En una nota del Suplemento Soy de setiembre de 2008 sobre BSDM, Alejandro Modarelli recoge el testimonio de Adrián quien declara: “me calentaba mucho con unos personajes de Titanes en el ring, sobre todo Mr. Moto. Cuerpos musculosos y agresivos, imagínate cómo me puse cuando vi por primera vez los dibujos de Tom de Finlandia".

Las experiencias no suelen ser solipsistas. El testimonio recogido por Modarelli guarda relación con la narración autoficcional de Pablo Pérez en Un año sin amor: “Desde chico me calentaron los superhéroes de la televisión, sus cuerpos musculosos tensando los ajustados trajes, sus rostros enmascarados. También me gustaban los malos, muchas veces vestidos de cuero. Esto, unido al ideal de hombre fuerte y protector, fue el cóctel que embriagó mi deseo durante todas las horas de la infancia que pasé frente a la TV”. A su vez, Daniel, un amigo, me refirió que de niño solía ir a los espectáculos en vivo de Titanes en el ring para tocar a los luchadores y de paso, agenciarse el roce con un bulto.

En las décadas del sesenta y luego del ochenta, el mundo de los luchadores de catch propuesto por Martin Karadagian -que inauguró el género en Argentina- era también una oportunidad de las que no abundaban de ver a jóvenes atletas frotándose y tocándose o enlazados en esas artísticas y pautadas tomas que imitaban rituales sadomasoquistas. También ofrecían un desfile de cuerpos semidesnudos y musculosos y una variedad de trajes ajustados, rostros enmascarados o luchadores “malos” vestidos de cuero que alimentaban las fantasías homoeróticas y también hicieron las delicias onanistas de más de una generación de gays.

Pero no solo eso. La máscara y el antifaz que solían llevar los luchadores remitían a esos artefactos con los que los gays solían fascinarse porque parecían metáforas de sus propias existencias en las que frecuentemente había que ocultar algo, tener un secreto o llevar una doble vida o identidad. No casualmente la novela de Yukio Mishima sobre un joven homosexual se llama Confesiones de una máscara.

A su vez, en los luchadores aparecían representados como tipos ideales, diferentes tipos de masculinidades para soñar el futuro o una encamada: allí estaba el motoquero, el hombre de cuero, los atléticos como el luminoso Pibe 10, los buenos como David el Pastor, los glamorosos como Julio César, los malos y rudos como Genghis Kan, Atila o el Caballero Rojo, alguno para los osos como Kanghay el Mongol, el “ancho Rubén Peucelle”, las Momias, Blanca y Negra, que parecían inaugurar el bondage televisivo, entre tantas otras. No faltaba nadie: si hasta estaba el Diabolo. En el show tampoco escaseaban los romances y los melodramas: así una misteriosa viudita de flores rojas solía perseguir a Karadagian y si bien Cleopatra aparecía acompañando a su amante Julio César, la beldad egipcia despertaba sentimientos sensuales que llevaban a la ensoñación al fisicoculturista Míster Moto. Otra de las marcas registradas del célebre programa era la canción que presentaba a cada luchador y cuya música terminaba siendo editada en discos y casetes.

Es probable que el Gran Martin Karadagian fuera ajeno o se hubiera espantado de los efectos colaterales de sus luchadores aceitados. Aquel descendiente de armenio que desde joven aprendió lucha greco-romana que luego trasladó a su espectáculo de lucha libre tuvo la virtud de crear un universo propio y fantástico que fue el deleite de niñeces, adolescencias y adulteces. En todo caso hay que comenzar a descreer que la sensualidad o el despertar del erotismo es insano o lo contrario de la inocencia.

Siempre me pregunté que habrá llevado a Martín a reinar en ese mundo de varones y escasas mujeres. ¿Qué sueños o de qué pesadillas escapaba para inventar ese mundo maravilloso y ese imperio delirante pleno de héroes de carne y hueso, personajes mitológicos e históricos, androides y monstruos y animales bizarros que conquistaron centenares de miles de corazones argentinos? Probablemente no era ajeno a su utopía el hecho de que fuera sobreviviente de un genocidio que había llevado a su padre a emigrar a Argentina.

Mientras se le rinde homenaje al “máximo Titán de Titanes en el ring”, su hija Paulina Karadagian conserva y enriquece el legado. Aggiornada a los tiempos que corren, la nueva versión de Titanes en el ring, que el próximo 29 de mayo se podrá ver en la Sala Siranush, incluye luchadoras mujeres y de la comunidad lgbti.