Los equilibristas del delivery
Cuando hace más de quince años recorrió el sudeste asiático por primera vez, al fotógrafo inglés Jon Enoch le abrumó la grandísima cantidad de motos que surcaban las calles, en constante marcha. “Ese permanente nivel de tráfico es demasiado para los sentidos. Llegué a preguntarme si alguna vez lograría cruzar de vereda”, recuerda este hombre asentado en Londres, al que intrigó especialmente Hanói, una de las ciudades del mundo con más ciclomotores por metro cuadrado. Se estima, de hecho, que hay más 5 millones de motos en danza en la capital vietnamita, y eso que tiene alrededor de 7.5 millones de habitantes. Lo que más capturó la atención de Enoch fue ver cómo se apañaban las personas para hacer entregas con sus scooters; dice, de hecho, que “era visualmente imponente el modo en que cargaban pilas y pilas de cartones de huevos, gigantescas bolsas de hielo, enormes montañas de flores”. De allí que, al enterarse de los planes del gobierno por limitar el número de vehículos privados, especialmente los de dos ruedas, en pos de reducir la contaminación y descongestionar el tránsito, el fotógrafo no dudase en colgarse la cámara y tomar un avión a esas latitudes. Al parecer, “las motos estarían prohibidas hacia 2030, así que tenía que apurarme en concretar este proyecto pronto, antes de que el arte largamente instalado de andar en ciclomotores abarrotados, sobrecargados, llegara a su fin”. Una cultura sorprendente en tanto, según advierte, “los repartidores ponen en juego increíbles habilidades de equilibrio para entregar productos a tiendas o venderlas ellos mismos por toda la ciudad”. Con cargamentos que incluyen cientos de balones de futbol, de partes de coches, decenas de botellones de agua, incluso ¡cantidad! de pececitos; uno más extraño que el siguiente, entiende Jon. Bikes of Hanoi, por cierto, no es su serie más reciente (esa sería la colección de retratos a vendedores de algodón de azúcar en Mumbai) pero sí la que más reconocimientos le ha reportado, con menciones y premios de Smithsonian, Lens Culture, los Sony Awards a la fotografía.
Válido dentro de un siglo y medio
“Hemos preservado Yellowstone durante 150 años. Ahora es tu turno”, pasa la pelota el propio parque nacional, el más antiguo y popular de los Estados Unidos, cuya fundación se remonta a 1872. Ubicado en el extremo noroeste de Wyoming, Yellowstone se extiende más allá de las fronteras de Idaho y Montana: son casi 9 mil kilómetros cuadrados de lagos, cañones, ríos y cordilleras, habitados por numerosos animales, incluidos –cómo no– unos cuantos Osos Yogui. Además, claro, de la frutilla del postre geológico: sus géiseres. Dicho lo dicho, en pos de seguir cuidando el paisaje y la biodiversidad del histórico sitio durante otro siglo y medio, las autoridades le han pasado (simbólicamente) la posta a los visitantes, al pedirles que donen 1500 dólares para mantener este tesoro nacional. Lo peculiar del asunto es que, por desembolsar semejante monto, la gente recibe algo a cambio: un pase anual para ingresar a Yellowstone, válido recién en el año... 2172. En otras palabras, es necesario que pasen 150 primaveras para que la entrada pueda usarse, ¿es acaso un engañabobos?, ¿una apuesta a los avances de la medicina?, ¿un ticket diseñado exclusivamente para vampiros que gozan de inmortalidad? De ningún modo, aclaran desde el parque, que ha llamado al ticket “un pase de herencia”; o sea, esperan que pase de generación en generación, a modo de legado familiar, y está terminantemente prohibida su reventa. Esta peculiar manera de juntar fondos de cara al mañana, sin embargo, trae consuelo para la gente del presente. “La entrada para el 2172 viene con otra, de cortesía, para disfrutar de Yellowstone ahora”, explican desde la entidad, y agregan que llegará por correo uno o dos meses después de haberse realizado la donación, y podrá utilizarse en lo que resta del 2022. En fin, una forma de que gente muy ansiosa pueda ir comprándole un regalito al tataranieto que jamás conocerá.
