Las renovadas relaciones con el FMI engendraron un documento del organismo sobre la situación económica argentina. Lejos del cambio, los burócratas del Fondo mantuvieron su folklore ortodoxo reclamando un ajuste del gasto público en empleados, salarios, educación, salud y subsidio a las tarifas; reducción de impuestos a las ganancias, al cheque e ingresos brutos, de las contribuciones a la seguridad social y de las retenciones a la soja; junto a una reforma previsional que reduzca los haberes e incremente la edad jubilatoria de la mujer.
Sorpresivamente, al analizar la inflación destacan que la política de metas del Banco Central no logrará sus objetivos por la “inercia inflacionaria”. Con ese término, se refieren a la indexación de hecho de variados contratos en la economía (sólo mencionan la negociación salarial en paritarias, olvidando los contratos de alquileres, los créditos, aumentos escalonados de tarifas) que hacen que la inflación pasada se proyecte hacia el futuro. La “novedosa” interpretación sobre la causa del aumento de los precios en Argentina por el FMI muestra la contaminación política de sus análisis “técnicos”. 
Hace varios años desde el CESO venimos señalando que la inflación argentina tiene componentes inerciales que frustran su estabilización mediante ajustes fiscales, reducciones del circulante o retrasos cambiarios. Sin embargo, enceguecidos por su oposición política al kirchnerismo, la mayor parte de los analistas cargaban sus dardos contra la emisión monetaria para financiar el déficit fiscal. Ese argumento se sostenía contra toda evidencia empírica, dado que la inflación pegó el salto entre 2006 y 2008 cuando las cuentas públicas eran superavitarias. Hizo falta que ganara un candidato pro-establishment, implementará un programa ortodoxo y la inflación lejos de bajar se duplicara, para que los “economistas serios” comiencen a hablar de inercia inflacionaria. 
La reconversión sería bienvenida si apuntara a implementar una política que ataque las causas reales de la inflación. Pero la “inercia” se convirtió en una forma de responsabilizar a la gestión pasada del fracaso del actual programa de estabilización, y la propuesta del FMI para superarla es un programa ortodoxo más duro, que elimine cualquier posibilidad de financiamiento del déficit fiscal por el BCRA estableciendo una nueva Carta Orgánica que también elimine los objetivos de desarrollo y empleo de la política monetaria (que la actual gestión desconoce violando su mandato). Es decir, frente al fracaso ortodoxo proponen lo mismo pero en dosis superiores.
En realidad, las políticas para atacar la inercia inflacionaria no requieren ajustes draconianos. Sino atacar los elementos inerciales mediante políticas que vayan eliminando la indexación de los contratos. Las mismas pueden ir de propuestas de congelamientos de precios, tarifas, reconversión de tasas de créditos para alquileres y créditos, recomendables para escenarios de elevada inflación. A disminuciones graduales de la nominalidad de la puja, evitando shocks sobre el dólar y las tarifas más recomendables para inflaciones moderadas como las que se está transitando.

@AndresAsiain