“Algunos de los nombres y lugares mencionados en la presente obra fueron modificados por razones de privacidad y seguridad de las personas aludidas. La narración en primera persona de Iosi es una recreación libre de las charlas y encuentros mantenidos con el protagonista a lo largo de los años”. La aclaración de los autores de Iosi, el espía arrepentido, libro de investigación de Miriam Lewin y Horacio Lutzky publicado en 2015, es pertinente y lógico en el sentido más elemental de la palabra. A fin de cuentas, la confesión que recorre las más de doscientas páginas del volumen puede llegar a confundirse con un relato de ficción. Acaso lo sea en términos formales, aunque los acontecimientos narrados forman parte de la historia reciente de nuestro país. “Me llaman Iosi. Por Iosef, el nombre hebreo de José. Buena parte de mis días fui judío y participé de encuentros políticos y culturales en instituciones de la colectividad en la Argentina. Pero no es mi verdadera identidad, no: soy agente del Servicio de Inteligencia de la Policía Federal”. Así comienza el relato de José Alberto Pérez, alias Iosi, que los propios autores sintetizaron de la siguiente manera en un texto publicado en estas mismas páginas (https://www.pagina12.com.ar/27984-la-historia-de-iosi ): “Pérez fue enviado por sus jefes policiales en democracia a infiltrarse en la comunidad judía, con el objetivo de descubrir las imaginarias ‘conspiraciones secretas’, incluyendo el llamado Plan Andinia –uno de los mitos favoritos del antisemitismo local– según el cual existe un plan secreto de la comunidad para apoderarse de la Patagonia y fundar una segunda Israel. Para eso estudió con esmero hebreo, religión, tradiciones e historia del pueblo judío”. La historia de Iosi y su relación con los atentados a la Embajada de Israel en 1992 y a la AMIA dos años más tarde, los más cruentos en la historia argentina, forman parte del entramado narrativo de la serie creada por Daniel Burman a partir del libro de Lewin y Lutzky, ocho episodios dirigidos por él mismo y Sebastián Borensztein que estarán disponibles en la plataforma Amazon Prime Video a partir del viernes 29 de abril. Un relato de ficción basado en hechos tristemente reales que adopta los modos del thriller político, un terreno poco abordado en la producción local, con un reparto que incluye a Gustavo Bassani en el rol titular, Natalia Oreiro, Mercedes Morán, Alejandro Awada, Carla Quevedo y Minerva Casero, entro otros.
Para los espectadores, en particular aquellos afines a la cinefilia, y también para la prensa especializada, el de Daniel Burman es un nombre ligado íntimamente a la renovación del cine nacional que comenzó hacia finales del siglo pasado, primero de manera tímida, luego con la fuerza de un vendaval. Su cortometraje Niños envueltos formó parte del Santo Grial del Nuevo Cine Argentino, la colección de cortos conocida como Historias breves (1995), en la cual Burman compartió cartel con Lucrecia Martel, Israel Adrián Caetano y Ulises Rosell, entre otros nombres por entonces desconocidos. Un crisantemo estalla en cinco esquinas (1998) y Esperando al mesías (2000) pondrían su nombre de relieve y con El abrazo partido (2004) llegaría la consagración internacional: la película resultó ganadora de dos Osos de Plata en el Festival de Berlín, incluyendo el Gran Premio del Jurado. En tiempos recientes, luego de largometrajes como Derecho de familia, El nido vacío, La suerte en tus manos y la subvalorada El rey del Once –su última película a la fecha, estrenada en 2016–, Daniel Burman parece haber abrazado la creación, producción y/o dirección de series televisivas, cuyo canto de sirena atrae a una cantidad creciente de realizadores que encuentran allí ciertas posibilidades económicas, a veces unidas a la libertad creativa, que tantas veces cuesta hallar en el mundo del cine. Luego de las series Edha, Pequeña victoria y Cecilia, Iosi marca un importante salto en términos de ambiciones narrativas. Una historia que transcurre en múltiples tiempos, desde los inicios de la infiltración del protagonista en la comunidad judía, en 1985, hasta finales de la primera década del siglo XXI, que es a su vez el regreso a una de las zonas de la ciudad de Buenos Aires más visitadas por el realizador a lo largo de su carrera: el Once (aunque, cuestiones de la coproducción mediante, una parte del barrio porteño haya sido reconstruido en la vecina ciudad de Montevideo).
