Provocación, bofetadas de lucidez implacable, y una sensación de libertad y alegría. Eso es lo que causa la lectura de Cinco historias de una inválida imprudente y un poema para no perder la dignidad, el libro de Maria Lucrecia Gómez Boschetti, nacida en 1992 en la ciudad de Córdoba. Ensayos autobiográficos, correlatos con licencias poéticas de experiencias vividas o sentidas en algún momento por una chica discapacitada que cuenta todo, aunque advierte sobre qué le pasó: “no contesto más gratis, es un secreto entre mis lectores y yo. Así que ya saben, si a alguno le interesa en la editorial tienen mi libro disponible (guiño, guiño)”.

“No sé cómo es que llegaste viva a los 20 años”, le dijo una vez asustado su novio de los 22, cuando estuvo a punto de ahogarse tragando saliva. La escritora lo recuerda y se ríe porque tampoco sabe cómo su percepción está “tan distorsionada”, al punto de que las cosas pueden llegar a ponerla en peligro.

El libro, de Editorial Fundación La hendija, es el relato fragmentado de una línea de tiempo intenso en la que se alternaron grados escolares y estadías en una habitación de hospital. Los textos remiten a ¿aventuras? en las que la protagonista-autora domina, putea y ama las calles de su ciudad natal o de Buenos Aires, que se van hilando con anécdotas “de mis decisiones de vida profundamente cuestionables, de mierda”. Es que ella prefirió que el peligro esté afuera, que “sea eso desconocido, pero que por supuesto deje una buena historia que contar”.

El libro de María Lucrecia está disponible en editoriallahendija.org.ar


Una fisiología ajena con la que hay que aprender a convivir


La propuesta lectora es una zambullida en la adrenalina más extrema que puede proporcionar el arte de la escritura, acompañada de una búsqueda de dignidad y de placer en la asunción de la discapacidad motriz luego de un accidente. Cinco relatos ágiles, vertiginosos, a veces delirantes y siempre con buen humor que son -además- experiencias erótica, educativas y militantes en el más amplio sentido. Más un poema, parte diario íntimo, parte declaración de principios, testimonio vital de una discapacitada inspiracional. Es decir,textos políticos sin dogma, con una perspectiva que toma la mirada voyeur y la incita, como dice en el prólogo Camila Arbuet, licenciada en Ciencia Política por la Universidad Nacional de Entre Ríos, docente, becaria en el CONICET y ensayista.Más un poema, parte diario íntimo, parte declaración de principios, testimonio vital de una discapacitada "no inspiracional".

“Para mí narrar es una forma de ordenar la realidad. Especialmente cuando tu fisiología se siente ajena y tenés que convivir con un cuerpo que no te responde como quisieras. Creo que los desafíos de habitar un mundo que tiende a rechazarte por default, genera muchos sentimientos de caos que necesitan un orden cuasi terapéutico y así arrancan mis ensayos. Al menos, en mi fuero interno. La forma de externalizar implica otra cosa muy importante, entretener. No quiero que las cosas que produzco queden en un público lisiado, en un nicho, sino abrirle una ventanita del mundo disca al resto. Me gusta que la discapacidad no sea un motor narrativo en sí mismo, sino una característica de base que tienen los personajes”.

Un cuerpo tullido en ambientes capacitistas, una indagación desde la subjetividad lisiada en la imposibilidad de verse y ser vista en espacios no amigables, con un deseo con mayúsculas. El deseo, mayor que cualquier temor, de estar con otrxs, transitar el espacio social, salir de la aparente tranquilidad y seguridad de la vida doméstica. Y esas ganas enormes de que pasen cosas trasciende aquí la (in)conciencia del riesgo. Se cuenta con audacia y sin sutilezas una existencia osada. “Meter los dedos en el ventilador”, de eso se trata y en el teclado del que brotan las narraciones y la poética. “Vieron, tengo dedos, y los puedo estrolar como se me cante”, dice quien en las redes aparece como @crulecia. Porque, al fin de cuentas, la autora viaja, investiga, se pierde en laberintos urbanos para contar, capturar a una audiencia, seducirla o hechizarla. Como lo vienen haciendo desde tiempos remotos lxs sabiox de las tribus, Edipo, Homero y las brujas de todo tiempo y lugar.

