El groove por sobre todas las cosas. Esa fue una de las tantas máximas que se pudo rescatar de la vuelta de Kool & the Gang a Buenos Aires. Si bien fue anunciado como un recital, los de Nueva Jersey terminaron amenizando un fiestón. De los mejores que experimentó esta ciudad en lo que va de 2022. Y de eso pueden dar fe los que fueron testigo de esa cátedra de funk y sus descendencias en el estadio Luna Park. Luego de su último desembarco local, hace 24 años, poco y nada se supo del grupo. La única noticia fue la inclusión de su éxito “Jungle Boogie” como tema de presentación de Get Down, serie de Netflix que retrata los inicios del hip hop. Al igual que ese clásico, revisitado por Beastie Boys, Public Enemy y Ice Cube, buena parte del cancionero de la banda fue reciclado por el rap. Junto a James Brown, con los artistas más sampleados del funk.

Si George Clinton y los pioneros de la escena techno de Detroit consiguieron la forma de que el vecino afrodescendiente de los barrios populares de los Estados Unidos viajara al espacio exterior a través de la música, el grupo creado en 1964 estableció la plataforma de despegue. Por eso sus canciones siguen sonando contemporáneas, porque si en algo coinciden los artistas precursores y los genuinos es en que su obra sobrevive inmaculada del paso del tiempo. Justamente por eso de la innovación. Pero si hay algo que distingue a Kool & the Gang por sobre otros cultivadores de la vanguardia es su habilidad para desdoblarse en un alquimista del pop para las masas. Entonces puede poner a dialogar con una naturalidad despojada un tema gelatinoso como “Fresh” con la psicodelia libidinosa de “Summer Madness”, mientras encuentra su clímax bailable en “Open Sesame”.

Posiblemente lo más increíble de esa hora y media de performance tuvo que ver no sólo con la homogeneidad del repertorio, sino también con lo modernas que suenan esas canciones. Algunas de ellas con cuatro décadas de antigüedad. A pesar de que publicó en 2021 su primer álbum en ocho años, Perfect Union, en tanto que en este siglo entró y salió varias veces del estudio de grabación, el grupo se dedicó a repasar en esta vuelta sus clásicos más notables. Y si no metió más fue porque no alcanzaba el tiempo. Pero todos quedaron conformes.

Antes de que todo esto aconteciera, a las 21:15, en las pantallas colgadas en ambos extremos del estadio apareció un mapa de la Tierra, y a continuación las ciudades en las que la banda actuó últimamente. Luego, al mejor estilo de las peleas de Las Vegas (aunque en esta ocasión sucedió en el contexto del templo del boxeo argentino), se anunciaba a Buenos Aires como la capital del ritmo... sólo por esa noche. Y salió la banda a escena. Primero los hicieron guitarristas y bajista, seguidamente las sección de caños y finalmente Shawn McQuiller, cantante y guitarrista de Kool & the Gang desde 1991. Curiosamente, el único integrante fundador de esa alienación era el muchachón de las cuatro cuerdas, Robert Bell (tiene 71 años), cuyo apodo “Kool” inspiró el nombre de esta aplanadora del funk, el R&B y el jazz. Sin embargo, los que se robaron el protagonismo fueron los de la terna de metales.

Y es que hasta en eso desbordan coherencia. Más allá de que sus integrantes representan diferentes generaciones del groove, el proyecto está por encima de todo y de todos. Lo que la hermandad es para una iglesia, estos músicos lo son para Kool & the Gang. Eso quedó de manifiesto, apenas arrancó esta celebración, con “Fresh”. Secundada por otros dos himnos del grupo: “Too Hot” y “Joanna”. Así como la voz de McQuiller, que puede adaptarse a las tonalidades y matices más sorpresivos, la música de la banda, sin perder su identidad negra ni rítmica, supo resisitir a las tendencias y adaptarse a las épocas. Ese inicio ochentoso, en el que el R&B y el pop coexisten, es apenas una muestra, que tiene su corolario en “Take my Heart”, clásico de 1981. A partir de ese instante, se produjo un periplo retrospectivo. También de intensidades.

“Let the Music Take Your Mind” levantó el telón para este viaje al fondo del funk. Arrancó arrabalero, ciertamente, pero fue tomando colores distintos. Uno más latinoso y hasta erudito en “Open Sesame” (incluido en la banda de sonido de Fiebre de sábado por la noche), otro más profundo y cadencioso en “Funk Stuff”, y uno más libidinoso en “Jungle Boogie” (Tarantino le volvió a dar vida en Tiempos modernos). En tanto, “Hollywood Swinging” fue el más luminoso y redentor de la tradición funky. Este tramo le permitió al trío de caños, liderados por el trompetista Michael Ray (otro de los más antiguos de la formación: ingresó en 1979) ganarse la ovación del público, que ya a estas alturas no volvió a sentarse. Bueno, sí. Un rato. Y es que el tecladista Curtis “Fitz” Williams se hizo del control del grupo al momento de hacer el instrumental “Summer Madness”.

De semejante intensidad, el grupo, que ofreció un show tan físico como sus canciones, invocó la balada “Chrerish”, a la que le siguió esa suerte de reggae titulado “Let’s Go Dancing”. Con “Ladies’ Night”, casi todo ese Luna Park abarrotado se disparó de sus asientos, encarnando y encarando una actitud efervescente pocas veces vista ahí. ¿O más bien será el efecto post pandémico? Lo cierto es que más tarde vino “Get Down On It”, y al terminar Kool & the Gang salió de escena. Si bien McQuiller en varios momentos de la performance destacó la alegría de volver al país, al igual que la energía que le ponen los argentinos en cada tema, cuando regresaron para hacer “Celebration” nadie olvidará esa polaroid de todo el estadio convertido en una pista de baile. Ni ellos ni el público. Una vez en la calle, a pesar de la lluvia, nadie dudaba en que esta espera de 24 años valió la pena.