“Risa que sangra por la herida”
Leónidas Lamborghini
La palabra farsa significa “obra teatral breve de carácter cómico” como también “engaño, ficción o simulación. Cosa que se hace para engañar: 'Todas esas demostraciones de cariño son una farsa'”[1]. Este último ejemplo brindado por el diccionario de María Moliner no podría ser más oportuno para calificar el golpe de estado institucional que la Corte Suprema de Justicia acaba de perpetrar y a la que bien podría aplicársele similar parangón, a saber 'Todas estas demostraciones de republicanismo son una farsa'.
La trayectoria de esta Corte Suprema así lo atestigua. Compuesta por solo cuatro hombres --dos de ellos inicialmente nombrados en virtud de un decreto de Macri a sugerencia del prófugo Pepín Rodríguez Simón--, culminan una larga lista de atropellos jurídicos con el aval prestado a su presidente autoelegido Carlos Rosatti para que a su vez –en virtud de una ley derogada hace quince años-- se autoelija como presidente del Consejo de la Magistratura. Este claro avance sobre el Poder Legislativo le permite nombrar jueces, evaluar su conducta, manejar la caja sin control alguno y perpetuar el ominoso régimen de privilegios del cual goza el Poder Judicial.
Al respecto, la secuencia de los títulos de este diario “Yo, el Supremo” el lunes ( por referencia a la obra maestra de Roa Bastos) y el “Yeneral González” el martes (por un personaje del entrañable Alberto Olmedo), no podrían ser más elocuentes para demostrar el degradante carácter de farsa de la actual administración de justicia. No por nada: “Cuanto dolor que hace reír”, dice Enrique Santos Discépolo en el tango “Soy un Arlequín”, personaje de comedia, si los hay. [2]
Lo cierto es que lejos de quedar reducido al mero capricho de algunos actores, este violento episodio de autoritarismo forma parte de la estrategia que el Poder Real ha trazado en buena parte de nuestra región al reemplazar los golpes militares por el law fare que encierra opositores y condiciona el desenvolvimiento de los gobiernos populares. Se trata de generar la “insatisfacción de las democracias”, tal como bien supo diagnosticar hace pocos días la vicepresidenta de la Nación.
El análisis que Jacques Lacan hace de la obra teatral “El Balcón” de Jean Genet ilustra bien el punto. En su comentario el psicoanalista aborda, entre otros roles: “el poder de quien condena y castiga, a saber, el juez”, para así interrogar la cuestión sobre: “qué es gozar de esas funciones” Su respuesta es contundente: “Genet nos presentifica en el plano de la perversión lo que puede llamarse así (...) el quilombo en que vivimos”. Tras lo cual Lacan se pregunta: “¿a qué se reduce cuando una sociedad ha llegado a su extremo desorden? Se reduce a lo que se llama la policía”. Y para ilustrar “la conclusión de esta farsa de altos vuelos” que incluye la degradación del juez, dice: “ha conseguido demostrar que solo él es el orden y el centro de todo” – o sea que en último término lo único que hay es la fuerza bruta” [3].
Esta es la triste farsa a la que estamos asistiendo: la justicia de un Juez que sólo se sostiene merced a la fuerza bruta del Poder fáctico. Ahora bien, para seguir en el plano de la farsa: ¿Cuando la risa puede ser un arma para desenmascarar esta perversión?
Al respecto, nuestro Leónidas Lamborghini parece insinuar que el humor conforma un recurso privilegiado a la hora de poner en jaque las imposturas. Dice: “El grotesco, la caricatura, la parodia estaban presentes en el peronismo, actuando contra un modelo 'serio' pero que, en verdad, de serio sólo tenía la fachada. Detrás de eso estaba la impostura. Creo que la risa del peronismo --como la risa de los gauchescos, de los hermanos Discépolo, de los saineteros-- intentaba hacer una grieta en esa fachada, detrás de la cual estaba la injusticia, la exclusión, todo lo que esa fachada pretendía encubrir. De modo que esa risa, en los gauchescos, en los Discépolo, o en mi poesía, era a la vez una poética y una política. Sin esa risa, no hay poesía gauchesca, por eso digo que es una poética, algo constitutivo de la poesía misma. Y hay política porque esa risa, ambigua, paródica ... paisana, digamos, opera contra la fachada de lo serio”. Para luego, tras reivindicar la parodia de solemnidad en Cervantes y Quevedo y, más lejos aún la de los satíricos latinos, afirmar que “la violencia es fundamental. Esa risa quiere romper, quiere hacer trizas lo que tiene enfrente” [4].
De eso se trata: “responder a la distorsión con una distorsión multiplicada”[5]. Ante la farsa de este juez autoritario: manifestar, luchar, protestar, denunciar y reírse hasta que la Corte... se vaya. Es preciso reformar la administración de justicia de manera que el Poder Judicial de nuestro país esté al servicio del estado de derecho propio de un régimen democrático.
* Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires.
Notas:
[1] María Moliner, “Diccionario de uso del español”, Gredos, p. 1283.
[2] Enrique Santos Discépolo; “ Soy un arlequín”
[3] Jacques Lacan (1957-1958) , El Seminario: Libro 5, “ Las formaciones del inconsciente”, Buenos Aires, Paidós, 1999, pp. 271 a 275.
[4] “La Risa, en la poesía y en la política”, en Las Ranas N° 3 , noviembre 2006, entrevista con Américo Cristófalo y Guillermo Saavedra.
[5] Leónidas Lamborghini, “ La risa canalla (o la moral del bufón), Buenos Aires, Paradiso, 2004, pp. 11 y 12.