia de una presunta hipocresía de los Imery Almario, sino antes bien una necesaria disociación, protectora tal vez de la cumpleañera. Narrada por la hija, en la novela familiar de los Imery Almario prima la comunicación o recomunicación interna. Con el de la (de)construcción del modelo tradicional femenino como segundo relato, la nota dominante de Dopamina es el Parkinson del padre, que se declaró quince años atrás y lo convierte ya no sólo en sobreviviente sino en resistente, emblema tal vez de la familia entera. Si hay un eje visual en Dopamina se trata de los esforzados ejercicios que Ricardo debe realizar varias veces al día, para evitar que la enfermedad prospere. Si bien esos ejercicios lo llevan al límite del dolor, Ricardo persiste.

“La dopamina inhibe el temblor, ayuda a la transmisión química entre las neuronas y produce una sensación de bienestar”, explica a Natalia, aunque es de suponer que ese diálogo habrá existido antes de que la cámara estuviera allí. Pero no lo parece. Para que un documental familiar “viva” es necesaria esa relativa simulación de la espontaneidad, y para ello se requiere un importante trabajo de ablande de sus sujetos por parte del hijo-realizador (todos los documentales familiares están construidos desde la voz del hijo/hija). Podrían transferirse a Dopamina, la película, las virtudes de la droga: inhibe posibles temblores como modo de colaborar con el equilbrio familiar, y eso lo logra a través de una comunicación o transmisión entre la hija y sus padres. Llamativamente Ricardo Imery aparece asociado con el agua (la de la piscina), y Gloria Almario con la tierra (la de sus plantas, lujuriosamente tropicales), mientras que la sensatez de Enrica aporta al equilibrio, alcanzado tras la aceptación de su rol de amorosa pareja de la hija.