Existe un cierto consenso en los pensadores y pensadoras marxistas de occidente. Si bien los más lúcidos y honestos intelectualmente aceptan de buen grado el impasse que ha supuesto el colapso de la experiencia revolucionaria y los enormes problemas que emergen cuando se trata de pensar la salida del capitalismo, no obstante sigue persistiendo una lectura crítica sobre las experiencias nacionales y populares. Dejando de lado los que no soportan de las mismas la presencia de liderazgos, en aquellos movimientos políticos circunscriptos a un nombre propio, o también el modo plebeyo de tratar la razón de Estado, están los que aún observando con simpatía a los proyectos latinoamericanos no dejan de ver en los mismos lo que consideran los límites del reformismo.
El duelo por la Revolución no ha terminado en algunos marxistas, aunque muchos no lo admitan, y siguen soñando con una ruptura absoluta donde los sectores populares en una operación anticapitalista y revolucionaria efectúe un corte que separe definitivamente al Capital del Estado. Sólo así se terminará con aquellas medidas "reformistas" que si bien afectan, según esta lectura, algunos intereses de las clases dominantes, no liquidarán definitivamente la reproducción ilimitada de los poderes del capitalismo que siempre retornan.
Es en vano recordarles a estos autores, que si continuamos esperando la llegada de ese día providencial, mientras tanto, los sectores subalternos y precarios seguirán sufriendo cada vez más.
No obstante hay una crítica que procede de los amigos marxistas que puede ser tenida en cuenta por las experiencias populistas serias.
Es un hecho que, entre las mejoras de vida de los gobiernos populares, se encuentran la extensión de una política de créditos y de distintos modos de subsidio, que incrementan el acceso al consumo de los sectores populares. Aquí nos encontramos con una paradoja a tener en cuenta, si algún día se logra sobrevivir a la agonía de la nación endeudada por el neoliberalismo y sus representantes locales.
La paradoja se presentó de un modo especial tanto en Brasil como en Argentina en las experiencias anteriores, mientras se hacían políticas populares que le permitían a gran parte de los sectores empobrecidos acceder a nuevas formas de consumo, esta operación se iba lentamente despolitizando hasta dejar como resultado un nuevo problema: la producción de una subjetividad neoliberal causada por un proyecto popular.
En este breve desarrollo no pretendemos darle la razón al marxismo occidental que sueña con el día después de la historia. Es pertinente que un gobierno popular libere a los precarios de la mera supervivencia y le permita el acceso a los bienes. El asunto es que esto no sean exclusivamente bienes de consumo, presentes en la vida doméstica y ausentes en la vida política de la comunidad.
Para que lo nacional y popular no se reduzca sólo al aumento del consumo individual es necesario -y así se hizo en los grandes momentos históricos de los gobiernos populares- que todas las militancias sociales afronten una economía popular donde los bienes comunes hagan emerger una comunidad politizada, lo que podemos designar como un Pueblo.
En esos casos la Reforma no se opone a la Revolución, si la reforma no es pura gestión y está siempre politizada, la reforma se torna la única revolución posible.