Desde París

“Este es un fin de semana de porquería”, dijo el peluquero. El cliente le respondió: ”ya lo creo. Está anunciado lluvia sábado y domingo y encima no se puede ir a ningún lado porque hay que votar”. ”¡ Horroroso !”, exclamó el peluquero. Luego agregó: “elegir entre Macron y Le Pen es como optar entre una zanahoria o un nabo envenenado”. Cliente y peluquero reproducen muy bien el estado de ánimo de muchísimos electores franceses que este domingo concurren a las urnas para definir un nuevo duelo presidencial entre el liberalismo y la extrema derecha. Ya ocurrió en 2002 con el padre de la actual candidata, Jean Marie Le Pen, se repitió en 2017 entre el actual presidente Emmanuel Macron y Marine Le Pen y se vuelve a plantear por tercera vez entre estos dos últimos adversarios. En el medio desaparecieron los llamados partidos institucionales, la derecha de Los Republicanos y el Partido Socialista, y sólo quedó en pie un embrión de izquierda concentrado alrededor del movimiento Francia Insumisa liderado por Jean-Luc Mélenchon. Más allá no hay otro camino que estos dos. ” Dos condenas muy jodidas para la democracia francesa”, dice Paul Vernant, un curtido chaleco amarillo que participó en 2018 y 2019 en el bloqueo de las rotondas y las manifestaciones que devastaron los barrios ricos de París. ”Después de todo eso, ni lágrimas me quedan”, completa antes de explicar que, como muchos chalecos amarillos, esperaron tres años para sacarse de encima a Emmanuel Macron y ahora vuelven a la misma situación que la de hace 5 años: ”voté libremente por Mélenchon en la primera vuelta, pero ahora tengo que votar por Macron, a quien detesto, para que no pase el fascismo pusilánime de los Le Pen. ¡ Es una jodida elección !. Un burgués o una burguesa fascista que se hizo pasar por la señora del pueblo…es para llorar”.

Elección por default

Rabia y resignación presiden estas jornadas previas al voto. Las consignas no son “por” sino “votemos contra la extrema derecha”. Una elección casi por default cuya campaña electoral nunca se abrió hacia la confrontación de proyectos, comparaciones y exposición de los desafíos impostergables de la acción política. Emmanuel Macron y Marine Le Pen ganaron el privilegio de enfrentarse de nuevo en una confrontación que se parece a una broma siniestra con, como actor central, un fascismo racista y autoritario que llegó tres veces al final de un proceso electoral en contra de todos los demás representantes de la democracia. Ese es el triste escenario. Su desarrollo puede que este domingo lleve a que Francia no se convierta en el tercer pilar de Occidente que cae bajo el embrujo del fascismo o el despropósito político. En noviembre de 2016 ocurrió con Donald Trump en Estados Unidos y antes, en junio del mismo año, Gran Bretaña votó a favor de la salida de la Unión Europea con el posterior arribo al poder (noviembre de 2019) de uno de los grandes mamarrachos de la política occidental, el Primer Ministro británico Boris Johnson. Si la candidata de la extrema derecha Le Pen se impone este domingo al presidente liberal Macron, Francia sería el tercer país del eje occidental miembro del Consejo de Seguridad de la ONU y dotado con arsenal nuclear que pasaría al mando de ideologías extremistas, anti democráticas o descabezadas. 

Si bien los últimos sondeos de opinión no anticipan esa posibilidad, también es lícito reconocer que, desde que irrumpió en una segunda vuelta presidencial hace 20 años, la extrema derecha francesa nunca estuvo tan cerca de llegar a la presidencia. Las encuestas predicen un 53 a 55 por ciento para Emmanuel Macron y un abanico que va del 45 al 47 por ciento para Marine Le Pen. Estos porcentajes son tanto más históricos para los ultras cuanto que corresponden a otras configuraciones. Gaël Sliman, presidente de la consultora Odoxa, resalta que tal como aparecen hoy las diferencias en las intenciones de voto “no son las que se dan entre un candidato social demócrata y otro de extrema derecha. Mas bien, remiten a los resultados de los enfrentamientos entre la social democracia y la derecha”. En dos décadas, la ultraderecha se izó a niveles inéditos al mismo tiempo que, bajo la dinámica que le imprimió Marine Le Pen desde 2005, se sacó de encima el manto de diablo sin haber por ello cambiado su plataforma política: sigue siendo un partido racista, extremista y profundamente antidemocrático. Sin embargo, Marine Le Pen endulzó el cuento, desdiabolizó al entonces Frente Nacional fundado por su padre, Jean Marie Le Pen, y emprendió una de las edulcoraciones más insólitas de la historia política contemporánea. En 2022 se presentó como “la candidata del pueblo”, de la “concordia”, de “la fraternidad nacional” y hasta de la “reconciliación”. Su programa y su modelo político están a años luz de esos enunciados. Si se compara la plataforma política que la extrema derecha presenta desde hace 5 años con la de 2002 y 2007, es la misma con la que Jean-Marie Le Pen competía. Solo han cambiado las palabras. Por ejemplo, en vez de “preferencia nacional” ahora se habla de “prioridad nacional” en el capítulo que atañe los derechos restringidos para los extranjeros. Por los demás, los referentes políticos de Marine Le Pen ya son más que conocidos: remiten a modelos autoritarios como la Rusia de Vladimir Putin o el “Iliberalismo” de Viktor Orban en Hungría.

