"Recuerdo las sirenas, los refugios antibombas, las luces siempre apagadas... Vivíamos prácticamente en la oscuridad. Incluso a las 9 de la mañana todo estaba apagado. Yo no podía salir solo, mi madre no me dejaba si no me acompañaban mis hermanos". En 2017, en una nota con el sitio Bleacher Report, Nikola Jokic recordó aquellos tiempos de guerra que padeció durante su infancia en Serbia. Y, claro, para entender su actualidad y saber de qué está hecha esta superestrella contracultural que hoy domina, a su modo, la NBA, hay que volver a 1995 y a Sombor, su ciudad de nacimiento -de 100.000 habitantes, ubicada en el norte del país- que como tantas otras sufrió la Guerra de las Balcanes entre 1991 y 2001, la lucha armada más sangrienta en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial (220.000 muertos y 2,7 millones de desplazados y refugiados).

Jokic, quien tenía cuatro años cuando, por caso, las tropas de la OTAN bombardearon Serbia durante 11 semanas en 1999, creció en el seno de una familia de clase media, como hermano menor de Strahinja, 13 años mayor, y Nemanja, 11. Ellos ya eran jugadores de secundario cuando intentaron, con pelotas y la motivación de un aro colgado en una puerta del departamento, convencer a que el menor siguiera sus pasos. Pero Nikola nunca estuvo convencido. Lejos de la hiperactividad y capacidad física de sus hermanos, prefería la tranquilidad, la pasividad. “Hice algo de fútbol y waterpolo, con mis hermanos, porque vivíamos compitiendo, pero nunca fui fanático de ninguno”, detalla. Lo suyo era estudiar y mantenerse lejos de los grandes esfuerzos. "Todos los maestros de la escuela primaria me amaban porque nunca generaba problemas, estudiaba y siempre me estaba haciendo un poco el tonto. Era más alto que la mayoría. Y el más gordo también (se ríe). Me encantaba matemáticas e historia. Pero no las actividades físicas. Incluso en mi época de la secundaria no podía hacer una flexión de brazos", recordó.

Un joven Nikola (abajo a la derecha) y familia.

“Sí, era el más gordito, el más grande, pero también el mejor del equipo”, resumió el padre. “Nikola quería estar con la pelota, pero le escapaba a la gimnasia o al entrenamiento. Había que presionarlo para que lo hiciera”, contó Robert Katona, primer profesor de educación física. “En las materias de estudio no tenía problemas. Curiosamente lo que le costaba era en educación física”, aportó Gordana Ralevic, profesora de inglés. Katarina Naumov fue su entrenadora de básquet y aporta un recuerdo que tiene mucha relación a lo que vemos hoy en la NBA. "Desde el principio vimos que tenía manos hábiles y una lectura del juego excepcional. Tenía una tendencia a buscar la asistencia, eso le gustaba más que marcar", describió. "Jugaba de pivote, pero me gustaba ser base, picar la pelota y crear jugadas, aunque sin moverme mucho. No me gustaba exigirme y incluso solía llorar cada vez que tenía que ir a entrenar. Mi padre tenía que convencerme constantemente. No eran épocas en que el básquet me interesara tanto", reconoció Nikola.

En realidad, lo que más lo atraía era la vida de campo. Su lugar en el mundo era el establo y sus mejores amigos, los caballos. En Sombor había muchas granjas y él, cuando visitó una con su padre, quedó flasheado. “Eso lo heredó de mí. De pequeño limpiaba los establos antes de ir a la escuela”, precisó papá Branislav. La conexión con los caballos hizo el resto. Alguna vez admitió que “si no fuera basquetbolista, sería un chico de establo”, por eso no sorprendió que hace unos años cumpliera el sueño de su vida, comprarse un caballo de carrera que llamó Dream Catcher (Atrapador de Sueños). Es tal su pasión que cuando Michael Malone, su DT en los Nuggets, lo fue a visitar a su país para conocer las raíces de la estrella lo primero que hicieron fue llevarlo del aeropuerto a una carrera que ganó su caballo.

A bordo del sulky, una actividad que ya no puede realizar.

“Ya no puedo montar, pero encantaría hacerlo. Porque me recuerdo cuando lo hacía de chico”, reconoció el pivote, cuya foto arriba de un sulky resume su gran pasión. “No seguí compitiendo por mi peso y altura. Me dijeron que podían construirme carros más grandes, para mí, pero lo terminé dejando”, recordó. En esa época, si bien nadie imaginaba este futuro como basquetbolista, Nikola mostraba potencial. Primero en el KK Vojvodina Srbijagas de Novi Sad hasta que lo descubrió Misko Raznatovic, el famoso representante que se lo llevó a Belgrado, puntualmente al Mega Vizura. “Cuando me enteré que había un chico de 16 años que había logrado 25 puntos y 25 rebotes mandé a Branimir Tadic, responsable de reclutar a jugadores, para que lo viera. Me llamó diciendo que su condición física era pésima, pero su talento, muy especial”, recordó.

