Esto sería lo más razonable: todos deberían odiar a Evan Dando. Es decir, es el tipo que apareció besando a Courtney Love –como amigos, dicen ellos– apenas después de la muerte de Kurt, y que además heredó uno los clásicos sweaters del héroe del grunge, y lo usó el resto de la década del 90 como talismán.
Es el tipo pasado de cool que se enamoró y se quedó con la novia (que era Kate Moss) de su mejor amigo (que era Johnny Depp). El tipo que dejó su banda un rato para irse de gira –pero solamente de joda–, con Oasis y que en todas las fotos hace ver a los hermanos Gallagher como dos duendes sin gracia. Es el tipo que sin alcanzar la fama de Nirvana se metió los años 90 al bolsillo, y también es un pesado que no para de tocar pero que no ha lanzado una sola canción nueva en más de una década. No sería difícil odiar al chico lindo que no tiene que hacer nada para que todo le salga bien, sin embargo, parece que el acuerdo es transversal: todos aman a Evan Dando.
Hijo de una supermodelo y de un surfista, casi dos metros de altura, nombrado una de las 50 personas más bellas del mundo por la prensa de la época, hace pocas semanas Dando reapareció en la revista Mojo irreconocible. A página completa, exhibiendo orgulloso en su cuerpo los embates de la última recuperación de una histórica adicción a la heroina –de la que habla siempre sin ningún problema y con toda honestidad– aunque dice, esta vez, a sus 55 años, es una recuperación definitiva.
Quizás, es difícil odiar a Evan Dando porque, primero, es muy, muy gracioso. Y, segundo, cristaliza una idea muy específica. Es uno de los últimos sobreviviente del grunge y de ese raro sueño de los años 90: el de la autenticidad como ética de vida. Esa palabra –autenticidad–, hoy ya no significa nada, seguro, hace tiempo se autofagocitó en un gesto fútil. Pero en el momento fundacional de la banda de Evan Dando, The Lemonheads, insigne de la época, donde lo que llamaban “rock alternativo” estaba naciendo y venía a reclamar que las cosas se podían de hacer de otra manera, que grandes canciones se podían cantar en jeans rotos y con lo que se tuviera a mano, la honestidad como consigna filosófica era un bien muy preciado.
Ahora, Evan Dando –que igualmente nunca dejó de tocar y de girar– está de vuelta en la palestra por el aniversario de It’s a Shame About Ray, el quinto de su banda, el que lo llevó al reconocimiento masivo y mundial, y el que parece ser el favorito de todos. El disco cumple 30 años, y con él llega una edición de lujo via Fire Records. Llámese lujo a lo de siempre: extras, demos, lados b, versiones nunca editadas, fotos nunca vistas, edición en vinilo. Pero además, una gira ambiciosa por Estados Unidos y Europa que él, promete, podría extenderse a Latinoamérica, especialmente a los lugares más cerca de su corazón, Brasil y Argentina, donde está su público cautivo. “Bueno, y este es el tour aniversario 30 de It’s a Shame About Ray. Odio decirlo, pero no quiero ser tan chanta con vos: acá nos gustan los aniversarios y entonces esta debe ser la cuarta vez que lo hago, o sea, festejamos los 5 años, 10 años, 15 años, 25 años del disco. Es un trabajo, no me quejo, a mi me encanta tocar las canciones y de todas formas las tocamos siempre. También es cierto: este es un número grande”, se ríe Evan Dando, al teléfono desde Los Angeles, a punto de arrancar la gira aniversario, que comienza por California, y hablando atropelladamente, verborrágico como un niño en la mañana de navidad. “Mirá, es un poquito triste si me preguntás, pero como sea, ¡lo tomo! Es una gran cosa porque la razón de esta gira, por supuesto, es que parece que a la gente le gustara cada vez más este disco con el paso del tiempo, eso es muy raro y es genial. Me sorprende ver gente tan joven en los conciertos, los chicos nos descubren en YouTube y se copan, supongo que son como yo, cuando en los 80 flasheaba con música de los 60 que a mis amigos no le gustaba. Y bueno, el artículo del New Yorker ¿lo viste?, salió el otro día, decía que el disco era lo mejor del mundo o algo así, wow. Mirá, yo se que eso es insignificante pero imaginarás que se siente muy bien”.
