Entrando en sus días finales, la edición 23 del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente le dio curso a su Competencia Argentina a través de cuatro nuevos títulos. Tres de ellos están dirigidos por cineastas que ya presentaron algunos de sus trabajos previos en distintas secciones de este mismo festival, en ediciones anteriores, y el restante le pertenece a una absoluta debutante, Lucía Seles, que se mete en la historia del Bafici a lo grande, presentando tres películas a la vez.
Smog en tu corazón es la primera parte de la denominada Trilogía del Tenis, a la que esta edición del festival le da continuidad, programando los episodios siguientes, Saturdays Disorders y Weak Rangers, en la sección “Comedias”. El hecho constituye una rareza. Las tres películas también. Sus cinco personajes trabajan en un complejo de canchas de tenis. El dueño, que dirige el lugar como si se tratara de un espacio único en el universo (lo es). Su mejor amigo de la adolescencia, un contador algo celoso que se encarga de la logística del centro deportivo, y su mejor amigo de la infancia, un muchacho sanjuanino que es además quien lleva adelante la extraña narración escrita que organiza (¿desorganiza?) el relato. Lujan, una chica sensible que sería algo así como la secretaria del dueño (u otra cosa). Y Marta, una tenista contratada para dar clases de tenis, pero que no quiere que la llamen profesora. Ella es tenista.
No está mal definir a Smog en tu corazón como una película psicótica, en tanto sus acciones tanto podrían ocurrir en ese complejo de tenis como en una institución psiquiátrica. Los diálogos, el lenguaje corporal, la narración escrita en primera persona, la forma en que se va construyendo el vínculo entre los personajes y el que estos mantienen con el mundo: todo remite a un estado mental alterado. Por deformación cinematográfica es habitual relacionar la psicosis con el peligro (Hitchcock, shame on you!). Pero en realidad la mayoría de los psicóticos son inofensivos, aunque sin querer pueden causarle daño a otros o sí mismos. Así son las criaturas creadas por Seles; que, sí, tiene apellido de tenista. Smog en tu corazón es una absoluta irregularidad no solo para el cine argentino, sino universal (o por lo menos el de esta galaxia). Su sentido del humor va de lo absurdo a lo ridículo, pasando por lo cruel y lo naif. Cuando esa clave es aceptada, ahí es posible empezar a pensar a los protagonistas ya no como dementes, sino como niños, que, como alguien ha dicho, no son otra cosa que locos que se curan con la edad. Si se es capaz de atravesar esa barrera, entonces será imposible no amar a estos cinco nenes grandes.
El absurdo y una inocencia juguetona son elementos que Smog en tu corazón comparte con Lavandería Nancy Sport, debut en solitario de Agu Grego, quien dirigió dos largos como integrante del Grupo Humus (ambos programados en anteriores Bafici). Su acción también ocurre en un espacio cerrado, solo que en lugar del club de tenis acá se trata de una pequeña ciudad cordillerana: Junín de los Andes. El asesinato del heladero del pueblo, bananas que se ponen negras al tocarlas, máquinas conscientes capaces de comunicarse, viajes interdimensionales y historias de amor en pausa conforman esta comedia fantástica, cuyo espíritu el programador del festival Agustín Masaedo acierta en comparar con el de los trabajos de cineastas como Javier Fesser y Stephen Chow. Rodada en pandemia, la lógica de Lavandería Nancy Sport funciona como una burbuja, aislada de la del resto del mundo conocido. Grego, que dirigió pero también se encargó de la fotografía, la cámara, el montaje, el sonido, el foley (y más) hace un notable uso de algunos recursos como la animación o el clip, alcanza picos de humor muy altos y muchas veces se mete en callejones sin salida. Como debe ser, Grego sale de ellos como de un laberinto: por arriba.
Relato también fantástico, El monte, de Sebastián Caulier, construye un misterio a la vera del monte formoseño a partir del vínculo distante entre un padre y un hijo. El primero lleva una vida de ermitaño en una quinta destartalada. El segundo llega una tarde a ver qué pasa, después de años de ausencia, preocupado por la falta de noticias. El padre no solo se volvió un hombre hosco, sino que perdió buena parte del contacto con la realidad, manteniendo una relación obsesiva con la selva lindera. El monte puede ser pensada como una película de monstruos sin monstruo, que retrata a la naturaleza como una presencia de mil cabezas capaz de meterse dentro de las personas hasta hacerles perder la cordura. Caulier articula momentos de gran tensión aprovechando esa proximidad llena de barreras que separa al hijo de su padre (Gustavo Garzón, extraordinario), pero también en la relación que este mantiene con esa ominosa entidad natural. Sobre el final la película se permite ciertas convenciones que la llevan hacia un terreno más conocido. Cada espectador sabrá si eso le parece oportuno o no tanto.
Pronto a celebrar su 160° aniversario, el Colegio Nacional de Buenos Aires es la casa de estudios secundarios más prestigiosa del país. En el documental El Nacional, Alejandro Hartmann realiza una incursión al corazón de ese colegio en el que pasado, presente y futuro tienen igual importancia. Con gran libertad, el director presenta al Nacional Buenos Aires como un espacio de contradicciones, algunas de las cuales se encuentran en el centro mismo de su estructura. Por ejemplo, que se eduque a sus pupilos en la conciencia de la igualdad entre las personas (enseñanza que el alumnado convierte en militancia), pero que desde el primer día de clase se los martille con la idea de que ellos son diferentes, “especiales”. Eufemismos para decirles, sin decirlo, que son mejores, fomentando una conciencia de elite: todos somos iguales, pero algunos somos menos iguales que otros. Valiosísimo documento que consigue captar las muchas capas de sentido que convierten a ese colegio en lo que es: un modelo a escala de la Argentina. ¿O será solo de Buenos Aires?