Es la piel de la obra, la cobertura, la que nos impone una contemplación fragmentada, discontinua, y que perturba la posibilidad de una mirada totalizadora. Los trabajos de Harte no están planteados en un solo plano, tienen un adentro y un afuera, como una fruta, y es a través de cráteres, grietas o hendiduras de esa piel, desde las que atisbamos el inquietante mundo interior. En ocasiones una iluminación interna subraya su independencia entre la epidermis y lo que bajo ella palpita.
La elección de los materiales que conforman esa piel de la que hablamos no es para nada casual, sino producto de una premeditación bien calculada.
Los revestimientos laminados, las pinturas para muebles metálicos, las lacas metalizadas, las resinas, etc., todos ellos connotados por el uso cotidiano y bastante alejados de los elementos tradicionalmente “artísticos”, sitúan estas obras en un escenario temporal ligado a la industria de producción masiva, y nos hablan, sin duda, de los vaivenes del “gusto” social y de sus imprevisibles variaciones. La predilección por esta materialidad nueva, no parece responder a criterios determinados por alguna afinidad estética, sino a otros, de índole mas bien estratégica, que hacen a una recepción condicionada en el espectador.
Si en sus tempranos “Martilux”, verdaderos lagos con reminiscencias oficinescas, en los que flotaban encapsulados pequeños personajes para nada ajenos a la intención autobiográfica, creí advertir cierta relación con los mecanismos que Gustav Klimt utilizó en la creación de obras en las que una figuración de neto corte expresionista era enmarcada por una decoración de época dominada por el Art Decó, la evolución de Harte lo distancia de esta coincidencia inicial.
Con el tiempo muchos cambios se han producido en sus trabajos. El volumen escultórico lentamente ganó espacio, y la tridimensionalidad le han permitido ampliar sus posibilidades que parecían necesitar estructuras formales más complejas para desarrollarse.
Obstinadamente autorreferencial, se incluye de distintas formas en sus obras. Su autorretrato realista o metafórico aparece de manera recurrente en su producción, y parece aludir veladamente a las tensiones derivadas de la relación entre el artista y el medio.
Alguien dijo por ahí que el espejo es una ventana que no cesa de fascinar, incluso cuando parodia. En algunos casos, la delgada franja que separa ficción y realidad, es particularmente permeable. Ciertas modificaciones en su vida privada, como la formación de u na familia y el nacimiento de su hijo Gaspar, van acompañando con cambios importantes en sus trabajos, que tienden a abrirse a una visualizad menos hermética, si bien conservan muchas características anteriores. El yo omnipresente se desplaza y su espacio es ocupado por el grupo familiar. Los retratos de los tres metamorfoseados en pequeños automóviles descansan tras el vidrio de una caja-garage. Un árbol de terminación industrial y pulida superficie cobija a la familia, esta vez zoomorfizada, que contempla con temor los cuajarones amenazantes de un material que se desprende de las ramas. Las carreteras que cruzan un gran paisaje, concebido inicialmente como un juguete infantil, y que termina siendo una instalación escultórica de importantes dimensiones no son sino algunos de los pasos que dan cuenta de su evolución.
Si bien desarrolla y muestra su actividad a partir de los años 80, difícilmente podríamos filiarlo dentro de las estéticas en boga en esos años, y coincido con quienes los ven como un artista paradigmático de los 90. Tal vez su devoción artesanal y el impecable brillo de sus superficies resplandecientes enceguecieran a los responsables de esta afirmación. Si miramos con más atención lo veremos más próximo al imaginario ciencia-ficcional de Emilio Renart, cuya obra Harte prácticamente desconoce. Flash Gordon podría haber sido un antepasado aceptable.
Creo que Miguel es un outsider. No abreva en fuentes previsibles. Su curiosidad por asuntos de índole muy diversa lo lleva a aprendizajes extraños. Lo hemos visto conectarse con entomólogos, de los que recibió datos útiles acerca de disecado y conservación de insectos, que habría de utilizar en sus trabajos. Su pasajera pero apasionada aproximación al ajedrez también fructificó en obra. Se nutre de sus experiencias personales y en la relación profunda con su entorno más íntimo. Encerrado sobre sí mismo, su solitario rumiar deviene en obras de obsesiva y extraña presencia.
*Texto escrito por el artista Pablo Suárez (1937-2006) con el título original “Un outsider en el Museo”, para la muestra antológica que Miguel Harte presentó en el Museo Nacional de Bellas Artes en 2003. La presente exposición retrospectiva de Harte, “Como una piedra que sueña. Obras 1989-2022”, con curaduría de Santiago Villanueva, en Colección Fortabat (Olga Cossettini 140), sigue hasta julio.