-¿Te vas?- le preguntó Luis. Vanesa no respondió. Estaba de espaldas abrochándose el corpiño frente al espejo. Desde ahí podía ver a Luis que estaba desnudo. Desparramado sobre la cama, de costado y sosteniéndose la cabeza con toda la palma de la mano apoyada en la cara. Estaba quieto. Muy quieto. Solo movía el dedo en irritantes círculos hurgando dentro de su ombligo.

-¿Te vas?- le volvió a preguntar.

-Tengo mucho que hacer- dijo Vanesa y, antes de ponerse la bombacha, encendió un cigarrillo.

Eran las primeras horas del sábado. Llovía. Era esa lluvia de otoño fría, eterna y finita. Desde la habitación se podía ver la calle vacía y gris.

-¿Querés que tomemos unos mates antes de irte?

Vanesa no contestó inmediatamente. Tardó en responder el tiempo que necesita una mujer para terminar de vestirse sin ponerse los zapatos.

-Bueno- dijo, por fin, sin mirarlo.

Luis saltó de la cama. Se puso el vaquero, una remera arrugada y se calzó las ojotas. Salió corriendo a la cocina. Corrió como se corre en ojotas: mal.

Vanesa lo vio cruzar la puerta del dormitorio y exhaló una bocanada de humo cerrando los ojos. Después apoyó la espalda en el ropero y, mientras se ponía las sandalias, observó la habitación. Desde el techo colgaba una lamparita que teñía el lugar de amarillo. El cable que la sostenía era negro, con una telaraña que empezaba en la mitad y cruzaba la habitación hasta perderse en una mancha de humedad que mezclaba los colores amarillo, verde y ocre formando un caprichoso dibujo. Sobre la cama, la sábana, estaba hecha un bollo, y la almohada, en el piso. El velador tenía la tulipa rota y sobresalía entre un vaso de vidrio sucio, un libro y una media llena de pelusas.

Vanesa pitó el cigarrillo. Dejó salir el humo haciendo pequeños aros que flotaban en el aire. Un trueno pareció despertarla. Miró las gotas de lluvia que golpeaban en la ventana y, luego, la hora en el reloj de su muñeca. Después apagó la luz y se dirigió al baño. Abrió la puerta y buscó en la pared el interruptor. Probó varias veces la tecla. Primero suave, después con insistencia. No andaba. Dejó la puerta entreabierta para que entre algo de claridad. Apenas pudo distinguir el inodoro. Arrojó el cigarrillo y supo, por el ruido particular del fuego cuando lo apaga el agua, que le había acertado. Después se bajó el pantalón y se sentó a orinar. En la penumbra, con el borde de la pileta a escasos centímetros de su cara, Vanesa, mordiéndose el labio inferior, cerró los ojos y se agarró la cabeza.

Cuando entró a la cocina Luis había puesto sobre la mesa un mantel de plástico, una pava chiquita y el mate cargado de yerba. El tiempo que Vanesa había tardado le había servido a él para hacer unas tostadas con rebanadas del pan de ayer. Cuatro. En un plato hondo. Sobre la mesa también estaba la manteca, un cuchillo y una tostada untada. Vanesa miró la tostada.

-Para vos- dijo, masticando, Luis. Vanesa iba a decir no pero Luis agarró la tostada y se la alcanzó. Vanesa pudo ver que, arriba de la manteca, había una montaña generosa de azúcar.

-Gracias- dijo Vanesa y la agarró.

-Como la hacían las abuelas- dijo Luis.

-Estoy apurada- dijo Vanesa.

-Tomate un mate y te vas- dijo Luis. Vanesa se sentó en el borde de la silla. Luis sonrió. Cebó un mate espumoso. Vanesa mordió la tostada. Luis le dio el mate. Vanesa lo tomó hasta hacer ruido. Estaba amargo y caliente. Se lo devolvió y se distrajo con una foto que estaba pegada, con un imán, en la puerta de la heladera. La foto era algo borrosa pero, desde donde estaba Vanesa, se podía distinguir a un hombre abrazando a un perro.

-¿Sos vos?- dijo Vanesa señalando la foto. Luis afirmó con la cabeza y terminó el mate.

-Yo y fefu- dijo mientras cebaba otro.

-¿Es tuyo?- dijo Vanesa.

-No. Con un amigo bañamos perros. Fefu es uno de nuestros mejores clientes, ¿vos? ¿tenés perro?- preguntó Luis alcanzándole el mate.

-No- dijo Vanesa y agarró el mate.

-¿No?

-No tengo espacio- dijo Vanesa y tomó el mate. Después se lo pasó a Luis que lo cebó en silencio. Dejaba caer el chorro de agua despacio. Cerca. Bien cerca de la bombilla.

-Estuve pensando- dijo Vanesa. Luis la miró.

-Hace unos meses, estuve pensando, en comprarme uno. Uno chiquito. De compañía.

-De compañía- dijo Luis. Cebó el mate y se lo pasó. Vanesa lo agarro.

-Bañamos muchos perros de esos “de compañía” como decís vos -dijo Luis- a veces tienen cachorritos y los dueños nos los regalan.

-¿Para venderlos?- preguntó Vanesa devolviéndole el mate.

-No -dijo Luis-. Nosotros no los vendemos.

-¿Lo regalan?

-Los damos en adopción.- dijo Luis mientras revolvía la bombilla agrandando el hueco por donde iba a meter el agua.

-¿A cualquiera?

-Somos muy exigentes con las condiciones del lugar donde va a vivir pero, en verdad, lo único que pedimos es amor. Solo pedimos amor.

-¡Me encanta!, ¿te puedo dejar mi teléfono y, si tenés alguno, me llamás?

-Mejor te paso el mío y llamáme vos. Siempre aparece alguno.

-Buenísimo.¿Me das otro mate?- dijo Vanesa apoyándose en el respaldar.

-Aguanta que caliento más agua.