En una Argentina de principios de siglo XX, conmovida en las fibras más íntimas de su oligarquía por el desembarco de las tendencias políticas novedosas que la inmigración traía bajo el brazo, la deificación del gaucho –Lugones mediante– fue el marco teórico que la élite por- teña encontró para una política de exclusión que salvaguardara sus privilegios. La operación es recurrente: el pasado se resignifica en función de los contextos y de los intereses de los distintos sectores sociales. Visiones del pasado. Recuerdos del porvenir. Imperialismo y Cultura/Cultura e Imperialismo trabaja, ya desde el título, sobre esa maquinaria de reformulación histórica y sus modos de ejecución, en este caso, por parte de la nueva izquierda, durante los años sesenta y setenta.
La producción literaria de Rodolfo Walsh, Paco Urondo, Haroldo Conti, las publicaciones de diferentes organizaciones guerrilleras, textos del escritor Juan José Arregui y de los abogados Eduardo Luis Du- halde y Rodolfo Ortega Peña, entre otros, son atravesados por un tamiz analítico que se propone rastrear las marcas de esas lecturas divergentes para revelarlas a la luz del contexto de lucha revolucionaria.
Nilda Redondo, profesora de Literatura Argentina de la Universidad Nacional de La Pampa (UNLPam) y editora del compilado de ensayos que for- man el libro, conversó con este suplemento acerca del desarrollo de la publicación y resaltó la importancia de “seguir litigando” con el pasado.
—¿En qué contexto se gesta la idea del libro?
—Los textos son parte del trabajo que se viene realizando con un equipo de investigación, al que denominamos “Montoneras y Montoneros. La construcción de los discursos sociales en Argentina. Siglo XX (1955-1976), Siglo XIX (1845- 1870)”. En ese marco, venimos haciendo un reporte sobre esos lapsos temporales, que son aproximados; no quiere decir que no tomemos trabajos u obras que estén por fuera de esos períodos. La hipótesis inicial es que, en el siglo XX, durante el momento que va desde 1955 al golpe de Estado de 1976, se desarrolla un proceso que se da en la nueva izquierda, sobre todo –pero que también incluye a la vieja–, de reapropiación del pasado de las luchas populares del siglo XIX y de sus referentes. Funda- mentalmente, las denominadas “montoneras”. Es una resignificación de esos procesos diferente a la de las clases do- minantes, que también utilizan este mecanismo para presentar su “pasado glorioso” o para ocultarlo. Dentro del equipo, Micaela Gaggero Fiscella, Analisa López, Mariano Oliveto y yo venimos del área de Letras, mientras que Sebastián Schneider es profesor de Historia.
—¿Cuáles son esas reapropiaciones que identificaron?
—Tomamos producciones del nacionalismo popular y del nacionalismo popular revolucionario, para analizar. Empezamos por ver cuál es la representación del pasado en “Estrella Roja” y “El Combatiente”, que son dos revistas de gran circulación del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), y a medida que fuimos avanzando en otras investigaciones comenzamos a notar la riqueza de los matices en las valoraciones, por parte de los distintos grupos. La tradición del PRT es sanmartiniana. En nombre de una segunda independencia, van a recuperar las luchas de todo el pueblo en armas, con San Martín y Güemes a la cabeza. En cambio, en artículos de Eduardo Luis Duhalde o Rodolfo Ortega Peña, que se publicaron a comienzo de los años 70 en la revista “Nuevo Hombre”, se mencionan, por ejemplo, se relacionan los secuestros de varias personas durante la dictadura de (el ex presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse) con el crimen del caudillo riojano Ángel “Chacho” Peñaloza y con la persecución al también Caudillo Felipe Varela. Duhalde y Ortega decían expresamente que, así como hubo un incipiente Estado mitrista, que estos caudillos populares no reconocieron y en nombre del cual se los castigó, existió también, durante la dictadura en los años 70, un Estado terrorista que cometía esos crímenes y secuestros.
“No hay que aceptar esa perspectiva sobre las luchas de los años 60 y 70 que hacen referencia a unos revolucionarios que fueron derrotados. Ni tampoco hacer un monumento de ellos, aun estando de su lado.”
—El libro trabaja también con los cruces entre verdad y realidad, ¿cómo se vinculan estas dos nociones?
—Pensemos, por ejemplo, en la producción poética de Rodolfo Walsh, de Paco Urondo, o de Juan Gelman. Para estos escritores, la producción artística no está separada de una concepción de la belleza, de la política y de la realidad. Entendiendo la realidad como aquello que no es exacta- mente una materia externa a nosotros, sino el medio social en el que nos desarrollamos; el territorio en el que tenemos que intervenir para llevar una vida mejor. Los procesos de segmentación entre lo que es la belleza, la verdad y la realidad, son fenómenos que en nuestro país están atravesados por el avance del genocidio. Llevan a un ocultamiento y a convertir las producciones en cosas estancas. En ese sentido, me parece muy interesante reflexionar acerca de un poema de Urondo, en el que dice que la verdad es la única realidad. Paco lo escribió cuando estaba en (la cárcel de Villa) Devoto, antes de la liberación de los presos políticos. Y en ese poema, la realidad inmediata es la reja del calabozo. Pero también lo es todo lo demás: lo que está afuera, el sueño, el pasado, las luchas y la imaginación del proceso revolucionario es la realidad. Para un revolucionario, la realidad es aquello que quizás no ve, pero que construye permanentemente.
—¿Cómo operan en la actualidad esas reapropiaciones del pasado?
—Es un instrumento ideológico permanente. Lo que nosotros trabajamos en este libro es que hay una lectura diversa del pasado, que se resignifica en un contexto revolucionario. El momento actual no es de ese tipo, pero tanto las clases dominantes como las subalternas, están constantemente haciendo una relectura del pasado. Lo que sucede es que, muchas veces, las visiones dominantes son las que predominan. Sobre todo, cuando está a la baja la lucha popular. En la actualidad, la tradición liberal de la Historiografía sigue estando muy presente. Podrá tener nuevas miradas, pero sigue apoyada en el desprecio hacia los sectores populares. Es una ideología dominante, por lo tanto, hay que seguir litigando siempre con el pasa- do. Con respecto a los años 70, también hay lecturas que siguen ligadas a la Doctrina de Seguridad Nacional y a la Teoría de los Dos Demonios. Hay que seguir investigando y viendo los matices, la riqueza del debate que se produce sobre ese pasado reciente. Hay que evitar caer en un pasado monolítico. No hay que aceptar esa perspectiva sobre las luchas de los años 60 y 70 que hace referencia a unos revolucionarios que fueron derrotados. Ni tampoco hacer un monumento de ellos, aun estando de su lado. No hay que monumentalizar porque eso no nos va a servir para intervenir en el presente de nuestras vidas.