La Guerra Civil Española se acercaba a su primer año desde el alzamiento de 1936 cuando, el 26 de abril de 1937, se produjo uno de los hechos determinantes de la contienda, acaso el más célebre en los tres años de conflicto: el bombardeo de Guernica. La sola mención de la guerra que derivó en la dictadura de Francisco Franco tiene, como gran referencia, el ataque de la aviación alemana sobre esa ciudad vasca, y que, más allá de simpatías o antipatías por los republicanos, horrorizó al mundo. Fue el bautismo de fuego de la maquinaria bélica del nazismo.
Guerra de desgaste
Cuando se produjo el alzamiento militar del 18 de julio de 1936 contra el gobierno de la Segunda República, los golpistas pensaron que el control de la península sería cuestión de días. El golpe falló en las primeras horas y los republicanos subieron la apuesta. No había marcha atrás y la intentona derivaba en una guerra. De un lado, un ejército de línea, el más limitado de Europa, pero con el suficiente poder de fuego para reprimir dentro de sus fronteras; y del otro, un enjambre de grupos de izquierda, que tenían desconfianza entre sí, sin una dirección unificada, al contrario del mando de los insurrectos, que recayó en Franco.
La guerra era profundamente ideológica: si los republicanos expresaban ideas de izquierda pese a sus internas, enfrente había un ejército que proclamaba su rechazo absoluto a “los rojos” y que no dudó en buscar ayuda en los dos bastiones anticomunistas de la Europa de entonces: la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler. Parte de la derrota republicana se explica por el hecho de que la ayuda de la Unión Soviética al gobierno legítimo resultó insuficiente respecto de la asistencia militar del nazi-fascismo a los nacionales.
La guerra era cuestión de semanas si caía Madrid, pero Franco apostó por un desgaste permanente de milicianos sin experiencia militar. El bando nacional se dedicó a asolar ciudades, sembrar el terror entre los civiles y, de este modo, con el miedo infundido, ganarlos para su causa. Es lo que explica la duración de la guerra. “Este hombre no entiende el concepto de síntesis”, escribiría un asesor militar alemán sobre Franco, en un informe para Berlín.
Hitler se alía a Franco
Para comprender la entrada en acción del nazismo y su rol en Guernica es preciso entender cuál fue el sentido de esa decisión por parte de Hitler. El dictador se veía como un freno a la izquierda y la guerra en España era una buena oportunidad. En marzo de 1936 se había producido la remilitarización de Renania, lo que en los hechos significaba la ruptura del Tratado de Versalles: el nazismo encaraba una campaña armamentista.
En ese marco, la guerra en España era una oportunidad para poner a prueba sus armas, y en apoyo a un proyecto similar de régimen totalitario. Pero no fue la simpatía ideológica entre Hitler y Franco (que recién se verían las caras en la Francia ocupada, en 1940) la que llevó en última instancia al involucramiento alemán, sino la economía.
De hecho, no fue un asesor militar sino el ministro de Economía del Tercer Reich quien convenció a Hitler. Hjalmar Schacht entendió que el apoyo bélico a Franco serviría para apalancar la economía alemana y, de ese modo, financiar en el corto y mediano plazo los planes expansionistas del nazismo. Dicho de otra manera: España servía no solamente como laboratorio de pruebas para cañones y bombas, sino también como etapa necesaria para lo que vendría: los Sudetes, Austria y Polonia.
Así, Alemania se dedicó a vender el excedente de su producción armamentista a Franco, que precisaba de material bélico. Y se cobró la ayuda quedándose con la exportación del wolframio (o tungsteno) de las minas del norte español. Con ese mineral, se podía revestir la aleación de los tanques alemanes, es decir, servía para el blindaje. Esa exportación se cortó en 1944, por la presión de Estados Unidos. En el medio, el franquismo también había aportado mano de obra para las fábricas alemanas, además de los 45 mil soldados españoles que integraron la División Azul. Esas tropas marcharon junto a los nazis en la invasión de la Unión Soviética.
La capital espiritual de los vascos
Como se sabe, los vascos reclaman una identidad propia dentro del territorio español. A comienzos del siglo XX, la creación del Partido Nacionalista Vasco dio nuevos bríos a los independentistas. En esa tradición juega un rol importante Guernica (o Gernika, en euskera, la lengua vasca), que ha sido históricamente una capital espiritual de los vascos. Ubicada en la provincia de Vizcaya, la autoridad ejercida de distintas formas desde la Edad Media se simbolizó en el célebre roble de Guernica. A su sombra se juraba respetar las libertades de los vizcaínos y luego, por extensión, de todos los vascos.