Familia

La familia Le Pen ha encandilado a un país que se enorgullece de su mensaje democrático de alcance universal pero que, por tercera vez en el Siglo XXI, termina eligiendo para una segunda vuelta presidencial a una de las opciones políticas menos democráticas que perduran. Redes sociales, radio, revistas, diarios, televisión han sido aliados entusiastas del lepenismo. Jamás las ideas de la ultraderecha circularon con tanta frecuencia como en estos últimos cinco años. Tampoco faltaron los cómplices indirectos disfrazados con la pluma de intelectuales pseudo progresistas que salieron a legitimar el mensaje de la ultraderecha. Su narrativa contaminó hasta los rincones más íntimos de las conciencias. Ello explica el crecimiento exponencial de Marine Le Pen: fue elegida en 2011 presidenta del partido Frente Nacional, en 2012 quedó en tercera posición de la elección presidencial (17,9 or ciento), en 2017 derrotó a la izquierda y a la derecha y pasó a la segunda vuelta, donde perdió ante Emmanuel Macron (33, 9 por ciento). Cinco años más tarde, Marine Le Pen reiteró la hazaña de 2017 y puso a la ultraderecha a las puertas del poder.

La reincidencia del duelo electoral de 2017 provocó un gran rechazo. Millones de personas sienten que las han llevado a una trampa donde la única salida es elegir entre el liberalismo y el fascismo. La oferta es pobre y ya conocida. Sin embargo, la presencia de Marine Le Pen es también la derrota de la derecha institucional de Los Republicanos y del conjunto de las izquierdas. Las listas progresistas fueron incapaces de construir una alianza contra el fascismo durante los cinco años que transcurrieron luego de la victoria de Macron. Prefirieron dirimir sus diferencias y sus egos durante la primera vuelta de las elecciones presidenciales antes que frenar la progresión de la ultraderecha.  Mélenchon, el candidato de Francia Insumisa, rozó por poco la segunda vuelta. Se quedó en la frontera al mismo tiempo que se convirtió en el tercer actor decisivo: es una paradoja hiriente, pero los votos de Francia Insumisa son indispensables para formar la futura mayoría presidencial. Por esa razón Le Pen y Macron invirtieron dos semanas en ir en busca de esos votos. Con lo cual, esa izquierda divorciada consigo misma terminó siendo la piedra fundamental de la mayoría liberal que podría consagrar a Emmanuel Macron otra vez como presidente.

Electorados

Todo lo ocurrido en estos cinco años sirvió en bandeja el retrato Macron / Le Pen que aparece en la final de este domingo: los desgarros y las patéticas traiciones y ambivalencias de los socialistas hicieron que Macron recuperara a esos electores y muchos cuadros y ministros del deplorable socialismo. La derecha de Los Republicanos nutrió con sus desmovilizados electores las arcas del macronismo. Asfixiada entre la moderación y la copia de la extrema derecha, los conservadores se perdieron en las brumas de sus radicalismos e indefiniciones. Macron captó a varios electorados extraviados mientras que Marine Le Pen se llevó una franja social de origen popular inaccesible desde hace mucho para las izquierdas. De Macron o Le Pen, la gran embaucadora es la líder de la extrema derecha: envolvió en papel caramelo y en medidas contra los extranjeros la realidad cruenta de un programa electoral que, de aplicarse, haría pasar a Francia de democracia a semi dictadura. El lepenismo propone un apartheid basado en una visión fundamentalmente biológica de la sociedad, es decir, sólo para blancos y auténticos franceses, nada de inmigrados o “franceses de papel” (nacionalizados). Esa es la idea que triunfa hoy con su presencia en la tercera vuelta. Para una democracia que siempre se muestra como el ejemplo fundador de los Derechos Humanos, de la igualdad y la democracia se trata de un inmenso fracaso colectivo. La elección presidencial se dirige a una suerte de chantaje en donde la formación de una barrera contra la extrema derecha descarta toda libertad de voto.

División social

La división social, generacional y geográfica muestra a una Francia muy clara: el 68 por ciento de las personas que tienen más de 65 años votan por Macron (32 por ciento Le Pen). Los jóvenes eligen a Macron en un 56 porciento (44 Le Pen) mientras que las personas que tienen entre 25 y 64 años optan masivamente por Marine Le Pen, 58 por ciento. La Francia urbana y de clase media acomodada pone su voto en las urnas de Macron, 62 por ciento. Marine Le Pen se impone entre las clases más modestas (59 por ciento), los obreros, 67 por ciento, y las ciudades y pueblos pequeños 57 por ciento. Macron / Le Pen Episodio dos depende de las abstenciones y el voto en blanco (puede ser el más alto de la historia) y de la forma en que vote la izquierda. No lo hará, seguro, con la mano en el corazón.

"Salvemos la libertad, la libertad salvará el resto", escribió Victor Hugo en una de sus obras más acabadas y menos conocidas (Choses Vues). Hoy se trata precisamente de eso. "El resto", o sea, mañana, es, todavía, una nube negra y amenazante.

[email protected]