La semana avanza y los últimos peones en el tablero de la Competencia Internacional del Bafici comienzan a acomodarse en sus respectivos casilleros. Durante las últimas dos jornadas tres largometrajes de origen muy diverso –Argentina, Filipinas y México– fueron presentados en funciones presenciales y, en ciertos casos, también virtuales, sumando relatos de furia, amor y pasión cinéfila. El primero es ciertamente el caso de El sistema K.E.OP/S, batidora multigénero en la cual el realizador de Fase 7, Nicolás Goldbart, recombina ventanas indiscretas, conspiraciones sin rostro y la batería de violencias físicas del primer Tarantino, en un viaje a lo largo de una noche en el barrio de Belgrano que no puede sino referenciar al clásico scorsesiano de la nocturnidad, After Hours. Fernando Blanksy es una nueva variación de la topografía paranoica de Daniel Hendler, un productor de cine que, en lo que parecen día aciagos para su futuro profesional, decide meterse en un esquema piramidal electrónico que promete grandes ganancias y éxitos personales.

Un instante después de darle ok a la pantalla llega la primera sorpresa, nada amable: alguien lo está mirando y todo parece indicar que con cara de pocos amigos. El llamado a un amigo y socio creativo (Alan Sabbagh), los pone tras los pasos de los acechadores, comienzo de una aventura noctámbula con bastante sudor y mucha más sangre. La química entre Hendler y Sabbagh, como ocurre en los buenos buddy films, es esencial al éxito de una película que, a medida que transcurren los minutos, abandona un poco su relativa originalidad para encerrarse en tópicos derivativos. A pesar de eso, hay diversión asegurada, y la secuencia en una típica galería de la Avenida Cabildo –de esas que atraviesan la manzana de punta a punta e incluyen escaleras y recovecos– es una de las más logradas. En las buenas y en las malas, como los compinches que sufren codo a codo en la pantalla, El sistema K.E.OP/S, cuyo enigmático título es explicado por la propia trama, es el único exponente del cine de género hecho y derecho de esta competencia.

Dicho lo cual, de juegos genéricos también está hecha Leonor Will Never Die, de la joven directora filipina Martika Ramirez Escobar, que viene de disfrutar de su debut mundial en el Festival de Sundance. Aunque en su caso la parada está copada por la recontra-meta-hiper textualidad cinematográfica. En el fondo, se trata de un canto de amor al cine popular producido en el país asiático en los años 70 y 80, en particular su vertiente policial y de súper acción. La Leonor del título es una anciana con achaques y olvidos que supo ser una realizadora reconocida por el gran público, ahora separada de su esposo y todavía doliente por el fallecimiento de uno de sus hijos. Un regio golpe en la cabeza propinado por un televisor volador la deja en un limbo comatoso, suspendida entre la vida en la tierra y el universo de uno de sus guiones inacabados, un melodrama de acción protagonizado por un muchacho de armas tomar llamado Ronwaldo (homónimo de su hijo muerto) y unos matones que responden al villano de turno, además de una joven bailarina a quien el héroe debe salvar de las garras del mal.

Leonor Will Never Die

Más allá de los nombres consagrados del cine de autor filipino de ayer y hoy, poco y nada se sabe por estos pagos de la ingente producción industrial de ese país. Leonor Will Never Die puede ser una puerta de entrada para abrir el apetito cinéfilo, pero al mismo tiempo no se contenta con la simple celebración acrítica ni se solaza en la melancolía. Mientras el personaje central se debate entre los dos mundos, la película dentro de la película cierra el cuadro y ofrece sus buenas dosis de zooms violentos, cortes de montaje con repetición desde distintos ángulos y escenas de pelea a las piñas, patadas, cuchillazos y disparos, con Leonor en plan demiurgo metida en la trama. Una observadora primero que, eventualmente, se convierte en soldado dispuesto a la acción. En la película continente, mientras tanto, el fantasma del otro Ronwaldo cohabita con los vivos. Pero, ¿acaso los héroes y villanos de la gran pantalla no están condenados a ser eso, precisamente: seres incorpóreos que parecen más reales que la vida? El de Ramirez Escobar se impone como uno de los títulos más inesperados de esta competencia; también es uno de los más gratos y ligeros, en el buen sentido de la expresión.

De un talante muy disímil, Malintzin 17 es el film póstumo del documentalista mexicano Eugenio Polgovsky (Los herederos, Trópico de cáncer), codirigido por su hermana, la productora Mara Polgovsky, quien recuperó y editó una serie de grabaciones hogareñas realizadas en 2016 a lo largo de unos pocos días. Eugenio y su pequeña hija observan desde la ventana de una casa de alto cómo una torcacita acaba de hacer un nido sobre el tendido de cables de la calle. La cámara no saldrá nunca de ese espacio interior que se abre hacia el afuera, a tal punto que, de no mediar información, el espectador bien podría suponer que las imágenes y sonidos fueron capturados en algún momento pandémico más cercano en el tiempo. El vecino que saca a pasear al perro, el camión recolector de residuos, el vendedor ambulante, son algunos de los personajes registrados para la posteridad. Personajes secundarios, quizás: lo esencial es esa pequeña ave que acaba de nacer luego de varias jornadas de empolle, vigilada por su madre a escasos centímetros, bajo el sol radiante o frente a una tormenta de envergadura.

Fallecido demasiado joven en 2017, a los cuarenta años, poco tiempo después de obtener estos registros caseros, Eugenio Polgovsky poseía una manera única de observar el mundo. Así lo demuestra el énfasis de sus encuadres sobre la pequeña, mientras juega con unas chapitas de metal y reflexiona sobre la vida y la muerte cándidamente, o en aquellos dedicados a la calle, animada por eventos tan familiares como misteriosos. Malintzin 17, la dirección desde donde se observa el mundo, es un film pequeño, frágil y bello. Un video-diario que, más allá de las circunstancias en las cuales fue gestado y terminado, seis años más tarde, pone de relieve las capacidades poéticas del cine documental en primera persona.

  • El sistema K.E.OP/S se exhibe el sábado 30 de abril a las 20.40 en el Cultural San Martín - Sala 1
  • Malintzin 17 se exhibe el jueves 28 de abril a las 11.30 en el Cultural San Martín - Sala 1 y el sábado 30 de abril a las 21.30 en Cine Cosmos UBA
  • Leonor Will Never Die se exhibe el viernes 29 a las 20.45 en Cine Lorca - Sala 1.
  • Funciones online y entradas para las proyecciones presenciales en https://vivamoscultura.buenosaires.gob.ar/