Desde París

El liberalismo crea monstruos a los que luego no puede vencer sin la fuerza de sus otros adversarios. El más del 58% de los votos con los cuales el presidente francés, Emmanuel Macron, fue reelecto este domingo ante la candidata de la ultraderecha Marine Le Pen (41,8 %) contiene ese ingrediente paradójico. Fueron en gran parte los votos de la izquierda los que contribuyeron a que, por primera vez en la historia, un presidente de la república sea reelecto sin que haya habido cohabitación con otra corriente política. Ello ocurrió dos veces: primero en 1988 con el difunto presidente socialista François Mitterrand, cuando éste derrotó a quien fue su primer ministro conservador, Jacques Chirac: luego en 2002 cuando el mismo Jacques Chirac fue reelecto tras haber cohabitado con el socialista Lionel Jospin como Primer Ministro. Hace 20 años, Chirac le ganó la segunda vuelta al padre de Marine Le Pen, Jean-Marie Le Pen. Emmanuel Macron es el primero que pasa dos veces sin la condición de la cohabitación y el primero que derrota dos veces seguidas al fascismo.

“Uno, dos, cinco años más”, cantaban los simpatizantes de Emmanuel Macron reunidos en el Champ-de-Mars, delante de la Torre Eiffel, mientras que los de Marine Le Pen fueron perdiendo la fuerza del “Marine, Marine, Marine” a medida que los resultados de la victoria macronista iban desfilando en las pantallas. Como se preveía, la elevada abstención fue la otra protagonista de la consulta: 28%, según la consultora Ipsos. Se trata del porcentaje más alto desde 1969. A ello hay que sumarle los 3 millones de electores (de un total de 47 millones) que votaron en blanco o emitieron un voto nulo. 

A las 8 y cuarto de la noche (tres de la tarde de Argentina), quince minutos después de que se conociera la amplitud de los porcentajes, la fiesta se lanzó en el Champ-de- Mars donde los macronistas esperaban impacientes el primer discurso del Jefe del Estado en medio de una enorme algarabía, una expresión de alivio inocultable, abrazos y hasta ministros del gabinete bailando entre ellos. ”Pasamos cerca del abismo”, decía en voz baja un Secretario de Estado. Jean-Yves le Drian, el actual ministro de Relaciones Exteriores, se felicitaba por “la fuerza de la movilización de los franceses para el mantenimiento de nuestros valores”. 

Marine Le Pen perdió por segunda vez ante el mismo adversario que hace cinco años. Sin embargo, supo llevar a la ultraderecha al porcentaje más alto conseguido por este movimiento durante la Quinta República. La fecha es doblemente histórica: para Emmanuel Macron por su reelección y para Marine Le Pen por el porcentaje. "El resultado de esta noche es una gran victoria”, dijo Marine Le Pen, y no exagera. La distancia entre Macron y Le Pen es menor a la de hace cinco años: en 2017 el hoy presidente fue electo con más de 30 puntos (66% frente a 34%) Ahora, la distancia bajó a 16. Asimismo, el 58,2% del mandatario relecto es superior al máximo pronosticado por los sondeos (55%). 

Francia no cedió al odio y a la negación de la política como ocurrió en Gran Bretaña en 2016 y en Estados Unidos el mismo año. Francia no fue la tercera columna de Occidente que pasó bajo el gobierno del extremismo, pero sí revalidó el mandato de un hombre que, en sus cinco años pasados a la cabeza del Estado, dejó a mucha gente al borde de la ruta y la pobreza.

Las promesas de Macron

“Nadie será dejado por el camino”, prometió esta noche Macron en su primera intervención pública. Apareció en la Torre Eiffel rodeado de su familia bajo las notas musicales del himno de Europa y no de la Marsellesa, que fue cantada al final por la interprete egipcia Farrah El Dibany. 

El mandatario pronunció un discurso realista y modesto más que una proclama encendida. La intervención presidencial se dividió en tres partes: agradecimiento a quienes votaron por él, referencia a quienes lo hicieron por Le Pen y, por último, hoja de ruta hacia el porvenir. ”Muchos compatriotas me han votado para bloquear a la extrema derecha. Eso me compromete para los próximos cinco años”, dijo Macron en su alocución. 

Antes, cuando se dirigió a los electores, Marine Le Pen había dicho que "para los dirigentes europeos y franceses este resultado testimonia una gran desconfianza del pueblo francés hacia ellos”. Macron pareció, el menos en sus palabras, haber tomado conciencia de esa “desconfianza”. El jefe del Estado reconoció el papel que desempeñaron los electores de la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon en su victoria, así como el hecho de que muchos de quienes votaron por él no lo hicieron por sus ideas “sino para levantar una barrera contra la extrema derecha”. ”Soy depositario de su sentido del deber”, dijo Macron, que también agregó: ”Soy consciente de aquello a lo que este voto me obliga”. 42% de los electores de Mélenchon optaron ayer por Macron y 17% a favor de Marine Le Pen. 

El mandatario reelecto prometió “una nueva era” que no será “la continuidad con el mandato que se termina”. Según Macron, su nueva presidencia se llevará a cabo con un método “refundado” y “nadie se quedará a la vera del camino”.

