Beatriz Vignoli no sólo es una referente cultural inexcusable en Rosario reconocida por su labor en la crítica literaria y de las artes plásticas, ejercida desde hace años en Rosario/12, con una capacidad difícil de igualar en el descubrimiento de matices, códigos y secretos que pasan inadvertidos para el resto en cada obra que reseña. Ese ejercicio de lucidez, que no excluye el humor, ha hecho que sus columnas ofrezcan -más de una vez- a cada escritor o artista analizado la impensada posibilidad de una nueva relectura de su propia obra.
Vignoli es además y tal vez sobre todo, uno de nombres femeninos más importantes de la literatura argentina del siglo XXI, desde sus poemarios: “Almagro” (2000) Premio Municipal de Poesía,”Viernes” (2001), “Soliloquios” y “Bengala” (2009), ”Lo gris en el canto de las hojas” (2014), ”Arbol solo” y ”Luz azul” (2017) Premio Provincial “José Pedroni”a su obra narrativa como “Reality” (2004), “Nadie sabe adonde va la noche” (2007), “Es imposible pero podría mentirte” (2012) o “DAF” (2014), esta última una novela que ilumina de modo tal vez irrepetible los códigos, esperanzas, entusiasmo y frustraciones de una franja de la juventud de ese período que fue de 1981 a 1999 -a caballo entre el rock y la militancia- en un tiempo detenido en la ciudad de Atopia. Allí, como en sus calles, se cruzan el humor, la poesía, la ironía y el cinismo con una escritura pictórica y a la sombra de una mirada crítica que se enfrenta a los discursos dominantes de la época. El resultado: una entereza moral en la sensación de derrota, como señalara Sebastián Basualdo en “La próxima generación perdida” (Página/12, 20 de julio de 2014), quien destaca a la novela instalada como una especie de mito en el ambiente literario rosarino.
Hasta esta bienvenida edición de Expreso, Beatriz (ella misma reconocida, por qué no, también como un mito en la cultura de la ciudad) había publicado notas y artículos en revistas emblemáticas como Expreso imaginario y Diario de poesía y en diarios como El Litoral, El Ciudadano y, en inglés, en Buenos Aires Herald. Había sido traductora e impulsora en los años 90 de movidas y agrupamientos culturales que, entre cosas, darían origen a revistas como Ciudad gótica.
Expreso aparece incluido en la colección “Poetas argentinos” de Editorial Biblioteca, que reanudara no hace mucho su actividad tras la demorada restitución de la Biblioteca Popular Constancio C. Vigil a sus legítimas autoridades tras ser intervenida y devastada por la dictadura a partir del 24 de marzo de 1976, inicio de un período atroz para esa ejemplar institución barrial que incluyó la detención de sus directivos, el saqueo de sus bienes y la destrucción e incendio de miles de libros generados por su editorial. Beatriz se integra así a una colección que, antes de 1976, ya había publicado a poetas como Hugo Gola, Francisco “Paco” Urondo, Francisco Madariaga y Rodolfo Alonso, siendo la primera mujer en ese valioso catálogo. Esta genealogía no es accesoria, porque Vignoli la tuvo en su horizonte para la escritura de Expreso, donde, junto a la resonancia de otras voces, se percibe el magnetismo incierto de la mitología popular, el enigma nunca resuelto de los sueños, el “idioma de puras consonantes” de la lluvia y el pulso de Vignoli, señala la contratapa del libro.
La primera lectura llevó a quien asumió el compromiso de afrontar reseñar este libro, a rastrear en su memoria nombres que creyó están presentes de algún modo en la poesía de Vignoli, opinión tal vez azarosa pero que cree poder sostener: Alfonsina, Alejandra Pïzarnik, Olga Orozco, Marosa Di Giorgio más una presencia vallejiana en versos como Mi brazo caracol, mi brazo izquierdo,/ mi brazo endivia, molusco, mejillón.
En una entrevista periodística, Beatriz aludió al tiempo de la recuperación refiriéndose a la vez a la de la Vigil pero también a la dura experiencia personal de un accidente traumático, con sus secuelas de rehabilitación, aislamiento, resiliencia y agradecimiento a quienes, desde los médicos a las amigas y amigos, estuvieron cerca suyo en ese trance y a quienes, en cada caso, están dedicados buena parte de los poemas. Son, al igual que los epígrafes, brújulas para futuras lecturas, avisa la contratapa.
