Se cierra este fin de semana otra edición del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente, el ya tradicional Bafici, que este año llegó a su edición número 23. Final también para su Competencia Argentina, que volvió a ofrecer un ajustado panorama, compuesto por buena parte de lo más destacado que la cinematografía local ofrecerá en 2022. Durante los días finales terminaron de presentarse los últimos tres de los 14 largometrajes programados en la sección (de la que también fueron parte 15 cortos), incluyendo los documentales El futuro, lo nuevo de Ulises Rosell, y Viaje a la semilla, de Magdalena Bournot, y el relato de ficción Amancay , dirigido por Máximo Ciambella.
Este último cuenta la historia de dos amigos, una chica y un chico, que, rondando los 30 años, todavía le apuestan a su proyecto de ser actores. Aunque esa aspiración ocupa una parte importante de sus vidas, no es sobre ella que la película centra su atención, sino en los vínculos que mantienen. No solo el que entablan entre ellos, estrecho e incondicional, sino los que establecen por separado con otras amigas y amigos. Ese interés por las relaciones humanas se confirma en las charlas que mantienen unos con otros, que invariablemente giran en torno a distintas historias de amor, casi siempre fallidas, y a la ilusión que todos manifiestan de encontrar un compañero o una compañera de vida.
Pero Ciambella va incluso un paso más allá, mostrando un interés especial por los vínculos materno/paterno-filiales que ambos protagonistas conservan con seres queridos que ya no están. Lejos de caer en la tentación de lo miserable, que podría haber primado a la hora de abordar estos asuntos, Amancay da cuenta de la persistencia del amor y de su capacidad de trascender los límites que impone el mundo de lo físico. Con una mirada amorosa, la película parece afirmar que los duelos nunca terminan, sino que permanecen como heridas abiertas con las que eventualmente se aprende a convivir. Y que no hay mucha distancia entre amar y duelar, apenas máscaras de un mismo sentimiento.
Con momentos de una ternura conmovedora, capaces de poner al dolor en escena sin convertirlo en una exhibición morbosa, Amancay puede ser vista también como una comedia romántica en la que su director decide apagar la cámara antes de que esta alcance su clímax. De esta forma, Ciambella hace que los espectadores se vayan a su casa deseando que, en algún momento, los protagonistas al fin consigan descifrar los mensajes (no tan) secretos que sus miradas transmiten cuando se cruzan.
En Viaje a la semilla, ópera prima de Bournot, la relación de un padre con su hija también ocupa el centro del relato. En calidad de esto último, la directora acompaña a su padre camionero en un viaje en el que debe transportar una carga de semillas de girasol durante la navidad. Se trata, por supuesto, de una road movie que arranca en el taxi que lleva a Bournot (h) hacia uno de los aeropuertos de París, donde se desempeña como docente universitaria, para subirse al avión que la traerá Argentina para visitar a su familia durante las fiestas de fin de año. En esa escena, la voz en off de la directora le cuenta a su padre en un mensaje de audio que está ansiosa por llegar, por reencontrarse con todos. Un registro emotivo que, sin embargo, se mantendrá aletargado durante buena parte de la película.
Dentro del espacio cerrado de la cabina del camión y con el inabarcable paisaje rural de la llanura como fondo animado de casi todas las escenas, padre e hija se dedican a dialogar. Al principio las charlas son triviales. En ellas la directora empieza a descubrir de qué se trata ese oficio que le impidió pasar con su papá la mayoría de las Navidades. Así, de a poco, una nueva forma de intimidad va surgiendo entre ellos y algunas puertitas del pasado comienzan a abrirse, permitiendo que aparezcan asuntos más sensibles, sobre los que durante mucho tiempo se impuso el silencio. Pero siempre de forma temperada, sin dramatizar y sin convertirlas en tragedia. Viaje a la semilla cierra el círculo de su travesía asomándose a la ventana del avión que lleva a la directora de regreso a Francia, mientras la voz en off de su padre, de nuevo sobre el camión, le cuenta que esta vez ya no está solo, sino junto al recuerdo de su compañía.
Como era de esperarse, la pandemia no tardó mucho en convertirse en el tema de algunas películas. Dos de las que se presentaron en esta Competencia Argentina hicieron girar sus relatos en torno a ella. La primera fue la comedia La edad media, dirigida por Alejo Moguillansky y Luciana Acuña, a la que ahora se suma El futuro, nuevo documental de Ulises Rosell. Ahí, el director retrata las diversas formas en que esta se vivió en diferentes partes del país. Y para ello crea un mosaico en el que aparece representado todo el abanico social, yendo del Conurbano a Ushuaia y de un grupo de cartoneros que vive bajo un puente, frente a Costa Salguero, a una comunidad wichi que habita el monte chaqueño.
No son pocas las escenas que parecen pertenecer a una película de fantasmas. Desde el comienzo, en el que se ve una Buenos Aires desierta, esfumada por la niebla de la madrugada, hasta la imagen de un cementerio cubierto de nieve en la ciudad del fin del mundo. Con su sensibilidad habitual, Rosell registra todo con precisión, dándole a cada secuencia la misma importancia. No importa si se trata de un grupo de enfermeros que comentan con humor negro algunas de las situaciones a las que su oficio los ha expuesto; o del éxtasis que alcanza uno de los cartoneros mientras ve un concierto de Pink Floyd sentado junto al cordón de la vereda, mientras detrás de él los otros descargan sus carros, en una de esas tardes de invierno en las que un virus tenía al mundo en estado de sitio.