LAS COSAS DE TODOS LOS DÍAS
Es verdad, por estos días parece haber en Estados Unidos una atención renovada, un poco febril y un poco insólita por los Lemonheads. En ese artículo de The New Yorker al que se refiere Dando, publicado hace unos días, celebran el aniversario de It’s a Shame About Ray nombrándolo directamente como “un disco perfecto”: “Ciertamente, hay discos más sofisticados, más temerarios o más expertos, pero hay pocos tan exquisitamente libres”, dice la nota de Amanda Petrusich. “Las canciones de Dando están saturadas de una especie de anhelo sin dirección, una sensación inquietante e ineludible de que hay algo más ahí fuera para él. A menudo, sus protagonistas caminan a la espera de que ocurra algo interesante. Para la mayoría de los escritores, es extraordinariamente difícil captar esa especie de melancolía nebulosa pero manejable. Las canciones de Dando son cortas (muchas duran menos de dos minutos), con estribillos y ganchos tan fáciles, tan impregnados de despreocupación, que da la sensación de que deben haber llegado completamente formados y sin lucha”.
Hay algo de ese sentimiento, por supuesto un falso sentimiento, que sobrevuela toda la historia de los Lemonheads. Uno que sugiere que a Evan Dando nada nunca le cuesta nada, que nació hecho. Porque mientras el grunge desgarraba la década con su grito primal desesperado, las canciones de los Lemonheads estaban cubiertas de una melancolía benevolente y cremosa, como la luz de un atardecer. Los 90 también eran eso, claro, recambio y expectativa. Y Dando, que estaba enamorado de la música de los 60’ y 70’, del formato canción, del country y del soul, más que del punk, construyó su reino cancionero en esa fisura. Sus estribillos son unos one liners perfectos que permanecen en la memoria, su voz es profunda y desgarbada, muy reconocible, y sus tópicos son tan mundanos que para él es posible construir una épica hermosa en una visita al supermercado.
La banda, oriunda de Boston, en la misma escena que los Pixies, se hizo en un momento de particular efusividad creativa. “De hecho, había tantas bandas que una vez alguien me dijo que The Lemonheads era su séptima banda favorita de Boston y me sentí muy bien”, dice Dando, que en definitiva es el fundador, pero también el único miembro activo del grupo. El devenir del mismo fue, de hecho, bastante extraño: pasó de ser una banda de hardcore-punk universitaria a una banda de pop melancólico y confesional, que al principio, estuvo formada también por Ben Deily y Jesse Peretz (hoy mucho más famoso por dirigir comedias como Girls, la serie de Lena Dunham, o Juliete, Naked, la película basada en en el libro de Nick Hornby). Pero por esa banda –muy famosa por sus recambios eternos– pasó todo un collage imponente de lumbreras de la época, como la magnífica Juliana Hatfield, o Bill Stevenson de los Descendents o Murph de Dinosaur Jr . “Y hemos tenido aproximadamente 16 bateristas”, se ríe Dando.
“Lo mas importante que hizo la pandemia en mi vida fue nunca dar por sentado de nuevo la música, así que desde ahora todos los shows son especiales para mí. Que me quitaran la música de esa manera tan brutal por dos años me hizo bien de alguna forma porque me di cuenta cuánto la extrañaba y ahora más que nunca estoy muy emocionado y con ganas de hacerlo y de hacerlo bien”, cuenta Dando. No es que él esté dando explicaciones por nada, no parece ser esa clase de persona. Pero en general, a lo largo de los cientos de entrevistas que le hacen para desentrañarlo como personaje de época –es uno muy interesante– los periodistas se preguntan si acaso es por su melancolía, por su adicción a las drogas o simplemente por holgazanería esa actitud suya ante la vida. Por qué, siendo exitoso, no saca discos, por qué vive en lugares hostiles, por qué viene a Buenos Aires y toca resfriado, por qué siempre está resfriado. Estuvo dos veces en clínicas de rehabilitación por drogas (una de ellas, presume, la misma en la que estuvo Edie Sedgwick y que le inspiró al canción “Hospital”), pero hace años que le asegura a la prensa que él lanzará un disco nuevo solamente cuando esté listo para lanzar un disco nuevo. Y así es exactamente como ha sido.