Al momento del ataque, el País Vasco era una zona en disputa entre nacionales y republicanos. Las tropas de Franco avanzaban y la lucha comenzó centrarse en la defensa de Bilbao, la ciudad vasca más importante, dentro de la provincia de Vizcaya, y ubicada a unos 40 kilómetros de Guernica. Vale decir, la presencia de tropas republicanas disminuía en la segunda mitad de abril en Guernica, lo cual quita argumentos a cualquier intento de justificar el bombardeo: no era un objetivo militar.
Golpe interno
Franco tenía su propio frente interno en los días previos al bombardeo. La derecha que lo apoyaba mostraba dudas por su campaña de desgaste, que extendía la guerra. Los informes alemanes interiorizaban a Hitler de esas divisiones y también planteaban sus críticas a un militar que gozaba de prestigio por su rol en la guerra de Marruecos, que lo había convertido a los 33 años en el general más joven de Europa.
Una semana antes de la incursión de los aviones alemanes se produjo un hecho clave de cara al futuro político de España. Para muchos historiadores se trató de la piedra basal del franquismo como sistema político desde entonces y hasta la muerte del dictador: Franco promulgó el Decreto de Unificación. El 19 de abril de 1937 llevó adelante un golpe dentro del golpe con ese documento, que puso a los grupos sublevados bajo su mando. La Falange, cuyo líder, José Antonio Primo de Rivera, había sido fusilado en Alicante por los republicanos en noviembre de 1936, y la Comunión Tradicionalista, se fusionaron en la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista.
De ese modo, Franco eliminó toda oposición interna y licuó al falangismo. Pero, además de verticalizar a la derecha bajo su mando, la medida sirvió para enviar un mensaje a Hitler, que así supo quién mandaba entre los fascistas españoles. Y en nombre de quién podía ordenar el ataque sobre Guernica.
La masacre
A las tres y media de la tarde del 26 de abril, los aviones de la Legión Cóndor comenzaron a lanzar sus bombas. Su misión era destruir una carretera y un puente para cortar la retirada republicana. Varias casas y una iglesia fueron destruidas. El puente quedó intacto. Dos horas más tarde, 19 aviones lanzaron un ataque sobre el centro de Guernica, con bombas incendiarias. A las siete de la tarde, se produjo un tercer ataque, con fuego de metralla.
Se calcula que pueden haber muerto hasta 300 personas, una cifra algo menor a las algo más de 300 que causó el bombardeo italiano sobre Durango, otra ciudad vizcaína, el 31 de marzo de 1937; aunque las autoridades vascas hablaron de más de mil víctimas. Pero el impacto que causó el ataque sobre Guernica fue mucho más grande. A los dos días entraron las tropas de Franco, en una ciudad con el 70 por ciento de sus edificios reducidos a escombros.
Para entonces, las autoridades vascas ya habían denunciado que el nazismo era responsable del bombardeo, y que lo había hecho en alianza con los nacionales. El intento de Franco de desligarse del ataque fue en respuesta a los vascos: acusó a los republicanos de haber destruido la ciudad y la propaganda mostró una foto de bidones de combustible en la ciudad arrasada, que habrían usado grupos de izquierda. Los bidones eran, en realidad, de una estación de servicio.
El periodista que le contó al mundo el bombardeo
Allí entró en escena el periodista británico George Steer, corresponsal de The Times. Steer identificó en sus crónicas el origen alemán de las bombas. Sus notas no disimulaban simpatías por la causa republicana, y el editor de The Times, que por el contrario veía con buenos ojos a Franco, prescindió de sus servicios.
Sin embargo, la verdad no se pudo ocultar, y fue gracias a Steer que el mundo supo de la barbarie de Guernica. Aviones alemanes habían atacado por aire a civiles. La acción había sido llevada a cabo en un país en guerra por soldados de otra nación, que a su vez estaba en campaña de rearme, con una aviación que entraba en acción por primera vez desde el fin de la Primera Guerra.
El arte como continuación de la guerra
A comienzos de 1937, meses antes de la masacre, Pablo Picasso fue visitado en su casa de París por una delegación del gobierno republicano, que le pidió colaborar en la Exposición Internacional que se inauguraría en la capital francesa el 25 de mayo de ese año. La España republicana iba a tener un pabellón, y la presencia de una obra de Picasso podía concitar mayor atención.
