Mas allá de la visibilidad creciente en torno a su cultura y reclamos históricos, la colectividad armenia aún resulta extraña para muchos. En el norte del país esta situación se profundiza aún más, ya que son muy pocos los descendientes que se pueden encontrar en la región y particularmente en Salta. Es por esto que la presencia de Cecilia Azniv Lutufyan, artista visual de referencia en el ámbito, resulta motivo suficiente para conocer su trayectoria de vida.
La historia de Cecilia, en sus propias palabras, es “algo nómade”, rasgo que quizás surja como herencia de los múltiples exilios que su familia y su pueblo sufrieron desde hace mas de 100 años. De hecho hoy, 24 de abril, se conmemora el 107 aniversario del Genocidio Armenio, donde el entonces Imperio Turco-Otomano persiguió y asesinó a 1.500.000 personas.
Aquellos que lograron sobrevivir, escapando hacia distintos puntos cardinales, conformaron lo que se conoce como diáspora. Miles de sobrevivientes se fueron desperdigando y asentando alrededor del mundo multiplicándose a través de los años. Hoy las cifras de descendientes de armenios hablan de 8 millones alrededor del globo.
“Nací en Buenos Aires y hace 5 años que vivo en Salta. En el 2015 gané una beca para ir a España y allá viví dos años. Cuando tenía que volver, la idea de ir a Buenos Aires no me gustaba. Ahí surgió la posibilidad de venir, un lugar al que había visitado muchas veces por trabajo y siempre me gustó. En Salta todo es menos acelerado, menos vertiginoso, y tener la naturaleza cerca para mí es muy importante”, cuenta la artista.
Cecilia, ya como residente salteña, fue organizando su propia agenda con el fin de vincular y desarrollar su producción artística: “Me adapté muy fácilmente a la ciudad y encontré una buena fórmula de viajar cada tanto y seguir vinculada a Buenos Aires donde la oferta en la movida del arte es muy grande, y tampoco perder el vínculo con pares. Hay que decir que esto en Salta también lo fui alimentando”.
En su documento de identidad no figura el segundo nombre “Azniv”, que significa “honesta/o” “dócil” o también “noble” según diversas acepciones en idioma armenio. “Empecé a usarlo hace unos 10 años, quizás como una especie de afirmación en la decisión de dedicarme de lleno a la practica artística, y también seguramente de forma inconsciente tendrá algo que ver con acercarse a la propia identidad. Primero empezó como un seudónimo artístico pero desde hace un tiempo decidí usar los dos nombres ‘Cecilia Azniv’”.
Historias que superan cualquier ficción
Su historia, como la de tantos otros descendientes de armenios, guarda una profunda raíz ancestral y una largo devenir envuelto por el dolor del genocidio perpetrado alrededor del 1915 en territorios gobernados por el Imperio Otomano.
“A Garabed, uno de mis abuelos, lo estaban buscando por su actividad política, era guerrillero según me contaban. Entonces para escapar se disfraza de turco y se va de noche, porque tenía ojos claros y era muy fácil de reconocer”. En aquellos años los armenios peleaban por derechos civiles que habían sido cercenados para las minorías étnicas dentro del Imperio. Es por esta razón que muchos recurrieron a las autodefensas como método de resistencia ante las injusticias.
Cecilia continúa el relato: “Cuando se va Garabed, mi bisabuela Aghavni queda sola. Luego vienen y se la llevan con toda la gente del pueblo a las 'relocalizaciones' por el costado del Bósforo. Ella ve como la gente se tira al mar para no ser matada por los turcos, y en un momento, del hambre y la sed, se tropieza, se cae y se desmaya. La dan por muerta. Después de un tiempo se levanta... alrededor suyo estaba lleno de cadáveres y gente destripada, porque existía la idea de que había armenios ricos que se tragaban monedas de oro. Entonces se levanta y no sabe para dónde ir. Delante suyo ve dos colinas y cuenta que una voz le dice ‘seguí por la derecha’, cruza la colina, llega del otro lado y encuentra una tribu nómade que la acoge como sirvienta. Entonces ella pasa a ser la sirvienta del jefe de la tribu”.
La historia continúa como un cuento, por momentos de terror y por momentos de plena esperanza. “En un momento esa tribu nómade se traslada a otro lugar y en el camino pasan por un pueblo donde alguien la reconoce. Esa persona, que conocía a mi bisabuelo, sabe que cuando se escapó se había ido a Bulgaria, entonces de alguna forma los conecta. Gracias a esto se encuentran en Bulgaria y siguen el escape camino a Siria donde nace mi abuela. De ahí se van a París y luego emprenden viaje a Buenos Aires”.
En tanto, la otra parte de la familia conserva también una historia que supera cualquier ficción: “Los padres de mi abuelo materno huyeron de las masacres turcas de fin del siglo XIX y se fueron a Bakú, donde nace mi abuelo Ohannes Stepanian. Luego tienen que seguir escapando y se van a Persia, en pleno invierno, cuando sabían de gente que había hecho ese camino y había muerto, era una locura, pero lo hicieron igual para escapar. De Persia se trasladan a Calcuta y luego a Alejandría en Egipto. Ahí viven 10 años mientras mandan a mi abuelo y a su hermano a un colegio de padres salesianos en Belén. En determinado momento estalla la primera guerra y quedan todos separados de sus padres por un buen tiempo. Ahí mi abuelo toma un seudónimo, lo llamaban ‘caballo salvaje’, porque hacía todas las tareas de campo: molienda, trituraba aceitunas, sastre, jardinero, todos los oficios. En cambio, su otro hermano pintaba, dibujaba y era escultor”.