Al album del cumpleaños 30, estrenado en 1992, cuya segunda edición incluye la versión power pop de “Mrs. Robinson”, cover de Simon & Garfunkel devenido en el rotundo hit de la banda –que él odia– también le siguieron dos discos bien populares: Come on Feel the Lemonheads (1993) y el un poco más lúgubre Car Button Cloth (1996). Por los tres discos sobrevuela a la vez tristeza y hedonismo, y son de un gusto intacto, tan intacto que hacen suponer que este chico no hace más solo porque realmente, efectivamente: no quiere.
En esa trilogía se pueden encontrar canciones hermosas como aquella entelequia –como un cuento de hadas drogota– que es “My Drug Buddy”, una canción de amor y amistad, sobre la chica con la que el autor se junta para consumir heroína y donde Dando se lamenta: “Estoy demasiado conmigo mismo/ me gustaría ser alguien más”. También está “The Outdoor Type”, donde un chico tiene miedo de decirle a una chica que no le gustar el turismo aventura: “No puedo ir a escalar contigo el fin de semana/ ¿Qué pasa si dan un programa en el cable que nunca más vuelven a repetir?. Algunas canciones arrebatadas como “Style” donde Dando asegura: “No quiero estar drogado/ pero tampoco quiero no estar drogado” y otras mucho más divertidas como “Big Gay Heart”: “Porfa, no rompas mi gran corazón gay”. “Mirá, yo renuncié a preocuparme por la expectativa hace muchísimo tiempo, como verás, hago lo que siento, creo que eso ha quedado claro. El espíritu de lo que yo hago tiene que ver con disfrutar de la casualidad, encontrar algo en la calle que sirva para un disco, esa es mi personalidad, encontrar algo especial en las cosas de todos los días, que están bien como son, que están bien como están. Hay algo de eso en mi filosofía de vida, no se bien cómo explicarlo, yo creo que por lo que preguntás, vos lo entendés. La gran melancolía que puedo encontrar en lo cotidiano, las coincidencias en lo cotidiano, sorprenderme en lo cotidiano, eso me gusta”, dice Dando, que de hecho literalmente encontró la tapa del disco Car Button Cloth –un dibujo infantil– tirado en la basura, aunque a la discográfica no le gustó mucho la decisión y lo obligó a inventar que ese era un dibujo suyo de la niñez.
CHARLY MY BOY
Lo llamativo es que a pesar de esa melancolía seminal que recubre todo el personaje, Evan Dando es también el tipo más carismático y amistoso de los años 90: estuvo en todos lados y conoció a todos. Se hizo amigo íntimo de Keith Richards, en sus videos aparecen Angelina Jolie, Chloë Sevigny y Johnny Depp, y salió posando en vestido, abrazado con Bjork en la portada de NME. Los Television Personalities –benditos sean– le dedicaron la canción “Evan no me llama más”, después de conocerlo en Berlín y zapar con él unas canciones de Jonathan Richman, y además aparece en Glamourama, la novela de Bret Easton Ellis, y por supuesto en la película Reality Bites, la gran fábula de los 90. Y, como todos deberían odiarlo, de hecho, algunos lo hicieron y hasta circuló un fanzine llamado: Muere, Evan Dando, muere. Acá en Argentina estuvo dos veces. La gente de la época tendrá que explicar cómo fueron realmente esos conciertos (los recortes de prensa son un poco ambivalentes, dicen algo así como: “Evan estaba desganado y resfriado, igual lo amamos”), pero el mito indica que se quedó una semana entera después del concierto solamente para disfrutar de la fiesta con Charly García. “Yo soy buen amigo de Keith Richards que me presentó a Ratones Paranoicos y a través de ellos conocí a Charly. Así que amo Argentina, por favor, Charly García, my boy, adoro a ese tipo. Por su culpa me quedé una semana más en Buenos Aires. Él es lo más grande de Argentina, supongo, porque entrábamos a un bar y todo el mundo se ponía a llorar, por supuesto que nadie sabia quién era yo, era genial”, exclama Dando, feliz, sobresaltado ni bien escucha el nombre de Charly y asegurando que su larga estadía en el país no es ningun mito. “¿Está vivo cierto? ¿Le podés enviar mi amor? Anduvimos de fiesta en fiesta, entrábamos a cualquier bar y empezábamos a zapar juntos y después volvíamos a su casa y tocábamos música. ¡Esa casa! un departamento viejo que cuando entrabas era un bardo de graffitis, instrumentos, un lugar hermoso. Así que eso fue básicamente lo que hicimos, ir a fiestas, conocer chicas, tocar música todo el día, en todos lados. Charly es increíble, tenemos grandes fotos de ese momento y de hecho las tengo colgadas en la pared de mi casa”.