Crónica de una quema anunciada
El pasado año, el altamente cotizado Damien Hirst se zambulló de cabeza al boom del arte digital estelarizado por los NFT al anunciar su proyecto The Currency. Ni lento ni perezoso, el célebre inglés –tan hábil para hacer dinero como para despilfarrarlo, que ya venía aceptando criptomonedas como forma de pago por sus obras– lanzaba esta iniciativa, que básicamente se trataba de diez mil pinturas al óleo únicas, sobre papel, que volvían sobre su serie de lunares. Cada obra física de esta colección tenía, como contrapartida virtual, un NFT. Hirst dejaba a criterio y elección del comprador optar entre el token no fungible o su versión original, analógica. Propuesta que, dicho sea de paso, tácitamente planteaba una pregunta: hoy en día, ¿vale más el arte físico o el arte digital para la nueva generación de coleccionistas? De momento, la respuesta es bastante demoledora: hasta días pasados, apenas 784 de los diez mil NFT de The Currency habían sido canjeados por la variante en papel; es decir, menos del 8 por ciento. Y eso que Hirst había dejado clarísimo que no iban a sobrevivir los dos formatos de cada obra: la no seleccionada sería destruida de una vez y para siempre. En otras palabras, el otrora enfant terrible podría hacer trizas 9216 de sus pinturas, conforme él mismo ha recordado recientemente. Dice, de hecho, que quienes hayan conservado sus NFT hasta el 27 de julio de este año, ya no tendrán acceso a la versión física. El deadline responde a razones: luego procederá a prender fuego a las pinturas rechazadas; una quema que se realizará, según ha adelantado, en la Newport Street Gallery, en Londres; o sea, en su propio museo. Vale decir que lo poco que sobreviva a las llamas servirá a Hirst para montar otra muestra, de obras chamuscadas, culminación de un proyecto al que evidentemente no para de sacarle rédito.
De casi magnicida a cantautor
Con 66 años, anunció a principios de abril que daría su primer concierto (será en el Market Hotel, en Brooklyn, el próximo 8 de julio), y en menos de lo que canta un gallo se agotaron las entradas. El morbo, sin duda, ha jugado un papel en tan contundente sold out: no todos los días toca en vivo un casi, casi magnicida. John Hinckley Jr. salió de prisión en 2016, después de que un juez dictaminara que ya no era un peligro para la sociedad. Había pasado unos 35 años internado en un instituto psiquiátrico tras haber tratado de asesinar a Ronald Reagan en 1981. Prácticamente lo logra: en la entrada del hotel Hilton, en Washington, disparó al entonces presidente, que resultó gravemente herido; a un policía; a un agente del servicio secreto; al secretario de prensa James Brady, que quedó paralizado de la cintura para abajo, postrado en una silla de ruedas de por vida. El tirador craneó y llevó adelante el atentado en un intento por impresionar a Jodie Foster, con la que se había obsesionado tras ver Taxi Driver. Hinckley se sintió identificado con Travis Bickle, el personaje de Robert de Niro que en la cinta planea asesinar a un candidato presidencial. Trató de contactar en reiteradas ocasiones a la joven actriz; le mandaba cartas y poemas, pero al ver sus intentos de acercamiento frustrados, tuvo la lunática idea de que un “magnicidio por amor” robaría el corazón de la dama. No sobra recordar que, tras el intento fallido de asesinato, la –hoy arrepentida– banda Devo pensó que estaba bueno tomar prestados algunos versos de las poesías de John Hinckley Jr. a Foster para su track I Deside, que salió en el álbum Oh, No! It's Devo, de 1982. No sin antes pedirle permiso al propio John, que ahora lleva varios meses reclamando públicamente por las supuestas regalías no pagadas por la canción que, según él, “coescribió con el grupo”. Independientemente, ahora el hombre está ciento por ciento volcado a la guitarra, compartiendo desde fines de 2020 temas propios y covers de Elvis Presley, Bob Dylan, Joni Mitchell, etcétera. Canciones que seguramente sean parte del set list que está preparando para el venidero julio, cuando haga su debut frente al público expectante. Público que desembolsó 20 dólares, tal el costo de la entrada, y seguramente se pregunte quiénes serán los “invitados especiales” que promociona el Market Hotel de Brooklyn en sus afiches. Primera parada de una pequeña gira, cuyas fechas John Hinckley Jr. irá anunciando en lo sucesivo.