Florencia Böhtlingk tiene en su casa dos banquitos que usa para pintar. Uno es para pararse encima y así ganar altura. Otro es para sentarse casi a ras del suelo, así puede pintar las partes inferiores de lo que sea que esté haciendo. Es que para pintar no hay que tener el brazo extendido, dice Florencia, porque si uno tiene el brazo extendido se cansa más rápido y es más difícil avanzar. Sobre todo si se están creando obras grandes como las suyas.
La pintura es el lenguaje que usa Böhtlingk para hablar de los distintos mundos que habita: desde la selva misionera hasta reclamos sociales y políticos que suceden en la plaza del Congreso. Verde y negro, su actual muestra en la galería Hache, evidencia su capacidad para traducir su contexto en imágenes, que luego son plasmadas en grandes telas. Además es una exhibición que pone al mismo nivel la ciudad y el monte. La artista evidencia que lo que pasa en la selva litoraleña es tan importante como lo que pasa en un monte de cemento.
1. El término que se usa en el lenguaje guaraní para referirse al color verde es “hovyũ”. También existe la palabra “sa’yky”, pero esta segunda se usa para dar cuenta del color de las frutas maduras, las hojas y la vegetación en general. Estas dos palabras aparecen a lo largo y lo ancho de todo el paisaje misionero y también en todas las obras que Florencia Böhtlingk muestra en su actual exhibición. En todo siempre hay algo verde.
En Misiones, el libro editado por Mansalva que recopila una serie de acuarelas de Böhtlingk, el artista y curador Santiago Villanueva cuenta que la pintora empezó a viajar a esta provincia del litoral alrededor de 1993. Con el correr de los años ese paisaje, que al principio fue extraño para Böhtlingk, se transformó en el principal escenario de sus obras. En la espesura de la selva y las diferentes tonalidades del verde, la artista encontró un imaginario posible para crear todo tipo de imágenes, incluso algunos paisajes selváticos surrealistas.
Verde y negro es una muestra que incluye pinturas realizadas entre 2019 y este año. Muchas fueron hechas durante los primeros meses de la pandemia, es decir, durante el aislamiento estricto. Como Böhtlingk no tenía la posibilidad de ir hasta su casa en El Soberbio (una localidad misionera) decidió llevar la selva a su taller. Las pinturas de esta exhibición son un pedazo de la imaginación de la artista, es decir, son la forma en la que la pintora imaginó ese paisaje que extrañaba pero no podía visitar. Por eso, algunas de las obras incluyen imágenes que claramente no salen de la espesura de la selva, como una lluvia de corazones que se mezcla entre las plantas.
Al igual que otros artistas que también construyeron sus paisajes, Böhtlingk creó su propia versión de la selva. En las imágenes de esta artista el monte misionero aparece como un espacio de mucha vegetación que nunca termina, habitado con personas geométricas (como las que pintaba Ricardo Carpani) que, generalmente, están desarrollando tareas necesarias para sobrevivir en ese lugar.
En esta exhibición en particular, aparece una actividad que no necesariamente tiene que ver con el quehacer cotidiano o doméstico, sino con la creencia en una religión. En la obra “Luna llena en marzo” y “Ofrenda Oxum” se puede ver cómo aparece la “adoración a algo” -por decirlo de alguna manera-. En la primera, un montón de personas se juntan alrededor de la luna, como si estuvieran adorando a una diosa pagana. En la segunda, una ofrenda umbanda asoma entre unas plantas. Con estas imágenes, Böhtlingk señala que pintar un paisaje con estas características también es pintar la fantasía. Y como este territorio es fantástico, pueden llover corazones del cielo.
2. Un día el pintor Carlos Giambiagi dijo bye feas y se fue a la selva misionera. Allí se encontró con su amigo Horacio Quiroga, que al igual que él se había ido al monte para escapar de la ciudad (hay toda una teoría de la conspiración que dice que eran amantes, pero esto tendría que ser tema de otra nota). Se puede trazar un paralelismo entre las obras de Giambiagi y las de esta artista, pero con esta muestra Böhtlingk se separa un poco de esa referencia. La gran ciudad y el pulso del cemento son elementos que no aparecen en las obras del pintor, pero que Böhtlingk sí logró juntar en Verde y negro.
