La explosión se produjo de madrugada, pero ninguno de los vecinos de Prípiat, al norte de Ucrania, era todavía consciente de que el estruendo que los había despertado era el comienzo de la mayor catástrofe nuclear de la historia. Estaban solo a tres kilómetros de la central nuclear de Chernobil. Tuvieron que pasar 36 horas hasta que el Ejército soviético comenzara la evacuación total de esta ciudad de alrededor de 40.000 habitantes que crecía a marchas forzadas gracias al funcionamiento de la central.
Lo que la Unión Soviética proyectaba como una agradable "ciudad del futuro" acabó convertida de la noche a la mañana en una localidad fantasma, asolada por la radiación atómica tras la explosión del reactor cuatro de la planta durante una prueba de seguridad aquel 26 de abril de 1986. Prácticamente lo mismo ocurrió con la población de Chernobil, a 20 kilómetros de la central, que pasó de unos 14.000 residentes antes de la explosión a alrededor de mil en la actualidad.
Las consecuencias que el accidente de Chernobil tuvo para la salud y el medio ambiente ni siquiera están del todo claras 36 años después. A los miles de casos de cáncer por encima de la media que se registraron con los años, sobre todo de tiroides y leucemia, hay que sumar las 9.000 muertes provocadas por el escape de radiación. Son las cifras del Foro de Chernobil, formado por expertos de la Organización Mundial de la Salud y otras agencias de la ONU, aunque hay numerosos estudios con cifras dispares pero complementarias.
La tragedia, con el tiempo, abrió el debate sobre los riesgos que entraña esta forma de producción energética, una discusión que se avivó en 2011, tras el desastre de la central de Fukushima, en Japón, provocado por un terremoto y su posterior tsunami. Pero ha sido la invasión rusa de Ucrania lo que ha vuelto a poner el foco en Chernobil, cuya central fue tomada por las tropas rusas el 24 de febrero, el primer día de la "operación militar especial" de Vladimir Putin.
La central nuclear y su enorme zona de exclusión se encuentran a muy pocos kilómetros de la frontera entre Ucrania y Bielorrusia, un país satélite del Kremlin por donde las columnas rusas avanzaron rápido sobre Kiev. Fue uno de los primeros objetivos de Moscú, y sus soldados permanecieron en las instalaciones hasta el 31 de marzo, cuando Putin anunció que cesaba en su empeño de tomar Kiev y pasaba a centrarse en la "liberación" de la prorrusa región Donbass, al este de Urania.
Visita de la OIEA a la central de Chernobil
La invasión y los movimientos de tropas en la zona desataron la preocupación de la comunidad internacional ante una posible catástrofe y también hicieron saltar las alarmas del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). De hecho, el director general de la Agencia, Rafael Mariano Grossi, encabeza este martes una misión de expertos a la central para realizar evaluaciones radiológicas y conocer las consecuencias de la presencia rusa durante las cinco semanas de ocupación.
Aunque la central no está operativa, se siguen realizando trabajos de mantenimiento y seguridad en la planta desde entonces, y se temía que los combates impidieran o dificultaran esta tarea. En una entrevista con la agencia EFE, Valeriy Semenov, uno de los ingenieros de la central de Chernobil, recuerda que solo 177 soldados ucranianos defendían la planta. Entregaron las armas, dice, porque eran menos y peor armados, pero sobre todo porque "cualquier cosa que pasara dentro de la central, si la hubieran dañado, habría fugas de radiación que nos habrían afectado mucho. Era una gran amenaza".
Preocupaban las explosiones o los combates cerca del sarcófago que cubre los restos de reactor dañado en el 86, pero también cualquier bala perdida contra las instalaciones o el simple movimiento de vehículos por la zona contaminada, que podía levantar partículas radiactivas.
Tras horas de negociaciones alcanzaron un acuerdo para permitir que los expertos en mantenimiento continuaran con su trabajo. Semenov asegura que tuvo que hacer turnos de casi 24 horas durante las cinco semanas que Chernobil estuvo bajo control ruso. La OIEA denunció esta situación por el riesgo que implicaba el estrés de los empleados, con los que solo podía comunicarse vía correo electrónico.
Barricadas en la zona de exclusión
Según denunció el Gobierno ucraniano y confirma el propio Semenov, los soldados rusos cavaron barricadas y construyeron fortificaciones y atravesaron con sus tanques incluso el llamado bosque rojo, una zona arbolada alrededor de la central nuclear de unos diez kilómetros cuadrados. Está considerado como el lugar con mayor contaminación radiactiva del planeta, aunque los militares no iban equipados con ningún tipo de protección contra la radiación, según los empleados de la central.