En el medio de todo ese derrotero “Mi abuelo va al cine en Alejandría y ve las Cataratas del Iguazú y dice ‘yo quiero ir a la Argentina’, y deciden intentarlo. Cuando quieren venir no logran la visa para Argentina pero sí para Brasil, se van a Río de Janeiro, no les gusta. Finalmente, en el 1929 llegan a Buenos Aires”, cuenta Azniv. “Es interesante también que otro de los hermanos de Ohannes, que eran tres, trabajaba en un lugar de música, y con el tiempo me enteré que fue afinador de pianos. Aparece ahí una conexión”.
La obra como síntesis
“Cuando era chica tocaba el piano y, de un día para el otro, dejé de tocar. Ya hace más de 30 años que no toco, pero siempre algo quedó. Hay un vínculo con el piano, como un fantasma que me persigue”. La última obra de Cecilia Azniv Lutufyan tiene como inspiración y componentes fundamentales retazos de un piano arreglado. Se titula “Tempranas reflexiones de una cuerda” y es del 2021.
“Esta es mi primera obra producida enteramente en Salta, eso de alguna manera me permitió no sentirme tan espectadora en la ciudad. Es una obra muy grande, con mucha presencia. Es un dispositivo para desarrollar una pieza sonora. Tengo una gran relación con la música, de hecho me pusieron Cecilia por la patrona de la música. Entonces me veo interesada en todo lo que tenga que ver con el sonido”, comenta la artista visual.
“Otra cosa que me interesa mucho es el tema de la permanencia, por eso me interesa particularmente el sonido, porque el sonido puede permanecer a pesar de que algo dejó de emitirse. Y la contraparte de la permanencia sería la interrupción, esa idea de lo que se ve interrumpido. Y si lo pensás en la vida de mis ancestros, hay todo el tiempo interrupciones. Son vidas interrumpidas. En la obra convive algo entre lo doloroso y lo bello, una conjunción entre dos cosas que son esenciales”.
Una herida que está ahí
El recuerdo que oscila entre lo doloroso y lo amoroso es un factor común en las historias que guarda la colectividad armenia, y una constante en la memoria de los descendientes. Es por esto que el 24 de abril, día que se toma como inicio del Genocidio Armenio, resulta particularmente sensible.
“Cuando llega el 24 de abril no siento la necesidad de conectarme con otras personas, es como si fuera algo que lo vivo más por adentro. No es que no hablo del tema, pero hay un punto ahí que tiene que ver con el dolor, una conexión fuerte con el dolor que sé que comparto con otras personas y que esas personas saben de que estás hablando, no hacen falta muchas palabras. Es como un momento en el que te conectás con todo ese pasado que traés en la sangre, que de alguna manera no podés explicar como sucede pero te atraviesa todo el cuerpo y te constituye, porque por más que no hables del tema, es algo que vos sentís... una herida que está ahí”.
La artista afincada en Salta reflexiona vinculando aquellos recuerdos con las inspiraciones que atraviesan su producción artística: “Pensaba mucho en la idea del secreto, de lo secreto, y creo que está muy presente en toda la obra que hago, está pensada mi obra con un grado de intimidad, porque te acercás, pasás a unos metros y escuchás algo pero no es, después te acercás y escuchás mejor, pero tiene que ver con esa idea de escuchar un secreto. Entiendo que tiene mucho vínculo con usar el idioma para que el otro no te entienda, como contar un secreto, o mis antepasados que cuando estaban en Turquía no hablaban armenio para que no supieran que eran armenios… esta idea de ocultar está muy presente en mi obra, siempre hay algo que está oculto”.
En torno a los recuerdos y las manifestaciones, Azniv comenta: “Yo lo vivo más hacia adentro, más callada, digamos, pero se que también se manifiesta en la obra. El ser artista tiene mucho que ver con una especie de desafío a nivel del vacío. Siempre estoy trabajando en la idea de lo que falta. Esta idea de transformar la ausencia, la falta, como transmutarlo o sublimarlo a través de la obra. La obra para mí es también un espacio de autoconocimiento. Entonces de golpe suceden cosas sin que lo quieras. En el trabajo que se hace en el proceso de las obras, mas allá de la obra, del objeto, te encontrás con un montón de fantasmas, de heridas, de traumas con los que te enfrentás. Yo valoro que para mí ese es el espacio en el que puedo enfrentarme a eso, e incluso cosas que tenés negadas inconscientemente y salen, afloran”.
Cecilia Azniv Lutufyan transita la armenidad a su forma y manera. Lejos de la centralidad de las instituciones comunitarias, pero al mismo tiempo muy cerca del sentimiento profundo que atraviesa su cuerpo. El arte es para ella es refugio, cuestionamiento y, por qué no, sanación.