En la muestra se incluyen cuatro pinturas que refieren a reclamos políticos y sociales que están en agenda desde hace un tiempo. Las imágenes se centran específicamente en: la marcha del 8 de marzo (Día Internacional de la Mujer), la del 24 del mismo mes (Día de la memoria por la Verdad y la Justicia) y la de la ley por el cupo laboral trans. Lo que hasta ahora parecía ser una obra atada a un territorio y un paisaje específico, cobra otro sentido y se transforma en una obra que atiende las discusiones de la época. Además, en estas imágenes, como en “Luna llena en marzo” y “Ofrenda Oxum”, quienes habitan los paisajen están habitando un rito, buscando algo en qué creer.
Con esta serie de pinturas, Böhtlingk retrata una coyuntura y una discusión. En estas imágenes aparecen los movimientos sociales, como La Dignidad y Barrios De Pie, marchando por los Derechos Humanos. Está el Congreso Nacional rodeado de consignas feministas con mujeres que bailan mientras levantan pancartas. También aparecen frases que piden por una inclusión de la población travesti y un reconocimiento por las infancias trans.
Sin embargo, lo más llamativo de estas pinturas no es que reconocen el contexto en el que fueron hechas, sino que se componen de la misma manera que aquellas que refieren al paisaje: para Böhtlingk no hay diferencia entre una selva y una marcha. Esto se ve aún más claro en la obra “Las palabras son imágenes”: en la pintura aparecen un montón de palabras que refieren al territorio misionero y la triple frontera, pero están pintadas de la misma manera que los carteles que llevan las organizaciones sociales de las otras pinturas.
En estas obras las personas parecen árboles y lianas que se entrelazan. Lo que Böhtlingk retrata es la manera en la que un grupo de seres vivos (personas de la gran ciudad y plantas) avanzan y conquistan un territorio. Para ella, una persona o una enredadera tiene el mismo rol de importancia y de jerarquía. La ciudad y la selva pueden ser la misma cosa.
3. No se puede hablar de la pintura de Florencia Böhtlingk sin hablar de la triple frontera. Este es un espacio muy particular en el que se combinan diversos paisajes, culturas y hasta idiomas. Apenas un río separa a Misiones de Paraguay y Brasil, pero ese caudal de agua marca diferencias culturales, sociales y económicas. La combinación de todos estos elementos genera que en las obras de Böhtlingk aparezcan palabras en portugués, guaraní o tradiciones que no son propias de nuestro país.
En el texto ya citado que escribió Villanueva para el libro Misiones, el artista y curador dice: “Pintar un territorio de frontera implica desobedecer algunas construcciones geográficas que determinan sistemas de pertenencia nacionales, desafíos a las ideas consumadas de un espacio. Porque la frontera involucra un cruce tan complejo entre las historias familiares y la historia de las naciones, de los territorios antes del periodo republicano y de los mitos compartidos”.
Esta descripción que hace Villanueva de la manera en la que se trata la frontera en la obra de Böhtlingk aparece en Verde y negro. Sin embargo, la mayoría de las pinturas no se refieren a ese territorio y tampoco fueron pintadas en ese contexto. La muestra está compuesta por series: “Misiones”, que sí refiere a ese lugar; “La vida”, que es la que retoma las marchas y los reclamos políticos, y “Río de la Plata”. Esta última serie puede leerse como la frontera entre las otras dos. En estas pinturas se ven paisajes que podrían ser de la triple frontera, pero son de la espesura que hay en algunas partes de la Costanera Norte de Buenos Aires. Como Böhtlingk no pudo trasladarse a la triple frontera para poder pintar, decidió encontrar una con lo que tenía alrededor.
Las pinturas ya mencionadas, “Luna llena en marzo” y “Ofrenda Oxum”, podrían ser imágenes del paisaje litoraleño, pero no lo son. La artista encontró una manera de retratar la luna que se reposa sobre el Río de la Plata de la misma manera que se posa sobre el Paraná. También encontró en la orilla del río que bordea Buenos Aires una práctica religiosa típica de Brasil y del noreste argentino.
En “Pañuelos geométricos” se puede ver una trama de pañuelos como los de la Campaña Nacional para la Legalización del Aborto, pero no deja de ser una trama de colores verdes igual a la que aparece en las pinturas que refieren a la selva misionera. No importa en qué lugar esté Böhtlingk, ni el paisaje que quiera pintar: su obra siempre va a estar atravesada por una frontera.
Verde y negro, Florencia Böhtlingk. Curaduría de Santiago Villanueva. Galería Hache (Loyola 32, Buenos Aires). Se puede ver hasta el 8 de julio.