El futuro del dinero es posiblemente uno de los temas más polémicos e interesantes del debate económico contemporáneo. Existe una confrontación cada vez más explícita entre los países, las grandes corporaciones como Facebook y los promotores de tecnologías descentralizadas como bitcoin por controlar en las próximas décadas el movimiento de los pagos, de los cobros y del resto de servicios financieros que ocurren en la sociedad.
Goethe en su obra maestra Fausto fue precursor del término Gretchenfrage, que puede usarse para plantear una pregunta crucial o trascendental para la humanidad. En el caso del futuro del dinero este interrogante es el siguiente:
1. ¿En quién confiarán las sociedades para emitir y mantener el dinero digital?
2. ¿Seguirán confiando en los Estados?
3. ¿Buscarán a las grandes empresas o preferirán volcar su confianza a la computación y los algoritmos detrás de blockchain?
La cantidad de argumentos para defender o atacar cada una de estas tres opciones es amplia. Se trata de una discusión abierta en el que participan activamente los dueños de corporaciones tecnológicas, los referentes del mundo de las criptomonedas y la primera plana de los principales organismos multilaterales que coordinan la arquitectura financiera internacional.
En este último punto figura recientemente la participación en el debate de Agustín Cartens, el economista mexicano que está al frente del Banco de Pagos Internacionales. En su presentación "Monedas digitales y el alma del dinero" afirmó que la confianza de los individuos continuará del lado de los Estados –incluso en épocas de digitalización a pasos acelerados- y promocionó que se implementen monedas digitales de los países.
Cartens se mostró crítico de las otras alternativas. Entre los problemas de una moneda digital de grandes tecnológicas como Facebook o Amazon indicó que se corre el riesgo de que estas grandes empresas y sus modelos de stablecoin centralizadas crezcan sin restricciones. Se crearía un ecosistema de pagos cerrados, en el cual serían dueños absolutos de los datos.
“No es deseable depender del dinero privado (stablecoin global de una corporación tecnológica). Los usuarios pueden encontrar inicialmente una gran comodidad pagando con esta moneda. Pero al hacerlo estarán entregando las llaves del sistema monetario a entidades privadas, impulsadas por las ganancias y responsables únicamente ante sus accionistas”.
La segunda opción para el futuro del dinero basado en las criptomonedas y la blockchain recibió críticas igual de contundentes. El titular del Banco de Pagos Internacionales planteó que las promesas de la descentralización (en la que los algoritmos reemplazan a las instituciones para mantener un sistema de pagos) no se terminan de materializar.
“Hay un gran abismo entre la visión de los proyectos y la realidad”, planteó. Lo argumentó no sólo por los problemas del consumo energético, sino a partir de las dificultades en la eficiencia de procesamiento, los altos costos de las transferencias, el auge de las estafas y el problema del anonimato, entre otros.
La contracara de estos problemas –en la mirada de Cartens- se encuentra en la posibilidad de masificar las CBDC, es decir las monedas digitales de los países. Se trataría de la forma de asegurar que el dinero digital siga siendo un bien público y la sociedad mantenga su confianza en la moneda de los Estados.
La novedad es que en este escenario para el futuro del dinero todos los participantes, desde bancos hasta grandes tecnológicas o incluso proyectos descentralizados, podrían conectarse a una misma red abierta e interoperable para poder innovar en la oferta de productos para los usuarios finales. Un experimento que pondría a prueba la velocidad de respuesta de muchos actores tradicionales.