En la segunda parte del libro (de explicito título:”Accidente en vía pública”) se reúnen poemas en los que pasa revista a su propio tiempo de recuperación, atravesado por el padecimiento físico pero mucho más por lo que éste reduce: la vital posibilidad de la escritura pero también del abrazo. Poemas en los que conviven sutiles dosis de humor que atenúan la fractura y la prisión del yeso necesario con la inigualable capacidad con la que Vignoli extiende su mirada a otros ámbitos, cotidianos algunos, fruto del sueño otros. La lúcida contratapa del libro vuelve a avisar al lector: En estas páginas se percibe el magnetismo incierto de la mitología popular, el enigma nunca resuelto al que desafían los sueños, la humedad de las orillas, el “idioma de puras consonantes” de la lluvia, el canto anestesiado de una paciente de hospital. Pero también su certeza de que la palabra no puede circular sola sin el movimientoque imponen los cuerpos, la danza, el arte.
La tercera parte (“Agua y sal”) atesora, en poemas más extensos, una notable summa poética de la hondura de “Las Ofelias y las Noras”, dedicada a Mabel Temporelli, mirada cruda pero sin embargo de profunda ternura: Algunas chicas en mi barrio/ en los años cincuenta, sesenta quedaban embarazadas y se suicidaban.(…) Su mano sanadora extiende todos los dedos/ para abarcar la inmensidad de la vergüenza/ de las que se atrevían a maternar en soledad./ “¿Y ninguna abortaba?”/ “Eso todavía no existía”. O de “Luna en Piscis”, entrañable repaso de vivencias, recuerdos y memoria de mujeres, hombres, lugares de esa zona-región inigualable de la ciudad tan cerca del río y de las islas: Soy de aquí en una vida paralela/ o tal vez de aquel pasado en que veníamos/ de lejos con mis hermanos a jugar/ a que la barranca era una selva, y el tiempo,/ puro futuro. Hay tanto sol este verano/ que esto parece otro planeta, pero es la Tierra…
“Nota de la autora” que abre el libro es un umbral inexcusable en el que en el sueño de Beatriz se vinculan inicialmente dos nombres y dos muertes; la de Leopoldo Lugones, suicidado en un hotal del Tigre, y la de Federico García Lorca, fusilado por esbirros franquistas apenas iniciada la Guerra Civil Española. Ya despierta, cuenta: Intuyo que Lugones no merece el mismo homenaje: al despertar recuerdo que instigó en Argentina el mismo tipo de orden político autoritario bajo el que se fusiló a Lorca en España. Así que lo reemplazo por Alfonsina Storni, que se suicidó el 26 de octubre de 1938 y de esa forma me aparto del espiritu de la época, ya que en aquellos tiempos dudo de que la muerte de una poeta mujer se haya considerado una catástrofe literaria mundial…
“Expreso”, que no estuvo incluido en la reciente publicación de su obra poética (“Viernes”, Ediciones Nebliplateada, 2021) ratifica la supremacía del nombre de Beatriz Vignoli en la poesía rosarina, tan diversa y valiosa y la extiende a la producción poética argentina de este siglo. Supremacía que -como señala Ivana Romero en revista ”Ñ”, 12 de diciembre de 2021- ya era visible en sus poemas iniciales: Y es que ahí donde el objetivismo de la época recomendaba borrar al sujeto poético, Vignoli imponía el yo. A la vez, su lirismo contrastaba con la parquedad de una poesía que privilegiaba cierta oralidad llana, carente de ondulaciones. Y así Beatriz, con poco más de treinta años, confirmaba su linaje de chica outsider y punk en medio de una tradición -ejercida en especial por varones- que solo admitía los versos contenidos donde la sensibilidad debía ser mantenida a raya. Vignoli era joven terrorista de las buenas formas intelectuales al admitir que la poesía no es zona de certezas lingüísticas sino tembladeral. Justamente por eso era (es) necesario escribirla, decirla, arrojar la bomba, dejar rastros de pólvora en la hoja inmaculada. Decisiones presentes una vez más en las páginas de Expreso.