A fines de 2021 Juan Vattuone presentó su espectáculo “Bailando en una pata”. Era su forma rabiosamente feliz de reírse de sus propias circunstancias, de la diálisis que marcaba sus días y del pie amputado. Tenía ese clase de sentido del humor y eso lo convirtió en uno de los tipos más queridos para las generaciones más jóvenes del tango. Falleció este domingo a los 73 años, después de pelearla bastante. “El arte y el humor nos redimen”, señalaba en ocasión de ese espectáculo. Y si toca hacer cuentas, al final del camino Vattuone fue redimido de sobra.
Fue cantautor, compositor, monologuista y actor –tuvo un protagónico en la película Boca de fresa, de Jorge Zima-, pero se lo conoció principalmente por su trabajo en el tango, donde lo apadrinaba nada menos que Rubén Juárez. Nació en Palermo, pero se crió en Villa Urquiza, y su oficio de cantor le llegó de sus tías Nelly y Gory. Comenzó en la Orquesta de Carlos Figari y llegó a compartir actuaciones con figuras como Edmundo Rivero, Alberto Marino y Floreal Ruiz. Semejantes nombres llaman la atención, porque de algún modo, Vattuone parecía mucho más joven de lo que realmente era. Pudo gestarse en las postrimerías de la edad de oro del género, pero por su lírica, estilo y los temas que abordaba, su filiación era mucho más cercana a las generaciones actuales. La clave de esto seguramente radica en el momento en que abandonó el estereotipo de cantor nacional para escribir sus propios temas con fuertes influencias rockeras y de la canción de protesta. Como para completar la transformación, aparecieron con él en el escenario una campera de cuero y un gorro.
Además del universo tanguero, Vattuone también musicalizaba obras de teatro. Concretamente, las de su amigo Gerardo Romano, para quien compuso música en varias ocasiones.
Como priorizaba las presentaciones en vivo, no lanzó ningún disco hasta bien entrado este siglo. En 2005 presentó Tangos al mango, otro gesto que –desde un lunfardo más actual- retomaba canciones propias de décadas de escenarios y, al mismo tiempo, reafirmaba su condición de artista actual y siempre vigente. Dejar registro de temas como “Ni olvido ni perdón”, “El yuta Lorenzo” o “El tanguito del Nefasto General”, entre otros, en plena época de la recuperación de los juicios por crímenes de lesa humanidad, era un potente gesto de presente puro .
De hecho, en esos temas se cifra uno de los elementos más relevantes de su derrotero artístico, pues introdujo temáticas no tan frecuentes en el tango hasta entonces, como la desaparición forzada de personas durante la última dictadura o la homosexualidad.
En 2011 lanzó su segundo disco, Escuchame una cosa, y en 2017 junto al cineasta Zima, otro llamado En la medida de lo imposible.
Cuando enfermó y tuvieron que amputarle un pie, debió alejarse un buen tiempo de los escenarios. En ese tiempo recibió la solidaridad de sus colegas, que organizaron algunas fechas para ayudarlo a sobrellevar los tratamientoss y el difícil momento económico: como otros artistas, Vattuone también padecía las dificultades de la inestabilidad económica y la precariedad laboral que suele envolver al sector. Cuando pudo volver, sumaba a los escenarios a artistas amigos (como Zima o Romano) y a sus hijas, la coreógrafa Julieta Vattuone, la bailarina Anita Vattuone y su nieta, la también bailarina Lourdes Reynoso.
Según anticipaba a Página/12 en septiembre del año pasado, estaba terminando un disco, Papel Picado, que por ahora permanece inédito. El 30 de marzo subió a redes una foto suya en la grabación, pero el lanzamiento no llegó a concretarse. Sí hubo infinidad de adelantos, pues en cada presentación en vivo el cantautor anticipaba algunos temas.
En esa entrevista con Cristian Vitale, Vattuone sintetizaba su fuerza motora, pese a las adversidades. “En algún lugar somos hijos de la pérdida. Y aquellos que perdimos alguna vez, sabemos de la resistencia y del placer que nos produce seguir siendo quienes somos, sin engrupirnos que somos los mejores. Como canto en otra canción mía, no hay proeza más grande que ser uno mismo con su realidad”.