Hace unos meses conseguí una colección de películas en Dock Sud. Montamos un operativo espectacular con un pequeño ejército de Audaces Voluntarios de la Filmoteca y en una mañana vaciamos varias habitaciones llenas de latas, subiendo y bajando tres pisos por escalera. 

El lugar había estado abandonado por varios meses y se encontraba en un estado tan deplorable que me hizo descubrir cuál es mi límite. Ya he confesado que si llevo una pila de latas y me tropiezo, mi reflejo no es soltar las latas y atajarme sino abrazarlas para que no se dañen, así que yo creía que mi límite era bastante elevado. Pero resultó que no tanto: mi límite es una rata muerta. 

Las dos o tres latas que estaban debajo del cadáver no las toqué. No pude. “Un hombre de verdad podría”, pensé. Pero no pude. También pensé que a lo mejor en esas latas estaba London After Midnight, la famosa película perdida de Tod Browning, pero tampoco pude. 

Obviamente después le confié mi problema a un transportista amigo, que ha visto cosas peores, y él rescató las latas. 

No estaba London After Midnight.

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Corte fatal

Larga jornada reparando y chequeando una copia de El asesinato de Trotsky (The Assassination of Trotsky, Joseph Losey-1972). Es una película extraña, debido a ciertos planteos de fondo. Por ejemplo, es bastante boba la decisión de presentar a Trotsky y Mercader como dos figuras unidas de antemano por un destino fatal. Pero lo interesante es que una vez tomada esa decisión, Losey la sigue hasta las últimas consecuencias y hace algo increíble (por sorprendente y chiflado) que es esa escena en el río donde Mercader ve a Stalin aparecer en el agua. Si vas a equivocarte, siempre es mejor irse bien al cuerno en el error. Abajo los timoratos.

El otro error de la película es de casting (y parece que Losey estaba de acuerdo). Es inverosímil que Romy Schneider interprete a la secretaria de Trotsky, la mujer que Mercader seduce y engaña para entrar en el círculo de confianza del líder. Si la verdadera secretaria de Trotsky hubiera sido como Romy Schneider, es seguro que Mercader se habría hecho trotskista o por lo menos se la habría llevado de vacaciones a Acapulco, en lugar de andar haciendo macanas.

La cuestión es que cuando llegué al último rollo descubrí con horror que el asesinato propiamente dicho... ¡no estaba! La escena se reparte entre los rollos 9 y 10 y el desgaste de la copia al final de uno y al principio del otro había terminado por suprimir ese momento clave. La copia ha perdido el color y en general está bastante castigada así que si ni siquiera tiene lo que el título anuncia, era mejor no pasarla, pensé. 

En teoría teníamos otra copia pero revolví todo y no la encontré. Entonces recordé que hace unos meses conversamos sobre la película con un amigo que también colecciona 35mm. Lo llamé desesperado y tuve una suerte inverosímil: mi amigo ya no tenía la película pero por alguna razón misteriosa había conservado el fragmento con el puntazo y me lo regaló. 

Los caminos del Señor son inescrutables.

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Resistencia

Compré un disco de José Marrone, cómico inmensamente popular y políticamente incorrecto si los hubo. En medio de una catarata de chistes sobre gordas, pedos, eructos y maricones, aparece una genialidad que en tiempos de peronismo proscripto resultaba tan marginal como todo lo anterior. Copio textual: 

“Resulta que estaba yo en la avenida Cabildo a las diez de la mañana y veo pasar un camión lleno de gente, todos amontonados como chanchos muertos de frío, y gritando ‘¡Perón! ¡Perón! ¡Perón!’ Y vieron cómo está el país en estos momentos: que viene, que no viene, que está enfrente, que lo dejan, que no lo dejan. La cosa es que fui corriendo atrás del camión y les dije: 

-Muchachos, ¿me llevan, me llevan?

-¿Qué hacés, Pepitito?

-¡Acá estoy! ¡Peronacho a muerte!

Paró el camión, se abrió la puertita de atrás, ‘Qué organización’, pensé. ‘Qué lindo’ Subí y me puse a gritar con los muchachos: ‘¡Perón! ¡Perón! ¡Perón!’ En eso se me ocurre preguntar: 

-¿Y dónde vamos, muchachos?

-En cana vamos, pelotudo. ¿Dónde vamos a ir...?”