Un regalo. Del pueblo boliviano al pueblo argentino. Veinticinco toneladas de cobre, nueve metros de altura y tres años de una construcción colectiva en el ex Centro de tortura y desaparición Esma, hoy Espacio para la Memoria y la Promoción de los DDHH. Detrás o delante de la Casa Rosada, porque hacia dónde mira la ciudad es un tema tan ideológico como el que nos convoca. Ahí delante, preferimos decir algunas, se impuso la enorme Juana Azurduy. Hecha por un artista argentino, Andrés Zerneri, y regalada al país por un presidente latinoamericano e indígena. Claro que Juana tuvo que hacerse un lugar y desplazar al bueno de Colón, que había sido obsequiado por la comunidad italiana a la Argentina en el centenario de su fundación. Era la de esos años la primera gran ola inmigratoria y Colón era el símbolo de cruzar el océano en busca de las posibilidades que Europa negaba. En cambio, el emplazamiento de Juana Azurduy se debía al inicio de una construcción identitaria que reconoce la fuerza de los pueblos originarios y visibiliza con gran fuerza el rol que las mujeres cumplieron en la historia. Casi simultáneamente dentro de la Casa Rosada por esos años se inauguraba el Salón de las Mujeres donde tantas veces la ex Presidenta de la Nación daba sus cadenas rodeada de las fotos de Cecilia Grierson, Blackie, Evita, Aimé Painé y tantas más. Lo lamentamos por Colón, pero se lo envió a un lindo lugarcito cerca de Aeroparque (por si quiere tomar un avión y conocer algo del país).
La geografía de la ciudad es ideológica y el emplazamiento de sus monumentos la narración de la historia que se quiere contar. Una historia que va y viene, y que no sabe dónde poner a sus mujeres. Porque la historia siempre la contaron ellos. En la costanera más sur de la ciudad se le hizo lugar, por ejemplo, a las osadas y polémicas Nereidas, no menos criticadas que su creadora: Lola Mora. Una obra que primero estuvo en el centro de la ciudad y luego fue “relegada” a los suburbios por ser su contenido de “dudosa moral”. Pero también Lola Mora tuvo su recompensa cuando dos de sus obras se emplazaron frente al Congreso de la Nación en 2013. Símbolos, de lo que está hecho el arte y también la historia política. Símbolos que crean realidades.
Durante el gobierno kirchnerista nunca se evitó el tema ni se trató de ocultar los fines de poner a Juana Azurduy allí, frente a la Casa Rosada. El pasado 6 de mayo la Legislatura porteña aprobó la remoción de la estatua de Juana Azurduy de su lugar frente a la Casa Rosada. Fue Juana, una de las heroínas más potentes de nuestra historia, antecedente fundamental de las gestas de mayo. Revolucionaria en Chuquisaca y al frente de las tropas tanto en argentina como en Bolivia. Murió donde había nacido, en la actual Sucre a los 82 años, pobre y olvidada y ¿saben qué día? un 25 de Mayo. Fue enterrada en una fosa común y sus restos sólo fueron acompañados por Indalecio Sandi, un indiecito que fue su compañero en sus últimos días.
“Un lugar en el que flamee la Bandera Nacional, el símbolo que nos une. No queremos que sea un espacio en el que cada uno exprese su mirada sesgada de la historia”, fueron las palabras oficiales ante la pregunta de qué iban a poner en su lugar ¿Vuelve Colón? No. La bandera argentina. Es Juana la que vuelve a moverse. De la Casa Rosada a la plaza frente al CCK. Allí donde antes habían estado Las Nereidas de Lola Mora que ahora huelen las bondiolitas de la Costanera Sur. Juana alzará su bastón de mando justo frente al Centro Cultural Kirchner que sabe tener como cartel lumínico una frase de Borges: Nadie es la Patria, pero todos lo somos. No es menor esa geografía ahora que expone una nueva tensión. La que siempre impuso Juana, como guerrera, revolucionaria y mujer.