"Después de que estuvieran una semana haciendo esto les tuvimos que suplicar que pararan porque estaban incrementando los niveles de radiación, y eso es muy peligroso", asegura Semenov.
A principio de abril, Ucrania informó a la OIEA de un "aumento del nivel de contaminación radiactiva (...) debido al incumplimiento de los requisitos de seguridad radiológica y de los estrictos procedimientos de acceso", aunque aseguró que la radiación estaba "dentro de los límites".
No fue Chernobil la única central nuclear que tomaron las tropas de Putin. También sigue bajo su control la mayor planta de Europa y la tercera del mundo, ubicada en Zaporiyia, al sur de Ucrania, con seis reactores, dos de los cuales siguen operativos y conectados a la red. Precisamente, los combates en esta zona desataron el pánico nuclear durante la segunda semana de la invasión, cuando un edificio administrativo de esta central acabó en llamas. No tuvo consecuencias, pero el presidente de la OIEA mostró su enorme temor ante estos hechos y a finales de marzo pudo visitar la central de Zaporiyia para acordar medidas de seguridad en las otrs tres centrales nucleares de Ucrania en tiempos de guerra.
De Pensilvania a Fukushima: prólogo y epílogo de Chernobil
El desastre nuclear de Chernobil ha permanecido durante décadas en el imaginario colectivo, dando forma a la trama de películas y series de televisión, e inaugurando los primeros debates en torno a la seguridad de esta fuente de energía. Lo que ocurrió aquel 26 de abril, no en vano, no fue un prólogo, sino un capítulo más de una historia que para muchos comenzó en Pensilvania, EEUU, en 1979, siete años antes del accidente en la Ucrania soviética, cuando se produjo otro de los grandes desastres vinculados a este tipo de energía.
El episodio vivido en la central norteamericana de Three Mile Island fue, aún habiendo pasado desapercibido a los focos mediáticos, el más grande de toda la historia de Norteamérica. Sin poder compararse en daños y magnitud a Chernobil, una fusión parcial del reactor dejó expuestas a cerca de dos millones de personas y en riesgo de ser evacuados por radiación a unos 70.000 ciudadanos de las áreas más cercanas. Aunque las autoridades dieron por cerrado el suceso con rapidez y descartaron posibles daños en la salud pública, en la zona hay todavía un debate abierto, con algunas publicaciones científicas que estiman que los índices de algunos tipos de cáncer, como el pulmonar, son hasta seis veces más elevados.
La catástrofe, no obstante, contribuyó a la mejora de los mecanismos de seguridad y ayudó a la profesionalización de los operarios que trabajan en el sector. Sin embargo, los accidentes no se han conseguido erradicar por completo. El más reciente, aquel que resucitó el espíritu de Chernobil 25 años después, fue el accidente de Fukushima, en Japón. El coletazo de un terremoto generó un tsunami que azotó con fuerza la costa del norte nipona, donde se asentaban los reactores de esta planta. El sismo y el oleaje dejó tres fusiones del núcleo y tres explosiones de hidrógeno que, al mismo tiempo, dieron paso a una de las mayores fugas radiactivas de la historia. El suceso generó un muerto y oficialmente, desde 2011, se ha constatado una defunción por cáncer relacionada con la contaminación nuclear.
La energía nuclear, en entredicho
Más de tres décadas después de Chernobil, la tecnología nuclear sigue operando con fuerza en todo el mundo. EEUU es el país con más reactores, seguido de Francia, Japón y Rusia. Sin embargo, el prestigio de esta fuente de energía sigue en entredicho, no sólo por la seguridad, sino por la baja rentabilidad económica de los nuevos proyectos. Si bien, algunos sectores del liberalismo siguen apoyando las plantas nucleares como herramienta contra la crisis climática por sus nulas emisiones de CO2, el argumento ecológico cada vez tiene menos peso.
Precisamente, ha sido el último informe del IPCC quien lo ha cuestionado al asegurar que el tiempo de construcción de un reactor, más de diez años, choca de lleno contra las prisas del proceso de transición energética. Además, la rentabilidad del negocio imposibilita encajar este modelo si no es a costa de las arcas del Estado. "Debido a la magnitud de la inversión necesaria, casi el 90% de las plantas de energía nuclear en construcción están a cargo de empresas estatales o controladas por Estados, con gobiernos asumiendo una parte significativa de los riesgos y costos", dice el documento.
Pese a ello, la Comisión Europea continúa apostando por esta tecnología y recientemente ha incluido a la energía nuclear dentro de la taxonomía verde, el mecanismo que vertebra las inversiones destinadas a cambiar el modelo económico hacia un sistema bajo en emisiones de carbono.