Desde París
Francia renovó el domingo el mandato del presidente Emmanuel Macron motivada por dos movimientos contradictorios: el desamor y el miedo. Desamor ante una gestión que no cumplió con las expectativas y cuyo perfil reformista liberal chocó contra la situación inestable de millones de personas. Miedo por el adversario que enfrentó, la líder de la extrema derecha Marine Le Pen. Al final, con Le Pen como adversaria, Macron entró dos veces en la historia: la primera fue hace cinco años cuando, con menos de 40 años, sin partido ni pasado político y ni siquiera un aura pública Macron ganó las elecciones presidenciales por encima de los partidos de gobierno, Los Republicanos (derecha) y el Partido Socialista. Ambos se han convertido hoy en dos despojos políticos mientras que el macronismo, lejos de ser un paréntesis o un accidente como lo calificaban sus adversarios, sigue su camino. Avanza, eso sí, en un territorio político desolado y compartimentado en tres espacios: el centro liberal, la ultraderecha y un resto de la izquierda (Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon) que se salvó del gran naufragio programado. La segunda vez fue este domingo, cuando volvió a vencer a Marine Le Pen.
Un momento inédito, pero también cargado de temores tormentosos. Fue, en todo caso, una victoria electoral donde no hubo triunfalismos sino una modestia organizada para no volver a dar la imagen de arrogancia que tantas antipatías le ha costado. Macron fue electo sin desbordes entusiastas como si el peligro real que representaba una victoria de la extrema derecha hubiese sido colectivamente reelaborado en una mezcla de resignación y sabiduría.
Era él o el caos obscuro de los ultras que vienen avanzando por toda Europa. Esa casi obligación de votar por Emmanuel Macron dejó un espasmo de rencor resignado. Cero opciones incluso para los electores para los cuales Macron o Le Pen era dos malos con distinto perfil.
El domingo, Macron ganó una segunda elección y perdió un compromiso: en 2017, durante el primer discurso que siguió a su victoria, el nuevo presidente dijo: “en estos 5 años que vienen haré todo para que no tengan ninguna razón de votar por los extremos”. No lo llevó a cabo. Su mandato tumultuoso lleva el sello de un fracaso histórico porque 5 años más tarde enfrentó a la misma adversaria y le ganó por 17 puntos contra los 33 que había obtenido de ventaja en 2017.
Marine Le Pen: un fracaso muy exitoso
Marine Le Pen llevó a la extrema derecha a la “cumbre” a través del mejor resultado jamás alcanzado por el movimiento político fundado por su padre. El éxito no solo se contabiliza en votos sino en la forma portentosa e incontenible con la que la ultraderecha sometió todos los debates políticos en Francia. Nada se hace ni se dice sin que la familia Le Pen pase por ahí.
El Clan Le Pen intentó tres veces llegar a la presidencia y las tres veces fracasó: la primera fue Jean-Marie Le Pen en 2002, luego Marine Le Pen en 2017 y, ahora, en 2022. Es, sin dudas, un claro fracaso, pero con una doble lectura que pone a Macron y a los partidos políticos de Francia ante la urgencia política y moral de atender a los electores que se inclinan por el lepenismo: Marine Le Pen no llegó al Palacio del Elíseo, pero su movimiento se reforzó a lo largo y a lo ancho de Francia.
El ex Frente Nacional y hoy Reagrupamiento Nacional ganó terreno en París, reforzó sus posiciones en el Norte y el Este, penetró en las ciudades medias, conquistó las clases medias y a los ejecutivos, recuperó votos allí donde el macronismo los perdió y hasta se dio el lujo de arrasar en bastiones históricos de la izquierda como ocurrió en el Sur Oeste y el Oeste de Francia.
Marine Le Pen tomó el poder del partido de su padre hace diez años (16 de enero de 2011 con 67% de los votos del partido) y a lo largo de esa década fabricó una imagen ideal de la ultraderecha: disimuló su antisemitismo irreductible en el coctel de una narrativa racista contra los emigrados y los musulmanes. Le Pen logró hacer de la extrema derecha un cosa normal y cercana a las preocupaciones de los más necesitados cuando, en realidad, tiene rasgos tan liberales como los de cualquier corriente conservadora.
Fue, en esta campaña, la “Señora Pueblo”, la voz de los olvidados contra “las castas y las oligarquías”. La insensibilidad social de Macron y las insensateces de la izquierda y la socialdemocracia la ayudaron a progresar más que otra cosa. La última candidata de la extrema derecha hizo del monstruo ideológico un estándar comestible, consumible y votable por un espeso grupo de electores.
El lugar de Mélenchon
Y sin embargo, perdió una vez más. Macron y un inesperado frente republicano volvieron a dejar a la ultraderecha en las puertas del poder. Emmanuel Macron pasó dos voces bajo el pórtico de la historia mientras que Marine le Pen se quedó tres veces sin atravesarlo. Y si se quedó fuera de juego fue, en parte, gracias al 40% de los votantes del movimiento de Jean-Luc Mélenchon (izquierda) que optaron por Emmanuel Macron sólo por disciplina democrática.
”Ha sido un momento de inconfesable suplicio. Cuando tuve que poner el papel en la urna con el voto a favor de Macron sólo quería que me tragara la tierra. Pero la democracia está primero que todo…Que Marx me perdone”, decía esta mañana Jérôme, un irrenunciable adherente de Francia Insumisa que trabaja en los golpeados suburbios del Norte de la Capital francesa.
El domingo por la noche, en esas zonas de las que Macron nunca se ocupó, nadie miraba los resultados de la elección. ”¿ Para qué ?, Estaban cantados. Si hasta yo que lo detesto lo voté para evitar a la dama del Clan”, decía esta tarde Mohamed, un francés de segunda generación que trabaja como mediador social en Saint-Denis, uno de los barrios donde pocos políticos miran lo que pasa y lo que la gente necesita. Allí está también la Francia que no llega a finales de mes, la Francia despreciada, apartada, y que no por ello votó a Le Pen. Francia es un país con el reloj social roto. Le dejó de nuevo a Macron las llaves del tiempo. Por ahora, el tiempo rebota en las paredes del desamor o el miedo.