El factor Mélenchon

Es muy probable que Macron no conozca lo que comúnmente se llama “estado de gracia” y que interviene luego de una elección. De hecho, en vez de estado de gracia esta noche se percibió un estado de guerra inmediatamente activado por los adversarios del presidente presionados por la proximidad de las elecciones legislativas previstas para los próximos 12 y 19 de junio (primera y segunda vuelta). 

”La tercera vuelta empieza esta noche”, dijo Mélenchon, quien también recalcó: “las urnas hablaron: Francia rehusó confiarle a Le Pen su porvenir y es una muy buena noticia para el pueblo”. Con todo, según Mélenchon, ”sería un error creer que esta reelección equivale a continuar con la misma política que se aplica desde hace 5 años”. Por esa razón el líder de Francia Insumisa le dijo a la izquierda “no se resignen. Entren en la acción, francamente, masivamente. La democracia puede darnos de nuevo los medios de cambiar de rumbo”. Esos medios están, según Mélenchon, en el voto previsto en la consulta legislativa donde, repitió, ”otro mundo es posible” si se consolida una mayoría parlamentaria en torno a su figura. ” Llamo a que me elijan como Primer Ministro”, les dijo Mélenchon a sus militantes. 

En el mismo sentido se pronunció Marine Le Pen. La derrotada candidata presidencial anunció: “Esta noche lanzamos la gran batalla electoral de las legislativas”. Marine Le Pen, muy aguerrida pese a la derrota, invitó a formar un “contra poder fuerte ante Macron” porque, agregó,” Macron no hará nada para reparar los sufrimientos de los franceses”.

En las voces y rostros de la oposición política había mucho encono hacia el presidente. El contraste entre esas declaraciones cargadas de tormentosas palabras y la modesta fiesta que el macronismo organizó en el Champ-de-Mars era realmente muy fuerte. Los unos respiraban rabia, los otros un franco y espontáneo alivio, incluidos los ministros del gabinete del Primer Ministro Jean Castex. En la Torre Eiffel había, sobre todo, gente muy, muy joven, entre 18 y 25 años

Una jovencita de 21 años, Alice, le contó a PáginaI12 que Macron “no era mi candidato preferido, no voté por él en la primera vuelta, pero ahora si voté por él y es un excelente resultado para la democracia”. Mathilde, otra joven de 23 años, reconocía que “elegí la opción más inteligente, no la del corazón. Pero estoy muy feliz. Desconfío de Macron, pero lo peor que nos hubiese pasado es que hoy ganara la extrema derecha. Estoy orgullosa de mi país”. 

El crecimiento de la ultraderecha

El porcentaje de Marine Le Pen y la victoria de Macron son dos hechos considerables que retratan a un país atravesado por una profunda fractura y al que le hizo falta poner de lado sus propias inclinaciones políticas para evitar que gane la ultraderecha. Esta corriente política xenófoba y autoritaria ha recorrido un camino exitoso desde el 18% que obtuvo Jean-Marine Le Pen hace 20 años al 41,8 que su hija cosechó en las urnas este domingo. 

Marine Le Pen hizo pasar a la extrema derecha del repudio a una opción aceptable y asumida. La ruptura no pasa ya por una línea divisoria entre la social democracia y la derecha sino entre el extremismo de derecha y el liberalismo. 

A su manera, Macron es también un sobreviviente de varias guerras: la de los chalecos amarillos, primero, que él mismo provocó con un impuesto injustamente volcado en las espaldas de los trabajadores y comerciantes de las periferias: la represión policial brutal con que se buscó aplacar ese movimiento (decenas de personas perdieron ojos y manos bajo las balas de la policía). Las revueltas contra la reforma del sistema de jubilaciones que encendieron al país a finales de 2019. Luego la pandemia, el aislamiento, el dolor colectivo por las muertes y la incertidumbre. Y en plena campaña electoral, la guerra en Ucrania y sus masivas amenazas sobre la economía, los precios, la paz en Europa. Son, una tras otras, crisis hondas que dejaron huellas sociales, económicas, políticas, psicológicas y democráticas. 

Pese a ello, Macron fue reelecto no muy lejos de las condiciones que lo llevaron al poder en 2017 tras vencer a la misma adversaria. Encarna, hoy, mucho más de lo que representó hace 5 años. Ahora hay un país descompuesto y bajo la amenaza constante del extremismo de derecha. Salvo la izquierda radical de Mélenchon no hay, a la vista, ninguna otra fuerza política con narrativa fuerte para reconfigurar una alternativa al macronismo y a la ultraderecha

La derecha tradicional de Los Republicanos y el Partido Socialista desaparecieron. Hay, en el tablero, un centro liberal extremo, una extrema derecha y una izquierda radical. El arraigo local de los candidatos del socialismo y de Los Republicanos puede reinstalar a estos dos partidos en el juego político durante las próximas elecciones legislativas. Francia Insumisa y el PS negocian actualmente una suerte de acuerdo legislativo. Pero es incierto. 

Macron tiene en sus manos todas las esperanzas posibles. Incluso muchas más de las que otros presidentes supieron tener. En Macron convergen hoy las esperanzas de los desesperados de la democracia. Emmanuel Macron se encuentra ante una situación invertida: no tiene que seducir a los electores para que voten por él, sino demostrarles a quienes votaron a su favor contra la extrema derecha y no por adhesión a su programa que no se equivocaron.

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