Relatos que estallan la ficción de una autonomía o una superación meritocrática o voluntarista. La herida como una actitud política y estética. “Si al principio no tienen éxito, quizás es que el fracaso es tu estilo”, diría el activista queer Quentin Crisp, nos recuerda Arbuet. ¿Por qué era que no me andaban las piernas? Es acá una pregunta por el cómo, un descartar la postura victimista e individual por la consigna activista y colectiva. “A veces solo quiero describir mi vida, pero no va a faltar una política de policía aeroportuaria, o un chofer del 128, o un auto en doble fila que me recuerde que al final del día sigo siendo una discapacitada”, le cuenta a Las12 sobre la situación precaria (falta de rampas, de educación, veredas rotas) que imponen los gobiernos a los discas. “Pero no me vengan con los discursos tutelares que son un atropello y la mayoría de las veces innecesarios. Que necesite cuidados especiales no significa que no puedo tomar decisiones”.

Cinco historias… nos sumerge en la intimidad de Gómez Boschetti, quien disecciona sus caídas, papelones, actos vergonzantes, amorosos, excitantes, en una continuidad de gestos que evocan el bello poema de la estadounidense Elizabeth Bishop El arte de perder: “Pierde algo cada día. Acepta la angustia de las llaves perdidas, de las horas derrochadas en vano. El arte de perder se domina fácilmente. Después entrénate en perder más lejos, en perder más rápido: lugares y nombres, los sitios a los que pensabas viajar. Ninguna de esas pérdidas ocasionará el desastre.”

"La discapacidad es un frenemy que te sigue a todas partes"

Micro espasmos de emoción por coquetear con la idea de ser bicho de la gran ciudad que va esquivando pozos con la lisi (su máquina de circulación andante) en urbes poco lisifriendly, para encontrarse con la amiga también disca y aprender cómo subir la silla de ruedas a un avión, ponerse en la parada del bondi para que te vean, evitar la oleada alevosa de ortivez de la gente molesta que ocupa el poco espacio transitable, disfrutar de la música de un disco en Spotify con los auriculares, maquillarse para ir a un recital, cruzarse con las chicas trans y que Lucy, una de ellas, acompañe porque “calculaste para el orto cómo viajar”. “Tenía una forma de hablar tan familiar, tan de tía pirada, pero con buenas intenciones, que me resultaba increíblemente tranquilizadora. Llegar a la fiesta antes de que la banda empiece a tocar. Cantar y chivar un montón. Regresar a casa, descongelar unas milanesas y arrepentirse por no haberle pedido el whatssap a Lucy. O usar una aplicación para el sexo con un Daddie, esperar a ver qué espera él de una Sugar Baby mientras se lo escrolea y vivir unos días de amor loco, sin dejar que la voz de la autopreservación reprima el accionar que aplaque los anhelos del cuerpo. Ir a Lolapalooza y asistir a la migración del chabón, veinte años mayor, del mundo de la publicidad al del arte. Besos, besos, chapeo. ¿Me viste el pezón? Garchar. Y no morir.

Lucre está preparando una segunda parte del libro. Acaba de participar en una serie de Netflix junto a Santiago Korovsky, Martín Garabal y Pilar Gamboa, entre otros, guionando y actuando. También está trabajando en otra serie, El futuro imposible, un documental animado sobre ecología y economía. Y vuelve a la condición disca. “No es un ejercicio reflexivo para que la gente sin discapacidad ponga en perspectiva su vida. Si bien la discapacidad es un espectro y todos eventualmente terminarán en algún punto de ese espectro (envejecer es adquirir discapacidad en algún punto) no soporto la idea de que todos lo somos. Las dificultades que una persona pueda tener son eso, dificultades. Ser torpe, fracasar en algo, estar de mal humor a la mañana no son discapacidades. La discapacidad no es algo de lo que participás un ratito y luego seguís como siempre, como un brazo quebrado que se suelda y queda como una anécdota. La discapacidad es una frenemy que te acompaña, te distingue, te caga a piñas, te humilla, te hace sentir especial, te da una mirada única, te cambia el cuerpo y la mente. Te hace sentir como la persona más interesante del mundo un día y como la porquería más grande al otro. A veces es tan sutil que hasta te olvidás que la tenías, como un billete que te encontras en un pantalón guardado y otras veces la llevas pegada en la frente como un acta de defunción que te atormenta en cada respiro”.