La científica argentina Micaela Camino fue distinguida con el Premio Whitley, mejor conocido como el “Oscar verde”. Se trata de uno de los reconocimientos más importantes relacionados a la conservación y año a año son galardonados referentes que realizan aportes en el rubro desde África, Asia y Latinoamérica. La investigadora del Conicet fue galardonada por “empoderar a comunidades en el Chaco Seco para defender sus derechos” y promover la protección del chancho quimilero, una especie de mamífero que podría desaparecer en solo tres décadas.

“Le dicen Oscar verde porque se trata de un reconocimiento con una ceremonia importante, hasta la princesa (Ana, de Reino Unido) participa. Para nosotros, que trabajamos en conservación, es muy destacable. Todas las instituciones que lo apoyan contribuyen a aumentar su prestigio. Estoy muy contenta, el trabajo es colectivo con la comunidad chaqueña”, señala Camino, Investigadora del Conicet en el Centro de Ecología Aplicada del Litoral. Luego continúa con la descripción de la importancia de su trabajo en un escenario amenazado por la deforestación. “Si no frenamos ya la tala indiscriminada de árboles, la especie estará extinta en menos de 30 años. Eso sin considerar las cacerías, las pestes, el cambio climático y otras amenazas que podría sufrir”. Al proteger al animal, la referente de la Red Agroforestal Chaco Argentina busca conservar al bosque y los derechos de los pueblos originarios y de las comunidades criollas que allí habitan.

El otro latinoamericano que obtuvo el galardón fue Pablo Hoffmann, científico brasileño que fue distinguido por salvaguardar el bosque de araucarias en el sur de Brasil. Se trata de un árbol muy antiguo; de hecho, de manera reciente se hallaron fósiles en Argentina que datan de 160 millones de años. En esta línea, al igual que Camino, su trabajo consiste en proteger este ecosistema, a través de la recolección de semillas, la reproducción en un vivero y su reintroducción en el medio natural, frente al avance de agronegocio, la crianza de ganado y la explotación maderera. Las 40 mil libras que cada investigador obtiene deben ser destinadas a robustecer los esfuerzos en la protección de la biodiversidad y de las especies en extinción.

Una especie única

Luego de la Amazonia, el Gran Chaco es la ecorregión más grande de Sudamérica y cubre más de un millón de km2. La parte seca abarca Argentina, Bolivia, Paraguay y Brasil, y aloja al bosque seco subtropical más grande del planeta. Por las condiciones de sequía que presenta, las especies que sobreviven se destacan por su capacidad de tolerar la falta de agua durante extensos períodos. Entre ellas, se encuentra el pecarí o chancho quimilero, que debe su bautismo porque se alimenta de quimil, un cactus típico de la región.

“Tenemos una riqueza espectacular de especies que son únicas para nuestro territorio. El chancho quimilero representa un camino evolutivo único y es reservorio de proteínas para comunidades vulnerables. De hecho, no existe en ningún otro lugar que no sea los bosques secos del Chaco”, indica Camino. Algunas veces es cazado y, al tener mucha carne, ofrece contenido proteico a las comunidades de la zona. Según las estimaciones que aporta la científica, en tan solo tres décadas, podría dejar de existir. Se halla amenazado porque la deforestación, piedra angular de la expansión de la frontera agrícola, está muy avanzada en dicho territorio.

Al defender al chancho quimilero, por tiro de elevación, Camino busca preservar al bosque, que constituye su hábitat natural. El equipo que lidera la investigadora argentina procura aportar evidencia científica sobre cómo las actividades humanas afectan la calidad y el entorno del animal. Pero su lucha no solo se limita al bosque y al pecarí, sino que va mucho más allá.

Los verdaderos guardianes

“Ante la deforestación, las personas que habitan el Chaco Seco se ven obligadas a dejar sus casas. Hay violaciones a los derechos humanos”, destaca. Además de los chanchos quimileros, defiende activamente los derechos de los pueblos originarios y las comunidades criollas que habitan el lugar. Como las comunidades indígenas wichí no poseen los títulos de las tierras, suelen ser desplazadas por empresas y demás grupos privados que aprovechan los vacíos legales, se hacen con la propiedad del lugar y arrasan con el bosque.

Enseguida lotean los terrenos, llevan sus máquinas y “despedazan todo el ecosistema para sembrar soja y exportarla”, cuenta. Estas acciones se reiteran, por lo que Camino y su equipo trabajan con el objetivo de empoderar a las culturas locales para que conozcan sus derechos. Con abogados y organizaciones no gubernamentales, realizan talleres con el propósito de socializar qué normativas de la legislación nacional pueden servir para proteger a los bosques y la tenencia de las tierras. “Aunque hay muchas leyes de derecho a la tierra o conservación de los bosques, la realidad es que no se aplican”, comenta. Con esto, Camino se refiere, por ejemplo, a la Ley 26.331 que protege a los bosques y los clasifica por su nivel de conservación, establece límites al desmonte y tiene en cuenta los intereses de las comunidades indígenas.

“Las áreas protegidas son insuficientes para conservar esta especie. La mayor parte de la cobertura boscosa en Chaco está en territorio indígena y familias criollas, que tienen una sabiduría ecológica maravillosa, que saben muchísimo. Trabajamos juntos más allá del chancho, en el monitoreo de fauna en general”, relata Camino. El enfoque de la investigadora es claro: el conocimiento se construye a partir de trabajo colaborativo. Y, con esta perspectiva, desafía el cientificismo que muchas veces caracteriza a la academia. “Desde la ciencia se suele despreciar el saber tradicional de los indígenas, pero hay que entender que es muy valioso y además muy útil ante la crisis ambiental y global que enfrentamos. Es desde abajo que se pueden encontrar soluciones para un conflicto de escala planetaria”.

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