La obsesión por saber cómo funcionan las cosas, a desarmarlas mentalmente, condujo a Lucio Ponzoni a estudiar Ingeniería Mecánica en la Universidad Nacional del Comahue (UNCo). Ese fue el primer paso de una frenética trayectoria académica que hoy lo autoriza a coordinar proyectos de investigación. En el marco de uno de estos, del que participan científicos de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) y de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), desarrolló un sensor de calidad de aire que evalúa la posibilidad de contagio de coronavirus en ambientes cerrados.

El dispositivo, que se fabrica con material biodegradable y a través de impresión 3D, se adecúa a la línea que sostiene el equipo de investigación de aerogeneradores y materiales, “AeroMat”, para “llevar soluciones tecnológicas a problemáticas de la actualidad”, señala Ponzoni al Suplemento Universidad.

Junto con su colega Julio Sola, del área de Ingeniería Ambiental, Ponzoni encabeza este grupo que trabaja desde 2017 en el desarrollo de aerogeneradores eléctricos. Durante la pandemia, varios médicos se acercaron al equipo para ver si se podían desarrollar algunos insumos faltantes en el país.

Ponzoni, Sola y el equipo trabajaron en el diseño de una válvula Venturi y de un videolaringoscopio, ambos claves para asistir a pacientes graves. Durante 2021 y con los nuevos conocimientos acerca del virus y el retorno a la presencialidad en diferentes ámbitos, surgió el desafío del medidor de aire. “Una de las maneras de entender si el aire está viciado o no es a través de la detección de dióxido de carbono”, explica el investigador.

“Si el nivel de CO2 en el aire de un ambiente cerrado es mayor a mil partes por millón, el riesgo de contagio se incrementa”, detalla y agrega que para la elaboración del medidor utilizaron un detector de este gas, con el que ya venían trabajando en otros proyectos. “Es más económico que el que se vende en el mercado, veinte veces más barato. Lo hemos instalado en un aparato que diseñamos para incrementar la eficiencia y la sensibilidad. Es confiable, de rápida respuesta y de bajo costo”, sintetiza.

El aparato emite una luz verde cuando el nivel de CO2 está por debajo de las 400 partes por millón, una amarilla cuando se ubica entre ese umbral y las 600 por millón y, una vez superado ese límite, advierte con una señal roja que el riesgo de contagio es alto.

Ponzoni, que es de Neuquén, pero reside en Buenos Aires desde hace varios años, tiene un perfil orientado a la investigación. Sin embargo, entiende que es en el cruce con las comunidades que la ciencia adquiere una dimensión de “impacto social”.

El equipo del que forma parte dirige sus esfuerzos a dar respuesta a problemas sociales, como la generación de energía, la solución habitacional y el desarrollo de tecnologías que no se encuentren en el país. “A veces estos dos caminos, el de la investigación y el de lo social, van en paralelo, pero no se juntan nunca”, evalúa.

“Argentina tiene un muy buen capital humano, que no siempre se aprovecha como se tendría que hacer. En otros países hay un vínculo muy fuerte entre ciencia, industria y sociedad”, subraya.

Aparte de encabezar este grupo, Ponzoni trabaja como investigador principal tanto en la CNEA como en la UNTREF. Hizo su doctorado en el Instituto Sabato, dependiente de la CNEA y de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), con orientación en Ciencia de los Materiales, y al igual que su título de grado, lo finalizó con diploma de honor.

Actualmente da clases en la carrera de Ingeniería Ambiental y en Higiene y Seguridad, y participa como jurado en tesis de grado y posgrado de distintas carreras.