Según un estudio de 2018 realizado por una investigadora de la Universidad de Western Ontario, Canadá, los sectores de población que más acostumbran a recurrir al ghosting son los más jóvenes, en particular los menores de 30 años. Hasta un 65 por ciento de los encuestados reconocieron haber "desaparecido" de una relación en algún momento de sus vidas. El 72 por ciento admitió haber estado en el lado opuesto: que otras personas se hayan ido de sus vidas sin decirles ni una sola palabra.

Un nuevo verbo se escucha en las conversaciones: "fantasmear". Se trata mucho más que de un verbo venido del inglés: toghost. Las definiciones, como en toda traducción, son difíciles: algunos/as lo definen: cuando parecía que estaba todo bien, de repente él o ella se convierte en un fantasma, imposible conectarse nuevamente, ya sea por haber sido bloqueadas los múltiples accesos a sus redes y contactos o la "auto eliminación" lisa y llana cambiando el número.

Si bien es una práctica novedosa ligada al desarrollo de las redes sociales y la comunicación en tiempo real, la acción de no dejar rastros salvo la sombra de nuestra presencia que “retorna” para torturar al que no tiene otra compañía que la ausencia absoluta es antigua, se podría ejemplificar con un ghost famoso: en los comienzos de la modernidad, una obra teatral --con el espectro fantasmal del padre de Hamlet-- ha marcado la historia del teatro, más allá de las discusiones acerca de la conducta del hijo, con evidente efectos de enloquecimiento.

En las redes sociales, la "amabilidad" de los primeros contactos, la facilidad de los comienzos, ha traído aparejado un movimiento contrario, una crueldad extrema, el ghosting. No dar ninguna explicación y cerrar toda posibilidad de conexión es dar una explicación pero de las peores. Convertirse en nada es imposible para el ser humano pero ese “hacerse humo”, deja al otro/a mirando entre las tinieblas, fantasmeando, una forma novedosa del enloquecimiento del recién nacido siglo XXI. No estar más y que no haya explicaciones ni voz ni cuerpo toca raíces profundas de la subjetividad humana, de un lado y del otro: del que tiene que comenzar a hablar con el fantasma preguntando qué pasó y también del que se hace humo que quizás descubra más temprano que tarde que su cuerpo no se volverá a materializar fácilmente.

“Está de moda”, dicen otros/as, justificando esta práctica que tantos y tantas han atravesado y así se viraliza y ya hay vínculos que comienzan con un acuerdo, no realizar ghosting pase lo que pase, así como antes se prometía avisar cuando se deja de amar, o acordar el salir con terceros. Hoy las redes sociales propician esta práctica, por su sencillez y efectividad, en segundos las alternativas de bloquear, denunciar, cortar el acceso al otro/a, se esfuma el canal, uno de los elementos de la vieja teoría de la comunicación junto al código, el destinatario y el destinador, el mensaje.

No se trata de decir que está bien o mal, el tema está instalado, el encuentro a partir de las aplicaciones de citas prometen el amor total, se trata de un catálogo que abro y miro y al dar un “ok” se abre la posibilidad de un “matcheo”, otra palabra difícil de traducir: en general se utilizan dos verbos: compatibilizar y combinar. Hoy puede estar uno, mañana puede estar otro y pasado un tercero. La insatisfacción sobre lo que nos une es sencilla de suplir por otro comienzo esperanzador, y así al infinito. El corte rápido, sin explicación, tiene la velocidad de la esperanza de próximos matcheos.

Si matcheo significa que combino con el otro, por ejemplo: mis zapatos rojos combinan con su pantalón azul, lo que ocurre es que cuando, en algún momento, tú y yo no combinamos, aparece la angustia y la desilusión, así como hoy conociste a alguien con pantalón azul, mañana lo podés desconocer y desaparecer esperando al pantalón verde.

La palabra “desaparecer” para Argentina y para muchas partes del planeta es de las más negativas. Desde la segunda mitad del siglo XX, los especialistas en tortura franceses que luchaban contra la independencia de Argelia, “enseñaron” al mundo formas de destruir la resistencia del enemigo, quebrarlo, convertirlo en una sombra de sí mismo, enloquecerlo. La más cruel tortura, las desapariciones de personas, produce la imposibilitad de realización de un duelo por falta de un cuerpo. No se puede poner palabras (salvo “Aparición con vida”). En el ghosting, si bien se trata de desaparición simbólica del otro/a, despierta los peores fantasmas, esa falta de palabras y explicación complican las relaciones que se desarrollan entre seres humanos hoy en día.

Muchos/as sostienen el concepto de responsabilidad afectiva, el de cuidarnos entre nosotros y nosotras, más allá que la cosa funcione o no, pues las consecuencias del ghosting son negativas a nivel social, al producir no solo desilusión sino que en encuentros futuros prevalecerá la temerosidad y el miedo al fracaso.

En general, los temas de la vida cotidiana no nos llevan a tomar partido, los describimos y agregamos un “así están las cosas”, pero --tomando en cuenta la naturaleza del suceso y la extensión que está abarcando-- tratar de evitar el ghosting es una responsabilidad social. Se trata de evitar la pérdida de cuerpo y sangre sin explicaciones, de palanquear los huesos de las palabras, intentar decir con el peso de la argumentación y el deseo, pues su falta hace reaparecer diferentes tipos de ghosting, cruel para el otro y también para nosotros mismo pues, al no funcionar las palabras, éstas quedan atoradas y posiblemente reaparecerán enloquecidas cuando las tengamos que usar la vez que las precisemos. Estar de moda no significa que la cosa deba replicarse, se trata de luchar contra formas facilitadas por las nuevas formas de lazo social ligadas a las redes sociales.

Martín Smud es psicoanalista y escritor.