Con los testimonios de Ana Soledad Rodríguez Futulis y de Marta Ríos de Patiño continuó esta mañana el juicio por los crímenes de lesa humanidad que sucedieron en los pozos de Banfield y Quilmes y en El Infierno, centros clandestinos que funcionaron en el sur del Conurbano bonaerense como parte del Circuito Camps. Ana tenía tres meses cuando sus padres fueron secuestrados en Merlo, en 1976, y llevados primero a la Brigada de San Justo y luego al Pozo de Banfield. Marta se quedó a cargo de sus dos primeros hijos cuando escuchó por última vez la voz de su esposo, al otro lado del teléfono. Supo, varios años después, que lo habían mantenido encerrado unos meses en el Pozo de Quilmes.

“La dictadura rompió absolutamente todo. Lazos familiares, la gente, vidas enteras. Mi propia vida", dijo Ana promediando el final de su exposición, que fue corta pero intensa. Contó que el 6 de junio de 1976, “policías, según tengo entendido”, fueron a buscar a sus padres a la casa donde vivían sus padres, Laura Inés Futulis y Miguel Eduardo Rodríguez, “militantes de base de Montoneros”, y ella. Esa noche también estaba su bisabuela en el lugar “ya que al día siguiente me tenían que llevar al médico”.

La patota había ido primero a la casa de su abuelo paterno, a quien “le hicieron el juego del policía bueno y el policía malo y como era un señor conocido en el barrio les terminó diciendo dónde estaban mis padres”, reconstruyó. Durante el operativo, a su bisabuela y a ella las encerraron en el baño bajo la advertencia de que no salieran “porque estos están todos locos”, apuntó Ana. “Rompieron toda la casa, se robaron un dinero que mi papá había cobrado por un trabajo de albañil, y desaparecieron a mis padres”, resumió.

Ana sabe que el matrimonio estuvo en la Brigada de San Justo primero y luego en el Pozo de Banfield, destino que supo por la sobreviviente Liliana Zambano. Ella quedó “custodiada por dos psicópatas”, definió: su abuela materna y su esposo, Osvaldo Bernato, de quien sospecha que “tuvo parte en lo que fue el proceso de la represión, de la dictadura”. Sobre Bernato, indicó que la contactó en varias oportunidades tiempo después de que ella cortara todo contacto con su abuela. La Fiscalía solicitó al Tribunal la extracción del testimonio para investigar la denuncia de Ana.

“Tuve una infancia muy difícil”, añadió la joven, antes de remarcar que siente “orgullo” de la militancia de sus padres, “dos criaturas –Laura tenía 22 años y Miguel, 27–” y que “el daño de la dictadura se van a trasladar por generaciones y generaciones”. Por eso, exigió para los represores acusados “lo mínimo que se merecen: cárcel perpetua, común y efectiva” y reclamó que también se los responsabilice por los casos de hijos de desaparecidos que se suicidaron, que “no se pudieron recuperar” de esas ausencias. “Nadie se merece vivir una vida tortuosa por culpa de peones asesinos del poder económico. Y esperemos que nunca más se vuelva a repetir”.

“Nunca más supe de él”

“Mi historia empieza en 1976”, abrió Marta Ríos de Patiño su exposición, en la que narró lo que supo del destino de su esposo, Alfredo Patiño, a quien sus compañeros de militancia lo conocían como “el Flaco Tito”. “Mi marido trabajaba en la Fiat, era delegado, y participaba de una unidad básica de Valentín Alsina con muchos otros compañeros de la fábrica”, comenzó Marta que, deslizará a lo largo de todo su testimonio, no sipatizaba con la militancia.

Por amenazas de la comisión interna de la Fíat, dijo Marta, Alfredo tuvo que renunciar a principios de 1976. recién conseguiría otro trabajo meses después. Se sumó a Molinos Río de la Plata. Las cosas se fueron complicando: el 24 de octubre de ese año, la familia debió abandonar la casa en la que vivían en el barrio San José, en Almirante Brown, al sur del Conurbano e hicieron bien. Al día siguiente, un allanamiento “que tomó toda la manzana, con 60 tipos del (Batallón) 601 entraron a casa y se llevaron todo”, apuntó Marta, que se instaló con sus hijos en la casa de su padre.

Alfredo no volvió más a convivir con su esposa y sus hijos –un varón de 4 años y una nena más chica–. Se veían cada tanto, con muchos cuidados. El 11 de agosto de 1977, Marta recibió un llamado telefónico de él en el que preguntaba “si podía ir a ver a mi abuelo, que estaba internado en el hospital de Lanús. Pero me cortó extrañamente, apurado. Se ve que en ese preciso momento lo levantaron porque nunca más supe de él”, narró la mujer. Entonces, el “Flaco Tito” tenía 31 años. 

Años después, Rubén Schell, sobreviviente del Pozo de Quilmes, aseguró haber estado detenido con Alfredo entre agosto y octubre del 77. "Quedamos todos mal, principalmente mi hijo, que tenía 4 años cuando sufrió la ausencia de su padre. Es un hombre de 47 años y no tiene consuelo", concluyó Marta.