Tras dos años de letargo y de manera consecuente con una poética intempestiva, son tres las obras que celebran los 30 años de una de las compañías emblemáticas del teatro de la ciudad. Con días de separación entre sus estrenos, Rosario Imagina ofrece la trilogía Sobre ángeles, demonios y fantasmas, con dramaturgia de Rody Bertol. Hoy es la última función de la primera de ellas: Aquella vez. Mañana será otro día, con dirección de Viviana Trasierra, a las 21 en el Centro de Expresiones Contemporáneas (Paseo de las Artes y el río); los viernes de mayo (a las 21) Teatro de La Manzana (San Juan 1950) dará cobijo a El Fulgor, destello de algún querer, dirigida por Sofía Dibidino.
“Con Aquella Vez, el boca a boca se generó muy rápido, la obra anduvo muy bien; ahora tendremos las últimas funciones en el CEC, pero vamos a poder hacerla durante todo el año. Y ya nomás arrancamos con la segunda parte de este ciclo, en el cual nos hemos propuesto dos cosas: por un lado, celebrar los 30 años de Rosario Imagina, ¡y qué mejor que producir y hacer varias obras!; por otro lado, se trata de un material que fui trabajando durante toda la pandemia. Ponerme a escribir fue lo que me salvó del aislamiento”, comenta Rody Bertol a Rosario/12.
Aquella vez. Mañana será otro día cuenta con las actuaciones de Gustavo Maffei y Mariana Pevi, y en su propuesta articula la situación pandémica con “otras pestes como el femicidio, el suicidio y la discriminación por orientación sexual”. Por su parte, El Fulgor, destello de algún querer –interpretada por Claudio Danterre, Estefanía Salvucci y María Eugenia Ledesma– pone en escena a un director y dos actrices durante un ensayo teatral, en una puesta donde “los deseos, los sueños y la ficción se entretejen, se funden y confunden en los vínculos de estos tres personajes”. “Siempre digo que no hay nada mejor de lo que podemos hablar que de lo que hemos vivido. A veces la obra que planteo tiene una referencialidad más o menos directa, a veces no. El teatro, el arte, es una fábula sobre el tiempo por venir y una larga confesión sobre el pasado. Estamos siempre en eso, retomando cuestiones del pasado; por más que no sea la anécdota directa que uno vivió, ese pasado se mira apasionadamente en el futuro. Hice estas tres obras a partir de todo lo que fue el aislamiento y la pandemia, y sin lugar a dudas reflejan todo un momento. Al verlas, uno se da cuenta de por qué el ciclo se llama Sobre ángeles, demonios y fantasmas”, prosigue el dramaturgo.
-¿Las obras fueron concebidas como una trilogía, o hubo un vínculo imprevisto?
-Se fue dando. Apenas arrancó el aislamiento, estaba leyendo Los muertos de Joyce y me dije “¿cuántas veces quise hacer una versión libre de esta historia?”. Éste era el momento. Así empezaron a aparecer escenas y se fue armando una obra nueva. En el interin, a los dos meses del aislamiento, estuve muy preocupado por mi estudio, estaba cerrado y no sabía en qué condiciones estaba. Si bien no se podía circular, un día fui, me senté en mi silloncito de director y me dormí. Yo no me duermo en cualquier parte, pero dormí durante un buen rato. Cuando desperté, sentí que había soñado con Las tres hermanas de Chéjov, una obra que se pregunta sobre la felicidad. Me dije: “Acá tengo otra obra, que es El fulgor. Luego sucedió el fallecimiento de mi mamá, por covid. Así surgieron las obras, todas signadas por una reflexión, casi como si fueran las tres heridas de Hernández, sobre la vida, el amor y la muerte.
-Es distintivo que las tres estén dirigidas por mujeres.
-Yo he sido formado por gente del teatro setentista. Antes, en las organizaciones, cuando había que renovar se hablaba de trasvasamiento generacional, y yo quiero un trasvasameinto generacional en Rosario Imagina, porque salvo Heroínas, que dirigió Juan Nemirovsky, todas las obras las dirigí yo. Quise concentrarme un poco más en lo que es la escritura escénica. Sofía Dibidino, Natalia Trejo y Viviana Trasierra son muy talentosas. Es importante devolver lo que a mí me dieron en algún momento. Cuando tenía 22 años, Néstor Zapata, director de Arteón, me puso al frente de un taller; así como gracias a Chiqui González, en Discepolín, pude dirigir una obra a los 25 años. Al ver los materiales nuevos, me di cuenta de que yo no lo hubiera hecho así, y está muy bien que eso suceda. A mí no me gusta decirlo, porque parece una frase muy hecha, pero es así: uno está haciendo siempre la misma obra. Por lo tanto, esto me permite salir un poco de la repetición, correrme, compartir y dialogar con otra generación. Yo tengo una edad, y estoy mirando la vida desde allí, así que es muy enriquecedor que otra persona, con ese material y estos textos, construya otro mundo, otra visión.
-Pienso también en dejar un legado, porque tu mirada sigue presente, ahora en las miradas de otras y otros.
-Tuve una satisfacción inmensa cuando se estrenó Aquella Vez, con una actuación realmente notable de Gustavo Maffei; se notaba que es una obra de Rosario Imagina, había una huella, pero al mismo tiempo era una obra distinta. Si bien nunca he jugado a ser maestro, las influencias están. Así como sucedió con los maestros que he tenido y que me han enseñado muchísimo por fuera de las clases, compartiendo un ensayo, llevándome a ver una obra para charlarla. He tenido esa suerte. Acá yo trabajé con Zapata, con Chiqui, con Jorge Ricci de Santa Fe; en Buenos Aires estudié con (Tato) Pavlovsky, con (Norman) Briski, con quien más tiempo y relación tuve fue con (Alberto) Ure. ¡Todos esos maestros! Algo me tiene que haber quedado (risas). Tuve la suerte de encontrarme con gente excepcional. Tengo 63 años, y desde los 17 nunca dejé de hacer teatro. El teatro se fue transformando en una familia sustituta, y por eso digo que los quiero tanto y los odio tanto, como sucede en toda familia (risas).