“Podría decirse que el libro me encontró a mí, yo no lo busqué”. Daniel Burman, de saco y corbata, atento a la cámara y prolijamente sentado en una silla con fondo neutro, responde a las preguntas en una típica conversación marcada por los modos virtuales post pandémicos y el rigor del cronómetro impuesto para cada entrevistador. “Fue en una librería de Belgrano, una de esas de cadena. Estaba mirando libros, lo vi en la sección de novedades y el título me llamó poderosamente la atención. Al leer la contratapa no me quedaron dudas de que era una serie que podía hacerse. Nunca me pasó algo así, sinceramente”. El director de 48 años recuerda que luego de leer unas veinte páginas dejó el libro y llamó a los autores. “Me sorprendió y atrapó esa suerte de viaje heroico del protagonista, el territorio que describe. Al mismo tiempo, el de Lewin y Lutzky no es un libro de investigación cualquiera: hay algo en las motivaciones de los personajes, en su psicología, que no es muy frecuente en otros textos de estas características”. Por supuesto, el pasaje del volumen de 240 páginas a las siete horas y pico de la serie implicó un trabajo que fue más allá de la simple adaptación. “La construcción narrativa fue encarada por un equipo comandado por Sebastián Borensztein, un trabajo de más de dos años en el que le fuimos dando forma a nuestro Iosi. En el libro las motivaciones del Iosi real no están desarrolladas, sería imposible que algo así fuera posible, así que tuvimos que elaborar mucho ese aspecto. Pero la materia prima era tan fascinante y provocadora que nos facilitó mucho el camino”. Ante la pregunta, casi retórica, respecto de si alguna vez se planteó que Iosi, el espía arrepentido fuera una película y no una serie de ocho episodios, Burman responde con palabras lógicamente previsibles: “No, jamás se planteó la posibilidad de un largometraje. Me gusta hablar de ‘materia narrativa’, que en este caso era tan amplia, cabalgando a lo largo de veinte años de historia argentina, que una película era algo inviable. Cuando desplegamos toda esa ‘materia’, nos dimos cuenta de que incluso con ocho episodios teníamos que hacer un trabajo de simplificación.
“¿Qué es lo que puedo aportar? Información sobre la mayor conspiración criminal en la historia argentina”, afirma el Iosi de la ficción desde el tráiler de la serie. La voz es la de Gustavo Bassani, actor con una importante experiencia teatral que, sin embargo, no había participado en proyectos cinematográficos o televisivos. Un acierto del casting, que al imaginar un Iosi sin un rostro popular permite que el espectador acompañe al personaje sin distracciones, asomándose a sus zonas oscuras y luminosas (más de las primeras que de las últimas, al menos en los papeles). “Tenés que ser judío en cuerpo y en alma”, le dice su superiora en la fuerza, interpretada por Natalia Oreiro, antes de que el joven rubio y sonriente comience a caminar por las calles atestadas de locales de venta de telas y a hacerse amigo de un grupo de chicos y chicas de la comunidad. “No, no es Hebraica”, niega Burman. La pregunta puntual es si el rodaje de varias escenas importantes tuvo lugar en la sede de la calle Sarmiento de la Sociedad Hebraica Argentina. “Es un lugar en Montevideo cuya fachada es muy parecida. Y adentro el teatro es igual. Increíble. Tal vez lo hizo el mismo arquitecto”. El universo de la serie es el del thriller político y una de las referencias a la hora de hablar de posibles influencias es la miniserie del francés Olivier Assayas Carlos, aunque Burman señala su fascinación por las sagas Deutschland 83 y Deutschland 86, amén de clásicos como La conversación. “En realidad, y esto no es muy cinéfilo que digamos, creo que Iosi es ‘una de espías’. Pero no a la manera del MI6, con todos esos chiches de última generación. Esto es Argentina y hay que salir a robar un Fiat 600. Fuimos poco dogmáticos y muy serviciales a la trama y la verdad es que hacer una de espías en el Once es como un sueño cumplido”. El director de Todas las azafatas van al cielo afirma que tuvieron una libertad absoluta en todos los aspectos creativos; también a la hora de definir el reparto, en el cual la clave era que cada actor fuese el mejor para cada papel, más allá de ser o no famoso. “El protagonista tenía que ser el más adecuado y Gustavo Bassani es único, con cualidades muy infrecuentes y un trabajo escénico notable. Sabe artes marciales, canta, se las arregla hablando idiomas que no conoce, es un actor a la ‘americana’ clásico. Estoy de acuerdo en la idea de que si el casting y el guion están bien hay que esforzarse mucho como director para arruinarlo todo”.
“Cuando explotó la bomba en la Embajada, poco después de que desprevenidamente yo estuviera a punto de ir a una reunión allí, empecé a preguntarme si la información que transmitía en encuentros secretos no habría contribuido al atentado. Después de la explosión en la AMIA ya no tuve dudas. Me habían pedido detalles del edificio, había dejado en manos de mis superiores un plano de la sede, había reportado movimientos, nombres, responsabilidades y horarios”. Las palabras de Iosi en la introducción del libro ponen la piel de gallina. “La verdad es que hoy es el primer día en el que hablo sobre el proyecto con gente no vinculada directamente a él, y recién ahora estoy cayendo un poco en la cuenta de los alcances de la historia. Siempre me pareció bastante llamativo poder convivir en una sociedad con estos niveles de negación e impunidad. Me parece mucho más fuerte eso que lo que la serie pueda llegar a provocar. Tuvimos dos atentados de los más luctuosos y terroríficos del continente y seguimos más o menos como si nada. Creo que los argentinos vivimos demasiado apasionados por la coyuntura y dejamos de hacernos ciertas preguntas, lo cual es también una manera de negar nuestra historia. Por supuesto que el presente existe e importa, pero cargamos con un lastre muy grande, del cual nos tenemos que hacer cargo. Por más que nos incomode. La verdad es que nunca me creí eso de la misión del artista: hacemos películas y series y somos más o menos irrelevantes a nivel social. Pero, si existiera una misión, por llamarla de alguna manera, sería esta: poner de relieve esas preguntas que solemos meter en un táper en el fondo del freezer. Incomodar, provocar, aunque sea un poco. Sentí que la historia de Iosi debía ser contada, que los veinte años de trabajo que tengo atrás se debían poner a su servicio”.