Años 80, en la esquina de Jean Jaures y Tucumán, a la salida del cine SHA, luego de ver Fitzcarraldo tuve lo que se puede llamar una epifanía. La revelación de estudiar violoncello.
La imagen que es el corazón de la película, "pasar un barco por arriba de una montaña", me servía para tener en cuenta que el violoncello, que era un instrumento de culto y oculto, tocado por pocos y buenos músicos, difícil y caro, elitista... era la montaña y yo el barco o barquito, pero medí mis fuerzas y me decidí. Recuerdo mi emoción, mis manos calientes, la vista baja. Dante le hace decir a Ulises "ni el halago de un hijo/ ni la inquieta piedad de un padre viejo/ ni el amor que le debía a Penélope discreta/ dentro de mi vencieron el ardor de conocer el mundo” (donde dice mundo leer violoncello). Comento además que, para Dante, Ulises va al infierno por mal aconsejado, ja.
La película es imponente en muchos otros sentidos, no solo por luchar por un sueño imposible o cosas así. También está Klaus Kinski, genial actor muy carismático, el Amazonas, (al cual nunca fui pero me debo la peregrinación hasta allí algún día) la excelente música, la personificación del cantante italiano Enrico Caruso, que aún me da miedo y es para mí el símbolo de la tragedia humana. Hay personajes divertidos como el Huerequeque, siendo yo mismo 1/4 indígena me sentí identificado, y los indios nativos del Perú, los verdaderos protagonistas, pasado el tiempo para mí, ya me parece que ellos son los dueños de la película, el peso de la ficción, la vuelven doble ficción en realidad.
Entonces empecé a "subir el barco por la montaña", a estudiar el violoncello y me encontré con un músico maravilloso y querido, el Maestro Leo Viola (fallecido en 2018). Él estudió en el Conservatorio de París, docente de cellistas muy talentosos y talentosas, un grande, una leyenda. Un día de clases yo andaba leyendo Las Flores del Mal y me dijo, “escondé eso ... acá en el Conservatorio no va, te van a señalar como no se qué” y llegó un día que me señalaron en serio: luego de haber tocado con mi grupo de música experimental en un festival en un anexo, el director me dijo, “Estás afuera, te echo del conservatorio, cuando te vas a tomar la música en serio!” y yo no me defendí, estaba en peligro pero me sentía Miles Davis o esos músicos marginales que tanto me gustaban. En la práctica me quedé sin clases, pero Leo Viola me siguió dando clases en la cocina del conservatorio, adonde entraba clandestinamente… hermoso gesto inolvidable , quizás él se ponía en juego, pero continuó con mis clases, ¡un crack!
Otro encuentro que me trajo problemas fue cuando conseguí no sé cómo, Las Suites de Bach por Anner Bylsma, (RCA 1979 ) otra cosa en la interpretación, los cellistas porteños en ese momento veían a Bylsma como un equivocado, alguien que no era un referente y para mí, por alguna extraña razón, sí.
Y así continué en el estudio, a los ponchazos, hasta que en que a finales de los 90 las cosas empezaron a cambiar y comencé a tocar con músicos muy talentosos, con el Ensamble Dominguito, Colectivo Eterofónico, Ensamble Experimenta, y a trabajar en teatro con Ricardo Bartis, luego con Pompeyo Audivert y Cristina Banegas, y encontré mi "selva" amazónica, mi ópera en la selva. Las cosas mejoraron y el verano del 2001 antes que caiga la convertibilidad y las Torres Gemelas, llegó la frutilla del postre, para pensar que mi epifanía (aunque no la recomiendo, no estaba tan mal ), fui a New York, al New Directions Cello Festival, donde escuché y vi a Rasputina, Erik Friendlander, y a Erns Reijseger, todos cellistas ultra modernos, y don Reijseger me dijo unas palabras en ingles que yo apenas comprendí "Usted debía estar acá, en este festival" y entonces me dijo que había grabado su último disco con un cello prestado de Anner Bylsma que componía música para Herzog, el mismísimo director de Fitzcarraldo.
Di un paso para atrás y pensé si era verdad lo del destino y me conformé con que estaba realizando bien mi búsqueda sonora, que el barco había llegado del otro lado.
Claudio Peña es cellista innovador, compositor y docente. Creador y director de 100 cellos , evento anual (desde 2010). Ha ganado los premios María Guerrero (en dos oportunidades) y Luisa Vehil por su composición de música para teatro. Realiza conciertos de música improvisada, jazz, contemporánea y compone música para teatro y danza. Ha dado conciertos de su música en New York City, Ithaca College, Filadelfia, México DF, Porto Alegre , Buenos Aires y también en varias provincias de Argentina. Ha tocado con Ernst Reijseger, Christian Howes, Tony Malaby, Juan Pablo Arredondo, Rodrigo Domínguez, Marcelo Delgado, entre otros. Actualmente dirige el ensamble de cellos ARRE! y es el curador del Cello Club.