a Lulo

Lucha

Para Lautaro, el baño era el momento más funesto del día. Su madre luchaba por meterlo en la bañadera, intentando siempre un artilugio diferente, como comprar un montón de jabones con formas de animalitos, lograr que el agua estuviese espumosa, inventar una historia trágica sobre los chicos sucios, entre tantos otros. Ni así se entusiasmaba, y cuando, por pura curiosidad, se metía, saltaba espantado, como si fuese un animalito salvaje.

Inocencia

Los rulos engrasados, tan negros que parecían azules; la ropa llena de manchas de toda clase: de dulces, de barro, de lavandina, de detergente, de salsa; las zapatillas, algún día blancas, ahora verdes con toques marrones y las puntas rotas de tanto patear la pelota; la mochila a medio vaciar por los saltitos de pájaro que daba mientras caminaba. Así, Lautaro iba por la vida, con algo de tierra en la cara y una pequeña mancha de leche chocolatada o de jugo tang en la boca, preguntándose por qué sus padres le ponían veneno a las ratas o a las hormigas, si eran tan lindas.

Ternura

Cada dos o tres meses, llegaba con un nuevo gatito rescatado y así fue que llegó a dormir con más de veinte, y las noches de heladas infinitas y crudas, para él sólo eran un tanto frescas. Como era excesivamente memorioso, sabía con precisión los nombres, características y comportamientos de cada uno de sus gatos, por eso, cuando el Panda desapareció lo notó de inmediato. Ese gatito nunca se había ido, ni por quince minutos, siempre prefería estar adentro y en la cama. Lo peor es que era uno de los más viejos y necesitaba cuidados especiales, como, por ejemplo, que le rascaran la pancita a las tres de la tarde en punto, ni antes ni después, de lo contrario, podía morir de la tristeza.

Amor

Por supuesto, el primer lugar al que fue estaba el Panda: en el casino. Lo vio a través de la gran ranura de la puerta de hoja doble, estaba expectante debajo de una pequeña máquina de color negro, sólo se veían unos ojitos verdes. Nunca había visto los ojos del Panda así, tan opacos.

Indiferencia

Sintió que alguien lo tomaba del cuello de la remera, un hombre grandote, vestido de policía. Le dijo que era el encargado del cuidado de la entrada y que él, por ser menor de edad, no podía estar allí. Lautaro lo miró con desconcierto, no entendía por qué no podía entrar a ese lugar, que por las máquinas, luces y sonidos, parecía un parque de diversiones, pero, por miedo, se guardó la pregunta. Señor policía, porfis, yo tengo que pasar un ratito porque el Panda está ahí adentro, yo quiero pasar a buscarlo porque si no le rascan la pancita…pero escuchó el "nene, andá a bañarte".

Fuerza

En el camino de regreso a casa, la cara de Lautaro era una máscara de lagañas, mugre, mocos, transpiración y lágrimas. Caminaba rápido, cerrando los puños con fuerza. Una mancha de tierra se exageraba en su entrecejo fruncido, lo que a la distancia parecía un tercer ojo. Ya había sentido eso un día que, aunque su mamá lo había bañado a la fuerza y hasta le había gustado un montón ponerse perfume, unos compañeritos le habían dicho: ni bañado se te va a ir lo sucio, vos no podés comer galletitas de miel con nosotros. Ese día se escapó del jardincito y lloró muchísimo. Su mamá también había llorado, pero enseguida se había ido al baño y había vuelto con la cara limpia, reluciente, se había vuelto a sentar junto a él, le había tomado de las manos y le había dicho, en voz bajita, como si fuese un secreto: yo te llamé Lautaro porque significa traro veloz… claro, vos no sabés, el traro es un ave muy grande y muy fuerte, que vuela muy muy alto y muy muy rápido, tanto, que no se deja comer por nadie, tanto, que ningún mal llega a él. Te puse este nombre, Lautaro, que suena como el canto de un pájaro, porque una noche, cuando estabas en mi panza, salí a dar una vuelta en bici y uno de esos bichos se frenó justo sobre mi brazo y me dijo que te llamara así, para que fueras como ellos.

Libertad

Recordando, se había desviado un poco del camino hacia su casa, tampoco se había dado cuenta que el Panda venía detrás de él. Sintió que sus ojos se empequeñecían, su espalda y sus brazos se expandían en forma de dos pompones, sus piernas se alargaban, los dedos de sus pies se expandían, su nariz y su boca se endurecían y crecían hacia adelante, su corazón se acomodaba. Al cabo de unos momentos, ya había emprendido vuelo. 

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