Parece el argumento de una película. El fotógrafo de esta historia –Alejandro Lamas– decide volver a Argentina, a Rosario. Y deja en Madrid, al cuidado de su amigo –Miguel Roig–, el archivo de imágenes. En una maleta, las fotos encuentran asilo en el sótano del edificio del Partido Comunista Español. “Junto a material administrativo, pero también valiosos documentos de IU y del PCE”, rememora Roig. ¿Cómo traerlo de vuelta? Con otro amigo. “¡Qué lleva ahí!”, dice Pichi De Benedictis que le dijo el policía aduanero. El contenido de la valija era una incógnita, tal vez explosiva: “quizás se habría confundido con quién sabe qué documentos subversivos, tutoriales para construir molotovs, desafiantes estrellas rojas”. La resolución fue feliz, las fotos llegaron a casa. Y ahora están expuestas bajo el nombre Material de Archivo: La herida del tiempo en el hall Central del Centro Cultural Roberto Fontanarrosa (San Martín 1080).
La anécdota viene a cuento, porque contextualiza –desde las peripecias de la vida misma– la muestra que tiene por protagonista a Alejandro Lamas, fotógrafo porteño pero de vida repartida entre Rosario y Madrid. Ahora está nuevamente aquí, y su Material de Archivo es también la recuperación de un legado. La maleta de una serie de imágenes y negativos y rollos y papeles que son parte de una historia, personal pero también colectiva, acunada con esmero de amistad: allí las tareas de Roig y De Benedictis. Sus textos en el catálogo que acompaña la muestra son indelebles.
“La historia de Alejandro Lamas –refería Rafael Ielpi, director del CCRF, durante la inauguración el jueves pasado– se relaciona con muchas y muchos de mi generación y la posterior, que es la de los años de finales de los ‘60 y principio y mitad de los ’70. Alejandro fue fotógrafo de muchos medios periodísticos y especialmente de aquellos dos que sembraron una semilla muy perdurable en Rosario: La Cebra a Lunares, primero, y Risario después. A partir de esas dos publicaciones, Alejandro fue creando una obra, parte de la cual está acá”.
La obra que ahora cuida el CCRF –lunes a domingos de 14 a 20, hasta el 22 de mayo, con entrada gratuita– deja entrever un paisaje urbano, de contextos cambiantes, en una poética que se enhebra entre las varias capas materiales –las fotos y mucho más– de todo archivo. La mirada de Lamas se desplaza por las ciudades de su vida y captura los detalles, los cuerpos, las situaciones. Descifra historias. Material de Archivo es una sumatoria de elementos vinculados a la práctica fotográfica de toda una vida, que acompañaron al autor en la procura de luces y sombras, en un blanco y negro que es elección estética y firma autoral: una manera sincera de mirar el mundo que le rodea.
“Es blanco y negro, es papel fotográfico, hay fotos que tienen 35 o 40 años, son fotografías que vienen de muy atrás del tiempo, en su papel original, fotografías que están copiadas en la época por el propio fotógrafo. Constituyen una especie de acervo muy importante para lo que es la trayectoria de la fotografía. Estas fotos tienen esa cuestión del tiempo, pero también del espacio, porque se fueron conmigo cuando me fui a Madrid. Es un conjunto de recuerdos míos que hoy traigo a este lugar”, contó Lamas a los asistentes, durante la inauguración.
Hay recuerdos de Rosario que viajaron a Madrid, y también otros de Madrid, traídos aquí. En este desfile de rostros y fantasmas, Material de Archivo reúne, entre otros, a Raúl Gómez, Cachilo, David Leiva, Héctor Nicolás Zinni, Litto Nebbia, Alberto Breccia, Omar Torres, Rubén Naranjo, Norberto Campos, Fito Páez. Está el staff de Revista Risario, también los integrantes del grupo surrealista Cucaño. Hay “Texturas Urbanas”, anotaciones personales, superposiciones, series, motivos, situaciones, sombras, recortes. Hay capturas casi fortuitas de la ciudad, que la hacen extraña, de tintes a veces sonámbulos. Habría que hacer un examen más minucioso sobre las imágenes obtenidas en Madrid y las conseguidas en Rosario. ¿Qué guardan unas a diferencia de las otras? ¿Qué las distingue, qué las emparenta?
Algunas de estas fotos son historias en suspenso, detenidas en el momento justo, ése que dice sobre lo que no se ve (ni se verá), por situarse inmediatamente antes y después del clic. Tarea deductiva, en todo caso, para el observador. En este sentido, las sombras cobran una autonomía espectral, de vida propia, separadas del yo donde habitan, ahora protagonistas de un paisaje mental. Algunas de las muchas impresiones suscitadas por el montaje yuxtapuesto de los cuadros, que contienen muchas fotos, entre retazos y a veces en collages.
Otra consideración, esencial, son las huellas del tiempo, porque el papel envejece, porque se rompió y por eso se lo cuida más, junto a la caligrafía del fotógrafo que Lamas era en otras décadas, en anotaciones y códigos del oficio. Tiras fotográficas, imágenes descompuestas y vueltas a componer, procedimientos de una praxis fotoquímica que hoy choca con los tiempos digitales. Una práctica que habla (¿hablaba?) desde una sed de luz (y sombra) real, junto a los dispositivos tendientes a su captura: carnets de prensa, diapositivas y luz roja de laboratorio, como las que descansan junto a otros elementos en vitrinas, situadas en el centro del salón de exposición.
En otras palabras, lo visto permite apreciar un tiempo sucedido, tan real como poético, de matices fantásticos, capaces de alterar lo cotidiano y poetizarlo de maneras imprevistas, tendientes a establecer un puente entre aquellos recuerdos y estas imágenes, pasibles de ser otra vez imaginados y por eso nuevamente vividos. Así de fantasmal y real es el asunto. Material de Archivo es una declaración de amor a la fotografía.