Con un programa que incluye el Concierto para piano y cuerdas de Alfred Schnittke y la Sinfonía en re menor n° 7 de Antonin Dvorak como obras centrales, la Orquesta Sinfónica Nacional ofrecerá el viernes 22 a las 20 el cuarto concierto de su temporada en el Auditorio Nacional del Centro Cultural Kirchner. Bajo la dirección de Ezequiel Silverstein, uno de los directores destacados de las nuevas camadas, y con Claudio Espector como solista, el organismo estatal abordará un repertorio ecléctico, sin conexiones conceptuales evidentes, que completa con la Segunda obertura de concierto del compositor argentino Alberto Williams. Las entradas gratuitas pueden reservarse a través de la página web del CCK.
Tras un comienzo auspicioso, con dos estrenos de compositores argentinos -Supernova, para orquesta de Demián Rudel Rey y Concierto para trompeta, saxofón, órgano y orquesta de Valentín Garvie-, la temporada de la Sinfónica Nacional continuó enseguida con Manfredo Kraemer como director invitado en un programa dedicado a Bach y Haydn y más tarde con la ejecución del Concierto para piano y orquesta en la menor Op. 54 de Robert Schumann con Lorena Eckell como solista, entre otras cosas.
Ahora la música de Schnittke propone una incursión, breve pero intensa, por una obra que a su manera es representativa de ese universo tenso y diversificado, siempre atractivo, que es la música rusa del Siglo XX. Claudio Espector recuerda que fue el pianista ruso Lazar Berman, con la Filarmónica de Buenos Aires dirigida por Simón Blech, el que estrenó esta obra en Buenos Aires a comienzos de los ‘90. Desde entonces nunca más se tocó en esta ciudad.
“Hace tiempo que quiero proponer esta obra con la Sinfónica Nacional. De hecho la habíamos pensado para la temporada 2020, pero la pandemia movió todo de lugar y recién ahora podemos hacerlo”, dice Espector a Página/12. El interés del pianista argentino, que es egresado del Conservatorio Tchaikovsky de Moscú con el título de Magister, tiene que ver con la actualidad de la música de Schnittke y las múltiples posibilidades de lo que está detrás del modernismo, entre las vanguardias europeas y la lección de Dimitri Shostakovich y Sergei Prokofiev.
“Schnittke fue un compositor muy particular en el contexto de los últimos años de la Unión Soviética. Este Concierto para piano y cuerdas es un buen ejemplo de cómo el compositor desafiaba la tonalidad a través de lo que podríamos definir como ‘poliestilismo’, que no fue una simple mezcla química, sino algo más orgánico, que generó un perfil muy personal. La suya fue una salida plena de audacia estética en épocas previas a la Glásnost y la Prestroika, valores que compartió con otros compositores, como Sofía Gubaidulina o Edison Denisov, que en el mismo brete generaron una corriente rusa que se extendió por Europa y el mundo”, agrega el pianista.
El empleo de la cita, la parodia y la metamorfosis profunda fueron recursos recurrentes en el estilo de Schnittke, que alguna vez escribió que “el mal debe atraer. Debe ser agradable, seductor, tomar la forma de algo que se cuela fácilmente en el alma, cómodo, agradable, en cualquier caso, cautivador. Un hit es una buena máscara para cualquier diablura, una forma de meterse en el alma. Por lo tanto, no veo otra forma de expresar el mal en la música que un hit”.
En efecto, una forma de ironía se expresa desde los primeros momentos del Concierto para piano y cuerdas, a partir de un clima beethoveniano. “Hay un momento tipo ‘Claro de luna’, que ya la había utilizado en una música para película. El piano comienza a hacer algo muy romántico y la orquesta como que lo va ‘oxidando’, lo va destruyendo. El oyente de pronto queda a la deriva, su salvavidas se va hundiendo en un clima sombrío y tenso”, explica Espector. “En otros momentos hay una tocata con la marca de Prokofiev o aparece un vals mefistofélico, un dúo del piano con el contrabajo que tiene mucho de jazzístico”, agrega el pianista, que no cede a esa idea que, ante los desastres de la guerra en Ucrania, pretende condenar todo lo ruso. “Es un disparate pretender que se prohíba a Tchaikovsky o vetar a Dostoievsky o cosas por el estilo. Por suerte esas cosas ya no pasan acá, que el otro día en el Colón bailó una bailarina rusa --Natalia Osipova interpretó Giselle--. Sería incoherente que Occidente se la pase hablando libertades y al final la realidad sea diferente”, concluye Espector.