Era 2012 cuando Jokic empezó jugando en Mega Vizura (hoy Mega Bemax), un equipo que en los últimos años se transformó en una auténtica fábrica de talentos. Nikola arrancó en el equipo junior y fue citado a la Selección juvenil de su país que terminaría siendo subcampeón mundial Sub 19 en República Checa. Jokic mostró sólo destellos de lo que podía hacer (7 puntos y 5 rebotes en 17 minutos) pero suficientes para terminar en el team principal del club. Lo suyo no fue meteórico, como otros cracks europeos. Apenas promedió 1,8 punto y dos rebotes en 10 minutos en el final de la primera temporada. En la siguiente (2013/14), el coach confío más en él y jugó 13 partidos en la Liga Serbia y otros 26 en la Liga Adriática, con promedios de 11,4 puntos, 6,4 rebotes, dos asistencias y una tapa en 25 minutos. Hasta el Barcelona estuvo a punto de ficharlo… Tenía 19 años cuando, aquella primera temporada, lo motivó a declararse elegible en el draft. Era, más que nada, para tantear el mercado, ver el interés de los equipos. Por eso aquella noche no pensó que lo elegirían…

-¿Estás durmiendo? ¡Te eligieron en el draft! ¿Cómo puede ser que estés durmiendo?

Era el 26 de junio de 2014, cuando su hermano Nemanja lo despertó desde el Barclays Center de Brooklyn. Presente en la selección anual de jugadores que hace la NBA, festejó casi en soledad cuando escuchó el nombre de Nikola en la posición N° 41 de la segunda ronda y lo llamó para compartir la alegría. No pensó que el menor estaría en la cama y se sobresaltaría con la llamada a los gritos de su hermano... Con el tiempo, está claro, no sorprende. Así es el menor de los Jokic, tranquilo, relajado, quizá demasiado, muy distinto a su padre y vehementes hermanos. Una paz que demuestra en la cancha, cuando lee el juego y maquina alguna genialidad que luego saldrá de sus creativas manos.

Jokic, en aquel entonces, era una gema escondida que pocos conocían. Por eso fue seleccionado tan atrás y es sin dudas uno de los grandes “robos” en la historia del draft. No había muchos que esperaran la selección, como le pasó a nuestro Manu Ginóbili en 1999 (estaba en Macapá, Brasil, de gira con nuestra Selección). Un año después llegaría a la NBA como un desconocido y hoy es uno de los mejores jugadores de la competencia, la superestrella del último finalista del Oeste y, claro, el compañero que más admira a Facundo Campazzo. Porque lo conoce y porque lo vio brillar frente suyo en aquellos cuartos de final del Mundial del 10 de septiembre del 2019, cuando Argentina dio una de las grandes sorpresas de la historia al vencer a Serbia por 97-87.

Fue una sorpresa para él y para muchos, sobre todo porque muchos ojeadores que lo habían visto tenían severos cuestionamientos a su físico y ética profesional. El físico no lo ayudaba, menos pensando en la atlética NBA, y encima se sabía de su adicción a la gaseosa. Justamente, hace pocos años, admitió que luego de los entrenamientos era capaz de beber tres litros de Coca. “Un vaso tras otro, no podía parar”, dijo. Sabiendo que sería su perdición, que para encarar el nuevo desafío en la NBA, otra dieta, cuidados y profesionalismo eran necesarios. Así fue que él mismo contó que su última gaseosa la bebió en el vuelo a Denver, luego de terminar la temporada en Serbia y ser el MVP de la Liga Adriática con promedios de 15.4 puntos, 9.3 rebotes y 3.5 asistencias en la fase regular.

La mejora física fue la prioridad que exigieron los Nuggets y aceptó Jokic, quien perdió 18 kilos antes de su debut en la NBA. "No esperaba jugar mi primer año. Mi prioridad era ponerme bien desde lo físico", recordó. Pero su talento es tan grande que rápidamente empezó a jugar. Apenas en su 12° partido logró un doble doble (23 puntos y 12 rebotes) y, con 19 años, se ganó la titularidad al siguiente juego.

Nikola tiene ese don natural que, en jugadores tan altos, sólo se ha visto en Arvydas Sabonis y Vlade Divac, pivotes –europeos- con condiciones de armadores: visión de cancha, lucidez, manos de seda y mucha creatividad en las habilitaciones a compañeros. No sorprendió, entonces, que los pases gol superaran la media de 6 en la tercera temporada. Ni que Nikola los acompañara con 18,5 puntos y 10,7 rebotes, números que no pararon de mejorar y le permitieron ganarse un contrato máximo, en 2018, de 146,5 millones por cinco temporadas.

Este año, el serbio fue el primer jugador en la historia en sumar 2.000 tantos, 1.000 recobres y 500 pases gol en una temporada y tuvo el más alto PER –índice que determinada la productividad por minuto- de siempre. Y, por si estos números no alcanzan, hay que pensar que puso sexto a un equipo del montón, que padeció la ausencia de la segunda máxima figura, Jamal Murray. Argumentos muy fuertes que seguramente desembocarán en el segundo MVP de forma consecutiva. Claro, si él podría, tal vez no estaría recibiendo ese premio. Y tal vez tampoco jugando al básquet. Estamos en presencia de un talento contracultural que tal vez preferiría estar en el campo de su Serbia natal, en soledad, andando a caballo, disfrutando la naturaleza y tomando un buen vaso de gaseosa.