Cuando la Bombonera late y amplifica cantos de reprobación para el equipo, no hay más sonidos que se escuchen. Siempre fue así. En las buenas y en las malas. Otras voces boquenses mucho menos numerosas, sin el eco de esa multitud, discrepan puertas adentro y por motivos extra futbolísticos. Voces que por ahora no bajan de las tribunas, aunque resuenan en los pasillos, en los despachos del club, en donde el presidente Jorge Amor Ameal camina cada vez más solo. Son voces que le reprochan cómo maneja la institucionalidad de esa pasión popular llamada Boca.
En una comisión directiva de dieciocho miembros titulares, lo acompañan apenas dos: los vocales Martín Mendiguren y Carlos Navarro. Los demás, con Juan Román Riquelme y su liderazgo indiscutido, ya no sintonizan la misma frecuencia. La conducción sufrió modificaciones en los cargos más altos por la renuncia de Mario Pergolini y el fallecimiento de Roberto Digón. Al ex dirigente gremial lo reemplazó Adriana Bravo, presidenta del Departamento de Inclusión e Igualdad, y la primera mujer en alcanzar un puesto tan alto en toda la historia del club. Aún con ese reacomodamiento, Ameal no logró ampliar su cuestionado poder.
Una fotografía que se le tomó en el palco presidencial la noche del empate con Godoy Cruz simboliza esa incomunicación con sus pares. Una distancia irremontable según dos fuentes consultadas por este periodista. A Ameal se lo ve parado en la imagen mientras conversa con el intendente de San Isidro, Gustavo Posse. Un metro más allá, el ministro de Salud de la ciudad de Buenos Aires, Fernán Quirós, mira como abstraído hacia la cancha. Dos funcionarios de Juntos por el Cambio, boquenses, que departieron con el presidente peronista de una institución que tendrá elecciones en 2023, como el país. Aunque a diferencia de las que decidirán quién ocupa la Casa Rosada, en las de Boca el fútbol incidirá en el fiel de la balanza.
Esa imagen de un palco donde sobraban espacios vacíos, es la pintura más realista de que algo hace ruido en el club. No es solo la falta de identidad que se le reclama a Sebastián Battaglia en el juego. La fractura en la conducción de Boca se extiende en el tiempo. Comenzó con la renuncia de Pergolini a la vicepresidencia 1° hace un año. Continúa hoy para regocijo del macrismo derrotado en las últimas elecciones en diciembre de 2019. Nadie en la cúpula de Boca desea su retorno. Pero los errores no forzados, el exceso de personalismo de Ameal y sobre todo los magros resultados futbolísticos, oxigenan a una oposición que se mantuvo en discreto silencio hasta que empezó a cuestionar sobre todo a Riquelme.
Daniel Angelici, el último presidente macrista, lo castigó duro en diciembre último. Con tono paternalista y en un medio periodístico afín, lo instó a seguir su aprendizaje como dirigente y volvió a impulsar un eventual desembarco de Carlos Tevez en la política boquense.
El miércoles pasado cuando la hinchada desparramó su fastidio contra el equipo – disipado un tanto por la victoria del sábado en Santiago del Estero contra Central Córdoba-, toda la atención periodística estaba puesta en la continuidad o no del director técnico. Los medios y sus paneles televisivos arrojaban nombres de candidatos a la marchanta. Riquelme rumiaba su fastidio por lo que veía, le tomaba el pulso a la Bombonera y cuando terminó el partido dijo sin que se le moviera un musculo de la cara: “Yo me hago cargo de todo esto”. Enseguida les amplío la idea a quienes lo acompañaban: “La cosa en algún momento va a salir”. “Román se está jugando su prestigio personal”, agregó una fuente cercana a los hechos.
Nunca se trató la salida de Battaglia esa noche. Sí la tensión podía respirarse afuera entre el público que se retiraba, adentro, en una Bombonera que se apagaba, había nerviosismo por algunas actitudes atribuidas al presidente. El cierre de una puerta para discapacitados, un lugar por donde no se podía pasar y las quejas de los socios. Una reja que se caía, hería a un empleado de seguridad privada y la asistencia que no podía llegar. Fueron los fósforos que faltaban encender para una situación que podía terminar en incendio.
Ameal, el responsable de Deportes Amateurs Mendiguren y el arquitecto Navarro del Departamento de Obras, se toparon con una sorpresa después del partido con los mendocinos: la visita de Riquelme, Jorge el Patrón Bermúdez y el secretario general del club Ricardo Rosica. La conversación se prolongó hasta bien entrada la madrugada. Y no habría sido para hablar de Battaglia y su presunta renuncia o despido. Lo aclaró Bermúdez el viernes pasado en TyC Sports: “En ningún momento hablamos de la salida del entrenador. Nosotros no lo instalamos”. En la misma entrevista sorprendió: “Román no habló con Battaglia porque no pertenece al Consejo de Fútbol. Es el vicepresidente de la institución, es la máxima cabeza visible e importante del fútbol y nuestro jefe más próximo, pero el Consejo de Fútbol lo formamos Raúl Cascini, Marcelo Delgado y yo”. Se apoyó en la formalidad de un cargo, aunque el poder de Riquelme excede cualquier jerarquía como directivo.
Ameal escuchó al grupo, tomó nota de cada queja, pero como hizo siempre desde que preside a Boca, resolverá a piacere con su círculo más íntimo. “Se peleó con todo el mundo”, le recriminan. Los más politizados dicen que la foto en el palco con dirigentes de Cambiemos fue el límite que no debía cruzar. Con la oposición relamiéndose por los desencuentros internos, más Carlos Tevez dispuesto a ser peón de Macri y Angelici en la larga marcha hacia las elecciones 2023, un Boca desestabilizado por los flojos resultados deportivos es la Torre de Babel.
El oficialismo más riquelmista, el que empezó a confirmar en el manejo de las cuestiones diarias que el ídolo se involucra hasta en los temas ajenos a su área de dominio, se distanció del presidente y observa el futuro político con cierta preocupación. En Boca no todo está sometido a la obsesión de ganar la Copa Libertadores. Ni siquiera en un club donde el fútbol se respira como el aire. Hay mucho más en juego. Macri está en condiciones de explicarlo. Llegó a la presidencia de la Nación valiéndose de una pasión popular que tarde o temprano intentará recuperar cuando lo alcance el ostracismo político.