Ernst Fischer fue un filósofo austríaco, marxista, nacido a principios del siglo pasado, combatiente de la Primera Guerra Mundial, que estudió filosofía en Graz y trabajó en una fábrica. Publicó poesía, fue redactor del periódico socialdemócrata Arbeiter-Zeitung, y en 1934 ingresó en el Partido Comunista de Austria. Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó para Radio Moscú. En 1945 formó parte del Gobierno Provisional austríaco del que fue ministro de Educación Pública. Más tarde, fundó y dirigió el periódico Neues Oesterreich. Desde 1959 se dedicó por entero a la actividad literaria, teatral y crítica. En 1968 condenó la intervención militar soviética en Checoslovaquia, por lo que fue excluido del Comité Central del PC de Austria y, poco después, del partido. Entre sus obras más conocidas figuran De la necesidad del arte (1959), De Grillpazaer a Kafka (1962), Arte y coexistencia (1966).

Hay para Fischer, en el origen de la expresión artística humana, fuentes tanto racionales como irracionales, que se combinan, seguramente de modo oculto, que explican su surgimiento. Por un lado, que el hombre quiera ser algo más que él mismo, pretenda ser (desde una mirada marxista-hegeliana) un hombre total. Que no le satisfaga ser un individuo separado. Por eso, parte del carácter fragmentario de su vida individual para elevarse hacia una “plenitud” que siente y exige, hacia una plenitud de vida que no puede conocer por las limitaciones de su individualidad, hacia un punto más comprensible y más justo, hacia un mundo con sentido… Si la naturaleza del hombre consistiese únicamente en ser un individuo, esos deseos resultarían incomprensibles. Pero también los testimonios cada día más numerosos nos hacen pensar que el arte era, en sus orígenes, una magia, una ayuda mágica para dominar un mundo real pero inexplorado. En esa magia se combinaban en forma latente la religión, la ciencia y el arte. Esta función mágica del arte fue desapareciendo progresivamente; su función actual consistiría, por el contrario, en iluminar las relaciones sociales, en guiar a los seres humanos en sociedades cada vez más opacas.

Luego de hacer un concienzudo análisis de la historia de la producción de arte bien apegada a la de los bienes materiales, se detiene en el momento del capitalismo y sostiene que, al llegar esta era, el artista se encontró con una situación muy particular: “El rey Midas convertía en oro todo lo que tocaba: el capitalismo lo convierte todo en mercancía. Con un aumento entonces inimaginable de la producción y de la productividad, con la extensión dinámica del nuevo orden a todas las partes del globo y a todas las zonas de experiencia humana, el capitalismo disolvió el viejo mundo en una nube de moléculas revoloteantes, obstruyó todas las relaciones directas entre el productor y el consumidor, y canalizó todos los productos hacia un mercado anónimo, donde debían venderse o comprarse. /…/ En aquel mundo, el arte se convirtió también en una mercancía y el artista en un productor de mercancías. El mecenazgo personal fue sustituido por un mercado libre cuyo funcionamiento era difícil o imposible de comprender, por un conglomerado de consumidores innominados, el llamado “público”. La obra de arte se sometió cada vez más a las leyes de la competencia”.

La primera gran resistencia al sistema fue la del Romanticismo. Con sus diferencias según los países: el de los alemanes fue contradictorio y en definitiva débil por su esencia individualista y telúrica, y del yo subjetivista vuelto hacia el pasado, movimiento que es en definitiva “el reflejo más completo en la filosofía, la literatura y el arte de las contradicciones de la sociedad capitalista en desarrollo”. Pero así y todo pudo oponer “algunos rasgos positivos del pasado a los correspondientes rasgos negativos del capitalismo: por ejemplo, la estrecha vinculación del productor, del artesano o del artista con el consumidor; el carácter más directo de las relaciones sociales; el mayor sentido de colectividad; la mayor unidad de la personalidad humana, debida a una división del trabajo más estable y menos estrecha”. Por otra parte, en el llamado “arte popular”, “la idealización germano-romántica del “pueblo” no creó una simple ilusión: sus consecuencias eran reaccionarias. Iba contra la burguesía pero iba también contra todas las manifestaciones de la lucha de clases y a veces acababa en una verborrea sobre el “compañerismo social” o en la predicación de una “fraternidad” falsa e hipócrita”.

Igualmente, la del “arte por el arte” fue una reacción valiosa. “La actitud adoptada por un gran poeta, por un poeta fundamentalmente realista, Baudelaire, es también una protesta contra el utilitarismo vulgar y las ásperas preocupaciones mercantiles de la burguesía. De él escribió Walter Benjamin: “El comportamiento de Baudelaire en relación con el mercado literario fue el siguiente: su profunda comprensión de la naturaleza de las mercancías le permitió o le obligó a aceptar el mercado como un “test” objetivo… Baudelaire quería hacerse un lugar para sus obras y para ello tuvo que empujar a otros hacia fuera… Sus poemas están llenos de fórmulas y recursos especialmente concebidos para apartar a otros poetas”. Otras rebeldías contra el sistema estudia Fischer: entre las colectivas, el impresionismo, el naturalismo, el nihilismo, el simbolismo, el misticismo y, entre las individuales más destacadas, la de Franz Kafka, Robert Musil, Ernst Hemingway. No mejoró notablemente la oposición artística al sistema con el realismo ni con el llamado realismo socialista y, mucho menos, hizo surgir un arte nuevo porque, según Fischer, “el arte nuevo no surge de las doctrinas sino de las obras. Aristóteles no precedió a Homero, Hesíodo, Esquilo y Sófocles, sino que sacó de ellos sus teorías estéticas”. Sin olvidar que “sería absurdo sin embargo, concentrar toda la atención en el contenido y relegar la forma al rango de cuestión secundaria”, entre otras cosas porque “la forma es la expresión de un fin social”, es “experiencia social solidificada”, y “refleja”, tanto como el llamado contenido, a la sociedad que lo produce.

En cuanto a la realidad, y al mismo “reflejo” de la realidad en la obra (que tanto han preocupado siempre al pensamiento progresista), Fischer pone en cuestión ese reflejo y hasta la misma realidad, o el conocimiento que tenemos de la misma realidad, con palabras de Karl Kraus: “Una vez más -escribía Kraus, hablando de la prensa- el instrumento ha escapado a nuestro control. Hemos colocado al hombre que debería informar sobre un incendio -el hombre que debería desempeñar el papel más subordinado en el Estado- por encima del Estado, por encima del incendio y de la casa incendiada, por encima de la realidad y de nuestra imaginación”.

 

Escritor, docente universitario.