El pintor aceptó tanto la propuesta como la idea de hacer un mural sobre una superficie de 11x4. Picasso no pudo trabajar en la obra dentro de su taller, que era pequeño, y se trasladó a un espacio más amplio. El gobierno de la Segunda República pagó las telas, los bastidores, la pintura y el traslado de la obra, con lo que el artista trabajaría gratis en lo que iba a ser el Guernica, pese a que los costos finales ascendieron al 15 por ciento del total del presupuesto del pabellón de España en la Exposición. El documento clave sería el recibo, no tanto por la cifra en sí, sino porque décadas más tarde iba a permitir que el mural llegara a España.
De acuerdo a los bocetos que se conservan, Picasso trabajó en la obra en los días previos al bombardeo de la Legión Cóndor, pero sin una idea precisa de lo que iba a pintar. No queda claro si Picasso supo de inmediato del bombardeo; sí se sabe que, a más tardar, se enteró el 28 de abril, dos días después, cuando la noticia fue tapa del diario socialista L´Humanité, que compraba todos los días. El 11 de mayo comenzó a trabajar en lo que sería uno de los cuadros más famosos, estremecedores y enigmáticos del siglo XX y de toda la historia del arte. El 4 de junio culminó la obra que dos semanas más tarde fue llevada al pabellón español dentro del Palacio de Chaillot, que albergaba la Exposición.
El impacto fue inmediato y comenzaron las discusiones sobre el simbolismo de la obra, que muestra una fuerte presencia femenina. Elementos como el toro, el caballo, la espada rota, la mujer que exclama con un bebé en brazos y el brazo con la lámpara, entre otros, dieron pie a diversas interpretaciones.
En 1938, el mural fue expuesto en distintas ciudades del Reino Unido, en el marco de una campaña para recaudar fondos destinados a los refugiados españoles. Para entonces, los republicanos quemaban las naves en la ofensiva del Ebro, su última gran iniciativa antes de la derrota. Y la Alemania nazi, que había tenido su bautismo de fuego en Guernica, ocupaba los Sudetes y Austria.
Después de la gira, Picasso cedió la custodia del Guernica al Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA). En los años posteriores a la Segunda Guerra estuvo de gira en Brasil, Italia, Francia, Alemania, Dinamarca, Bélgica y Países Bajos. Desde 1958, el mural quedó de forma permanente en Nueva York.
El Guernica llega a España
Para sorpresa de todos, el régimen franquista inició negociaciones a fin de trasladar el Guernica a España, en 1969. Fue en ese momento cuando Picasso estableció en su testamento que ese regreso se daría solamente cuando no hubiera más dictadura. Ya era célebre en esa época una historia, nunca confirmada, según la cual, durante la ocupación nazi de Francia, se cruzó con un oficial alemán que le preguntó si él era el autor del Guernica. Se dice que Picasso le respondió: “No lo hice yo. Lo hicieron ustedes”.
Terminado el franquismo, el regreso del mural a España se convirtió en una cuestión de Estado. El gobierno democrático de Adolfo Suárez inició negociaciones. Alegó que el Guernica estaba en custodia y pudo blandir el recibo del pago a Picasso, que confirmaba que el encargo de la obra en 1937 había sido de parte del Estado español. El Guernica arribó a Madrid en 1981 y desde entonces se exhibe en el Museo Reina Sofía, si bien persiste el reclamo de los vascos para que sea llevado a la ciudad de la masacre y cuyo nombre le dio Picasso a la obra.
El pedido de disculpas de Alemania
El 26 de abril de 1997, al cumplirse sesenta años del bombardeo, unas mil personas, entre las que había 150 sobrevivientes, escucharon en Guernica un mensaje leído de boca del embajador de Alemania en España. El texto estaba firmado por el presidente Roman Herzog y era un pedido oficial de disculpas. Seis décadas después, el Estado alemán hacía un mea culpa público. Al año, el Parlamento de Alemania, el Bundestag, se sumó a las disculpas.
El día de Navidad de 1944, en un accidente cuando viajaba en un jeep en Birmania, perdió la vida George Steer. El periodista inglés tenía 35 años y no llegó a ver los desagravios recibidos por la ciudad de Guernica. Los vascos no olvidaron que fue él quien denunció la responsabilidad del nazismo en el ataque mientras Franco acusaba a los republicanos. Desde 2006, hay un busto y una calle con su nombre en Guernica.