En la cumbre de la Eurolat, entre tantas definiciones que llamaron más atención que ésa, Cristina Kirchner habló de un fenómeno actual y global que valdría la pena descifrar: la insatisfacción democrática. En todo el mundo pospandémico, ahora con el nuevo orden mundial asomando dramáticamente en una guerra que es prorrogada por la OTAN de un modo obvio y agraviante a la humanidad, sería más preciso decir “en este lado del mundo”, avanzan las extremas derechas totalitarias.
Habría que adherir siempre a la extrema derecha lo de “totalitaria”, porque se postula como brutalmente vimos en el presunto “tractorazo” que incluyó chatarra en desuso, como quien guarda el traje a medida en el armario para ponerse el andrajo y pasar el casting de “necesitado”. Es totalitaria por cuanto se postula como un todo (“La Argentina somos nosotros”), cuando no son más que un sector punta de lanza que estigmatiza de un modo feroz al resto y proclama el ahorcamiento, simbólico y físico, de quien pueda o quiera oponérsele.
Como se pudo ver en las recientes elecciones francesas, un margen estrecho separa competitivamente a fuerzas sobrevivientes de la modernidad y el esquema sólido de pensamiento --Mélenchon--, de la derecha y la extrema derecha. De mantener fuera de competencia a esas fuerzas se ocupan los medios concentrados, socios de la riqueza concentrada, echando mugre diariamente sobre todo lo políticamente robusto, y mintiendo descaradamente para mantener a flote sus propios intereses de socios del capital financiero.
Allí, Marine Le Pen se hizo de los votos preferenciales de la franja más joven de la población, los que carecen de memoria histórica, no se vinculan con la política sino a través de la alta rotación de mensajes y viven en carne propia la falta de horizontes económicos e ideológicos que les impiden advertir que su sangre, su sudor y sus lágrimas serán chupados por una maquinaria que no tiene nada que ofrecerles más que máscaras de disrupción y puro statu quo. No está en su espíritu ni en su esencia la implementación de políticas que los favorezcan sino todo lo contrario.
Aquí el que avanza en esa franja es Milei, cuyo patetismo y cinismo no vale la pena ser descripto porque está a la vista y sin embargo es vendido diariamente en las pantallas como un producto excéntrico que puede ser consumido más que como una esperanza, como un toque de color en un mundo lleno de grises y demasiado bla bla.
Esto no sería posible si no se aprovechara, como señal de largada, la insatisfacción democrática. Es que llamamos “democracia” a lo que no lo es. Es que normalizamos como “democracia” un toma y daca entre gobiernos anémicos de pueblo y el poder real. Es que nada de lo que se vive en la vida cotidiana de millones de personas las alienta a creer que otro mundo es posible, que las mayorías que esperan un derrame se queden contracturadas de tanto mirar para arriba y ver que jamás cae una sola gota de la riqueza que sigue yendo a parar a los pocos de siempre. Es que no aparece la amalgama que dé deseo, que dé ánimo, que dé épica al David que debe enfrentar al Goliat que ya es demasiado fuerte, demasiado aplastante, demasiado vil como aceptar ni diálogo ni consenso ni una renuncia a una miga de todo lo que tiene.
Es ese marco, nada es peor que creer que se ha ganado cuando pasa el tiempo y nada de lo que pasa coincide con ninguna victoria sino todo lo contrario. La guerra ahora se suma a la pospandemia y es verdad que revertir la desesperación y el descreimiento en la política es una tarea monumental. Porque también se le llama “política” a lo que no lo es. Tenemos una oposición que nunca ha hecho política en los términos reales: sólo porque lo reveló un Sir bitánico que fue canciller de su país, ha tomado estado público que perdimos soberanía y entregamos recursos nacionales porque un borracho estaba al frente de una negociación regada de merlot.
No es política el espionaje: es espionaje. No es política la persecución a opositores: es delito. No es política comprar jueces y fiscales y hasta una Corte Suprema para envenenar a la opinión pública con mentiras y sacarse de encima a quien pueda interponerse en el camino de vender todo, apropiarse de todo, desheredar a todos: es una abyección más que es propalada por decenas de operadores que fingen ser periodistas.
La insatisfacción democrática es un fenómeno que ha sido diseñado, construido y estimulado por el 2% para joder al 98%. Nada mejor que un baño de inmersión en el desencanto y la insatisfacción de multitudes para abrirle el camino a la extrema derecha, que tiene los ojos inflamados en sangre y la angurria hecha baba en la boca.
No somos Francia ni Estados Unidos. Somos América Latina, el continente experto en resistencias que no anclan en redes sociales ni en la tendencia a la cancelación que hoy se despliega monstruosamente contra la cultura rusa sin el espanto de tantos bienpensantes europeos. Nuestras luchas anclan en los muertos. Nuestras luchas son postas entre generaciones. Aquí la cancelación llegó hace medio siglo, cuando se proscribió al peronismo.
Y solamente un peronismo revitaminizado y
alimentado de su fuente histórica de opción por el humilde y por la justicia
social será la chance para evitar ser carcomidos por estas ilusiones de neón
que parecen divertidas hasta que se vuelven tragedia y estafa a escala
inconcebible.