A principio de la década pasada, Evan Dando lanzó el único disco firmado con su nombre, titulado Baby, I’m Bored (2003), acaso un resumen de su ethos, que todo el mundo festejó. Lo acompaña Jon Brion y Calexico, algunos han dicho que es su mejor disco. Y después de eso, hizo algo completamente errático, que por pura ausencia de maldad y planificación, le salió extremadamente bien: volvió con el nombre de Lemonheads para sacar dos discos de covers con 10 años de diferencia que se llaman igual. Varshons 1 (2009) y Varshons 2 (2019). Y a la crítica anglo, que todo lo destroza y que ha destrozado cosas por mucho menos que sacar dos discos de covers seguidos –por ejemplo a un disco de Liz Phair le dio un 0.0 o de Slowdive dijo: “los odiamos más que a Hitler” – el disco le fascinó. La historia del gen del proyecto, de hecho, es bastante genial. Con Gibby Haynes, de los Butthole Surfers, otra lumbrera de la época, que lo produjo, habían estado reuniendo una lista de temas favoritos por mail. Y con temas favoritos la dupla se refiere por ejemplo a “Beautiful”, que Linda Perry escribió para Christina Aguilera, en colisión con un tema de G.G Allin, el punk que le tiraba caca al público. Además, canta Kate Moss y Liv Tyler. El disco quedó espectacular, pero sobretodo, hay algo de frescura intacta en ese personaje que dejó pasar la épica de su propia belleza y del éxito que la industria construyó su alrededor. Y una consigna bien personal que se cristaliza: la música puede ser también otras cosas, escucharla, por ejemplo.
“Estoy bien, sobrio, fumo porro, no hago más heroina ni drogas duras, no me gustan mas. simplemente estoy tomándolo como viene, estuve muy mal hasta octubre, pero ahora estoy limpio, así que dedos cruzados. Mirá, tengo esta primicia. Estoy pensando en mudarme a Costa Rica, que conozco muy bien porque mis padres eran surfistas y fui todos los años de mi infancia. Estoy cansado de las grandes ciudades de acá y quiero irme un tiempo. Además entiendo mucho español, no es muy fácil pero es posible. Así que Argentina también es un destino firmado para el próximo años”, dice Dando, improvisando un español bastante aceptable. Por ahora, cuenta, está enfocado en mantener su sobriedad –a twitter subió literalmente la foto de una bolsa de heroína con el texto “¡¡ya no tengo que ser esclavo de esta mierda!!” – y también en la gira maratónica que tiene por delante, su primera gira post pandémica. “Estoy escribiendo, ahora sí. Pero si tengo que ser honesto, yo seguía drogándome mucho cuando empezó la pandemia y el aislamiento realmente sirvió para quedarme en casa con gente y drogarnos más y escuchar música. Es verdad que podría haber usado el tiempo mejor pero de todas formas salió bien. De hecho, tengo esta otra primicia para vos y para Argentina: estoy casi, casi listo para hacer un disco”